El diálogo misionero (Pablo VI) - 1ª parte




Cuando se dice que el misionero se distingue de la humanidad (2Cor 6, 14-16) no se dice en el sentido que se opone a ella, antes bien se une (Jn 17, 15-16). Como el médico que, conociendo las insidias de una pestilencia procura guardarse a sí y a los otros de tal infección, pero al mismo tiempo se consagra a la curación de los que han sido atacados, así el misionero convierte su salvación en argumento de interés y de amor para todo el que esté junto a él o a quien él pueda acercarse con su esfuerzo comunicativo universal.

El diálogo supone en nosotros, que queremos introducirlo y alimentarlo con cuantos nos rodean, un estado de ánimo; el estado de ánimo del que siente dentro de sí el peso del mandato apostólico, del que se da cuenta que no puede separar su propia salvación del empeño por buscar la de los otros, del que se preocupa continuamente por poner el mensaje de que es depositario en la circulación de la vida humana.

CARACTERÍSTICAS DEL DIÁLOGO MISIONERO

El diálogo es, por lo tanto, un modo de ejercitar la misión apostólica; es un arte de comunicación espiritual. Sus caracteres son los siguientes:
  1. La claridad ante todo: el diálogo supone y exige la inteligibilidad, es un intercambio de pensamiento...
  2. La afabilidad, la que Cristo nos exhortó a aprender de sí mismo (Mt 11, 29); el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es una mandato ni una imposición. Es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso.
  3. La confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor...
  4. Finalmente, la prudencia pedagógica, que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye (cf. Mt 7, 6): si es un niño, si es una persona ruda, si no está preparada, si es desconfiada, hostil, y se esfuerza por conocer su sensibilidad y por adaptarse razonablemente y modificar las formas de la propia presentación para no serle molesto e incomprensible.
Cuando el diálogo se conduce así, se realiza la unión de la verdad con la caridad, de la inteligencia con el amor.
La dialéctica de este ejercicio de pensamiento y de paciencia nos hará descubrir elementos de verdad aun en las opiniones ajenas, nos obligará a expresar con gran lealtad nuestra enseñanza y nos dará mérito por el trabajo de haberlo expuesto a las objeciones y a la lenta asimilación de los demás.

El arte del apostolado

El arte del apostolado es arriesgado. La solicitud por acercarse a los hermanos no debe traducirse en una atenuación o en una disminución de la verdad. Nuestro diálogo no puede ser una debilidad respecto al compromiso con nuestra fe. El apostolado no puede transigir con una especie de compromiso ambiguo respecto a los principios de pensamiento y de acción que deben definir nuestra profesión cristiana. El irenismo y el sincretismo son en el fondo formas de escepticismo respecto a la fuerza y al contenido de la palabra de Dios que queremos predicar. Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol. Y sólo el que vive con plenitud la vocación cristiana puede estar inmunizado contra el contagio de los errores con los que se pone en contacto.

Un mensaje para cada categoría de personas

El misionero ha de estar dispuesto a sostener el diálogo con todos los hombres de buena voluntad, dentro y fuera de su propio ámbito… Nadie es extraño a su corazón. Nadie es indiferente a su ministerio. Nadie es enemigo, a no ser que él mismo quiera serlo.
El misionero sabe que es semilla, que es fermento, que es sal y luz del mundo. El misionero se da cuenta de la asombrosa novedad del tiempo moderno, pero con cándida confianza se asoma a los caminos de la historia y dice a los hombres: tengo lo que ustedes buscan, lo que les falta. Con esto no promete la felicidad terrena, sino que ofrece algo —su luz y su gracia— para conseguirla del mejor modo posible y habla a los hombres de su destino trascendente. Y mientras tanto les habla de verdad, de justicia, de libertad, de progreso, de concordia, de paz, de civilización... Y por eso el misionero tiene un mensaje para cada categoría de personas: lo tiene para los niños, lo tiene para la juventud, para los hombres científicos e intelectuales, lo tiene para el mundo del trabajo y para las clases sociales, lo tiene para los artistas, para los políticos y gobernantes, lo tiene especialmente para lo pobres, para los desheredados, para los que sufren, incluso para los que mueren: para todos.
Veamos muy bien cuáles son esas posturas concretas, y para dar una idea sumaria de ellas clasifiquémoslas a manera de círculos concéntricos alrededor del centro en que la mano de Dios nos ha colocado.
  • Primer círculo: todo lo que es humano
  • Segundo círculo: los creyentes en Dios
  • Tercer círculo: los cristianos hermanos separados
Pero eso será tema de un siguiente post…

(Encíclica Ecclesiam suam)