La Iglesia debe alzar la voz contra el bullying


Estaba en el porche con mis dos amigas; las tres teníamos 12 años. Era domingo por la tarde y había asistido a la iglesia esa mañana. La lectura era de Mateo 5,38-42. Ya saben, esa en la que les enseñamos a los niños y niñas que la ley del talión proviene del Antiguo Testamento, y que en nuestra época abrazamos la nueva alianza: la que dice que caminaremos una milla extra, que daremos nuestra túnica y nuestra camisa, y que pondremos la otra mejilla si nos golpean.

Ni siquiera intentaba convertir a nadie. No estaba evangelizando. Simplemente compartí lo que aprendí ese Domingo, como si les hubiera contado que había desayunado panqueques y que esperaba jugar a la pelota más tarde. Las dos niñas con las que jugué se centraron en una parte de la lectura y la pusieron a prueba... allí mismo. Una se acercó y me abofeteó con tanta fuerza que caí contra la pared. Cuando me recuperé y me levanté, me preguntaron si iba a devolverles el golpe. No lo hice. Les dije que estaba segura de que no lo hacían con mala intención.

Entonces vino la siguiente bofetada. Me dejó un chichón en la mejilla y las lágrimas me corrían por las mejillas. Se rieron mientras yo lloraba. Cuando les pregunté cómo podían ser tan crueles, me dijeron que estaban bromeando y que no debería ser tan sensible. Fue el comienzo de una profunda agresión pasiva y un bullying directo que duraría años. Solo que, en aquel entonces, no lo llamábamos bullying. Me aferraba a las enseñanzas de la escritura sobre amar a nuestros enemigos. Es más, ni siquiera los llamaba mis enemigos. Eran mis amigas, pensaba yo. En los primeros años, me escribían notas hirientes en mi pupitre y me invitaban al grupo solo para burlarse de mí y echarme.

A medida que crecíamos y yo tenía menos contacto directo con ellas, una de ellas en particular se volvió más agresiva. Me mintió a mí y mintió sobre mí. Difundió rumores. Me amenazó con contar cosas terribles sobre mí. Me dijo que le hacía un favor al mundo al revelar lo mala persona que era y que solo lo demostraría si intentaba defenderme. Me recordó aquel día en su porche y dijo que si alguna vez intentaba vengarme, Dios lo sabría y eso demostraría lo mala cristiana que era yo. Dijo que mi testimonio quedaría arruinado y que la medida de mi fe sería ver cuánto podía soportar. La vi meterse con otros. Cuando intenté hablar, me hizo bullying aún más atroz. Tuve suerte. He madurado. Honestamente, todavía hay días en que vivo según esa vieja imagen que ella decía que yo era. Sin embargo, hay más días en que escucho a Dios y me doy cuenta de que ella estaba equivocada.

Internet cambió las reglas del juego

Las consecuencias parecen mucho mayores para los adolescentes de hoy. El bullying es más intenso y más generalizado. Yo podía cambiar la ruta que seguía para volver a casa. Podía ignorar las llamadas o tirar las notas pegadas en la puerta. Los adolescentes de hoy no tienen ese lujo. Internet cambió las reglas del juego. Las redes sociales han permitido que el bullying sea implacable. Se postean mensajes, se difunden mentiras. Fotos tuyas sin que te dieras cuenta son Photoshopeadas y enviadas al instante. Incluso mudarse a otra ciudad puede no detener el aluvión de negatividad. Parece que cada semana hay una nueva historia de un joven que se ha quitado la vida, no porque haya hecho algo horrible o haya ocultado un oscuro secreto. Más bien, es el goteo constante del acoso implacable, las palabras y acciones que nunca parecen cesar, las que impregnan las vidas y las mentes de estos adolescentes. Olvidan que no son la persona horrible que algún que les hizo bullying dijo que eran. Olvidan cómo pedir ayuda, y les dicen que si lo hacen, solo demuestran lo débiles e inútiles que son.

El bullying es un problema en tu zona. Te aseguro que lo es: 

El bullying se clasifica en tres tipos principales: verbal, social (que incluye el ciberbullying) y físico (+). El bullying verbal incluye burlas, insultos y amenazas de causar daño. El bullying social incluye difundir rumores, humillar públicamente a alguien, aislarlo y todas las formas de ciberbullying que provocan aislamiento y humillación. El bullying físico incluye escupir, hacer la zancadilla, dañar la propiedad y el contacto físico. Ocurre en la escuela, en equipos deportivos, en vecindarios, en hogares e incluso en la iglesia.

El bullying puede ser difícil de definir. Es posible leer esto y pensar que cualquier acto durante la adolescencia se asemeja al bullying. También es posible suponer que se trata de un comportamiento adolescente "normal" y que todo este debate sobre el bullying es una exageración. Ambas suposiciones son erróneas. El bullying es un acto de agresión o violencia, pero es una subcategoría específica de violencia. No es un acto impulsivo. No es un hecho aislado. De hecho, para ser considerado bullying, debe incluir un desequilibrio de poder, real o percibido, intención de dañar, y repetición (+).

Ni hacer bullying ni sufrir bullying

Como animadores juveniles, tenemos la oportunidad única de compartir la verdad de Dios con los adolescentes que conocemos. Con demasiada frecuencia dedicamos tiempo a celebrar a la juventud en lugar de abogar por ella. Invertimos tiempo, talento y dinero en pastorales infantiles y juveniles sin adentrarnos en cuestiones más profundas. Protegemos a los nuestros, siempre y cuando no se desvíen demasiado de lo socialmente aceptable.  En "Children, Youth, and Spirituality in a Troubling World (2008)" Luther Smith, Jr. escribe: «Se podría concluir que, mientras los niños se comporten bien, se les considera dignos de la atención y la compasión cristianas. Sin embargo, si su comportamiento ofende, pasan a un segundo plano en las preocupaciones de las iglesias». 

Cuando nos negamos a distanciarnos de quienes están al margen, nos convertimos en parte de la solución. Ya sean víctimas de bullying, los que cometen bullying o espectadores, todos necesitan conocer el amor de Cristo. Todos deben ser imitadores de Cristo. Y como imitadores de Cristo, debemos elegir una tercera vía de acción: ni hacer bullying ni sufrir bullying. De hecho, debemos buscar el fin del bullying.

En Éxodo 14,14 se lee: «El Señor peleará por ustedes, aunque ustedes guarden silencio». He escuchado esto en tantas situaciones abusivas que he perdido la cuenta. Nuestra cultura cristiana de «amabilidad» malinterpreta este pasaje bíblico, exigiendo que el silencio sea la única respuesta a la injusticia. El silencio es el gran aliado del bullying.

Esta es una línea fina para los cristianos. Queremos amar a nuestros enemigos, pero este tipo de silencio se basa en el miedo, no en el amor. Una de las mayores muestras de amor sería reprender al que hace bullying por su mal comportamiento e insistir en que mejore su comportamiento. Sería fácil si todos los que hacen bullying fueran simplemente personas despreciables a las que pudiéramos descartar. Manzanas podridas, jóvenes que no importan. La realidad es que todas las personas le importan a Dios y, por consiguiente, deben importarnos a nosotros.

No es raro descubrir que la historia de uno que hace bullying incluye haber sufrido bullying por la familia, pares, profesores o la sociedad. La víctima se convierte en ofensor sin dejar nunca de ser una víctima. Puede que Dios desee luchar por nosotros a través de nosotros, defendiendo cada uno de nosotros a los otros. De acuerdo a las estadísticas, nosotros (al menos el 60%) tenemos la oportunidad CADA DÍA de ser las manos y los pies de Cristo alzando la voz por los que no tienen voz, defendiendo a amigos y conocidos que sufren bullying, diciendo que esto NO es lo que Dios quiere para ninguno de nosotros, ni para el que hace bullying ni para el que sufre bullying.

5 maneras de vivir el ejemplo de Cristo

Juan 18,19-23 nos ofrece una idea. Cuando el sumo sacerdote interrogó a Jesús, este no guardó silencio. Tampoco se acobardó ni respondió con violencia. La respuesta de Jesús solo provocó más burlas, de modo que en el versículo 22 leemos: «Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los guardias que estaban allí le dio un cachetazo, diciendo: “¿Así le respondes al sumo sacerdote?”». ¿Se dan cuenta de la diferencia de poder percibida? ¿Del acoso verbal y físico que sigue a días, semanas y meses de hostigamiento? Y Jesús responde en el versículo 23: «Si he hablado mal, testifica de lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». Jesús se defiende y exige al soldado que responda por sí mismo.

Aunque puede que en tu grupo no haya adolescentes que estén sufriendo bullying, todos conocen a alguien que ha sufrido bullying o ha sido testigo de primera mano. Hay cinco maneras sencillas en que los jóvenes pueden seguir el ejemplo de Cristo: llamando a alguien y pidiendo cuentas.

  1. Sé amigo de quien sufre bullying. La unión hace la fuerza, y esto comunica a los demás que el hecho del bullying no es un factor que define la vida.
  2. Cuéntaselo a un adulto de confianza. Los adultos pueden intervenir de maneras que los pares no pueden.
  3. Ayuda a quien sufre bullying a alejarse. Camina con él, invítalo a sentarse contigo o haz lo que sea necesario para sacarlo de la situación. Pero ten cuidado aquí de crear conciencia de que ellos también necesitan protegerse a sí mismos para no estar en peligro.
  4. Da un buen ejemplo. No hagas bullying a los otros y alza la voz cuando alguien más lo intente.
  5. No permitas que los que hacen bullying tengan público. Los que hacen bullying se alimentan de la energía de la multitud. Cuantas más risas y vítores haya, más se arraigará el bullying. Hazle saber al que hace bullying que eso es inaceptable alejándote.  

Cristo nos llama a cuidar de los más vulnerables. Cuando se trata de bullying, todos perdemos. Es hora de que todos en la iglesia alcemos la voz. Es hora de que seamos las manos y los pies, los ojos, los oídos y la voz de aquellos que sienten que no pueden hacer nada y mueren en silencio.

Acerca de la autora: Amy Jacober es autora de "The Adolescent Journey. An Interdisciplinary Approach to Practical Youth Ministry" (2011).

[Fuente]