La adoración eucarística, ha
penetrado realmente en nuestro corazón y penetra en el corazón del
pueblo, por eso no hablamos en general de ello. Usted ha formulado
esta pregunta específica sobre la reparación eucarística. Es un
discurso que se ha hecho difícil. Recuerdo que cuando era joven, en
la fiesta del Sagrado Corazón, se rezaba una hermosa oración de
León XIII y también otra de Pío XI, en la que la reparación tenía
un lugar particular, precisamente con referencia, ya en aquel
tiempo, a los actos sacrílegos que debían repararse.
Me parece que es necesario
profundizar, llegar al Señor mismo, que ha ofrecido la reparación
por el pecado del mundo, y buscar los modos de reparar, es decir, de
establecer un equilibrio entre el peso del mal y el peso
del bien. Así, en la balanza del mundo, no debemos dejar este
gran peso en negativo, sino que tenemos que dar un peso al
menos equivalente al bien. Esta idea fundamental se apoya en todo lo
que Cristo hizo. Por lo que puedo entender, este es el sentido del
sacrificio eucarístico. Contra este gran peso del mal que existe en
el mundo y que abate al mundo, el Señor pone otro peso más grande,
el del amor infinito que entra en este mundo. Este es el punto
importante: Dios es siempre el bien absoluto, pero este bien
absoluto entra precisamente en el juego de la historia; Cristo se
hace presente aquí y sufre a fondo el mal, creando así un
contrapeso de valor absoluto. El peso del mal, que existe
siempre si vemos sólo empíricamente las proporciones, es superado
por el peso inmenso del bien, del sufrimiento del Hijo de
Dios.
En este sentido existe la
reparación, que es necesaria. Me parece que hoy resulta un poco
difícil comprender estas cosas. Si vemos el peso del mal en el
mundo, que aumenta continuamente, que parece prevalecer absolutamente
en la historia —como dice san Agustín en una meditación—, se
podría incluso desesperar. Pero vemos que hay un peso aún
mayor en el hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia, se ha
hecho partícipe de la historia y ha sufrido a fondo. Este es el
sentido de la reparación. Este peso del Señor es para
nosotros una llamada a ponernos de su parte, a entrar en este gran
peso del amor y a manifestarlo, incluso con nuestra debilidad.
Sabemos que también nosotros necesitábamos este peso, porque
también en nuestra vida existe el mal. Todos vivimos gracias al peso
del Señor. Pero nos hace este don para que, como dice la carta a
los Colosenses, podamos asociarnos a su abundancia y, así, hagamos
crecer aún más esta abundancia, concretamente en nuestro momento
histórico.
La teología debería hacer más
para comprender aún mejor esta realidad de la reparación. A lo
largo de la historia no han faltado ideas equivocadas. He leído en
estos días los discursos teológicos de san Gregorio Nacianceno, que
en cierto momento habla de este aspecto y se pregunta: ¿a
quién ofreció el Señor su sangre? Dice: el Padre no quería
la sangre del Hijo, el Padre no es cruel, no es necesario atribuir
esto a la voluntad del Padre; pero la historia lo exigía, lo exigían
la necesidad y los desequilibrios de la historia; se debía entrar en
estos desequilibrios y recrear aquí el verdadero equilibrio. Esto es
precisamente muy iluminador. Pero me parece que aún no poseemos
suficientemente el lenguaje para comprender nosotros mismos este
hecho y para hacerlo comprender después a los demás. No se debe
ofrecer a un Dios cruel la sangre de Dios. Pero Dios mismo, con su
amor, debe entrar en los sufrimientos de la historia para crear no
sólo un equilibrio, sino un peso de amor que es más fuerte
que la abundancia del mal que existe. El Señor nos invita a esto.
Se trata de una realidad
típicamente católica. Lutero dice: no podemos añadir nada. Y
esto es verdad. Y también dice: por tanto, nuestras obras no
cuentan nada. Y esto no es verdad. Porque la generosidad del Señor
se muestra precisamente en el hecho de que nos invita a entrar, y da
valor también a nuestro estar con él. Debemos aprender mejor todo
esto y sentir la grandeza, la generosidad del Señor y la grandeza de
nuestra vocación. El Señor quiere asociarnos a este gran peso
suyo. Si comenzamos a comprenderlo, estaremos contentos de que el
Señor nos invite a esto. Será la gran alegría de experimentar que
el amor del Señor nos toma en serio.