1. Misionar la relación de los jóvenes con la figura de Jesús
Muchos lo reconocen como Salvador e Hijo de Dios y, a menudo, se sienten cercanos a él a través de María, su madre, y se empeñan en un camino de fe. Otros no tienen con Él una relación personal, pero lo consideran como un hombre bueno y una referencia ética. Otros aún lo encuentran a través de una fuerte experiencia del Espíritu. Para otros, en cambio, es una figura del pasado privada de relevancia existencial o muy distante de la experiencia humana.
Aunque para muchos jóvenes Dios, la religión y la Iglesia parecen palabras vacías, son sensibles a la figura de Jesús, cuando es presentada de modo atrayente y eficaz. De muchos modos, incluso los jóvenes de hoy nos dicen: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21), manifestando aquella sana inquietud que caracteriza al corazón de cada ser humano: "La inquietud de la búsqueda espiritual, la inquietud de encuentro con Dios, la inquietud del amor" (FRANCISCO, Santa Misa para el inicio del Capítulo General de la orden de San Agustín, 28 de agosto de 2013).
En varios contextos hay grupos de jóvenes, a menudo expresión de asociaciones y movimientos eclesiales, que son muy activos en la evangelización de sus coetáneos gracias a un claro testimonio de vida, a un lenguaje accesible y la capacidad de instaurar auténticos vínculos de amistad. Tal apostolado nos permite llevar el Evangelio a personas que difícilmente serían alcanzadas por la pastoral juvenil ordinaria, y contribuye a hacer madurar la misma fe de aquellos que a ello se empeñan. Eso debe todavía ser apreciado, sostenido, acompañado con sabiduría e integrado en la vida de las comunidades.
Los jóvenes son portadores de una inquietud que primero que todo debe ser acogida, respetada y acompañada, apostando con convicción por su libertad y responsabilidad. La Iglesia sabe por experiencia que su contribución es fundamental para su renovación. Los jóvenes, en ciertos aspectos, pueden estar más adelante de los pastores. En la mañana de Pascua, el joven Discípulo Amado llegó primero al sepulcro, precediendo en su carrera a Pedro, agobiado por la edad y la traición (ver Jn 20, 1-10); del mismo modo, en la comunidad cristiana, el dinamismo juvenil es una energía renovadora para la Iglesia, porque ayuda a sacudir la pesadez y la lentitud y a abrirse al Resucitado. Al mismo tiempo, la actitud del Discípulo Amado indica que es importante permanecer conectado con la experiencia de los ancianos, reconocer el rol de los pastores y no seguir adelante por sí mismos. Así habrá aquella sinfonía de voces que es el fruto del Espíritu.
2. Preguntas para sacudir y abrir al Resucitado
Desearía decir a quien se siente indiferente hacia Dios, hacia la fe, a quien está lejos de Dios o le ha abandonado, también a nosotros, con nuestros «alejamientos» y nuestros «abandonos» respecto a Dios, pequeños, tal vez, pero hay muchos en la vida cotidiana: mira en lo profundo de tu corazón, mira en lo íntimo de ti mismo, y pregúntate: ¿tienes un corazón que desea algo grande o un corazón adormecido por las cosas? ¿Tu corazón ha conservado la inquietud de la búsqueda o lo has dejado sofocar por las cosas, que acaban por atrofiarlo? Dios te espera, te busca: ¿qué respondes? ¿Te has dado cuenta de esta situación de tu alma? ¿O duermes? ¿Crees que Dios te espera o para ti esta verdad son solamente «palabras»?
¿Estoy inquieto por Dios, por anunciarlo, para darlo a conocer? ¿O me dejo fascinar por esa mundanidad espiritual que empuja a hacer todo por amor a uno mismo?... Por así decirlo, ¿me he «acomodado» en mi vida cristiana... o conservo la fuerza de la inquietud por Dios, por su Palabra, que me lleva a «salir fuera», hacia los demás?
He aquí, entonces, la inquietud del amor: buscar siempre, sin descanso, el bien del otro, de la persona amada, con esa intensidad que lleva incluso a las lágrimas... Jesús que llora ante el sepulcro del amigo Lázaro; Pedro que, tras haber negado a Jesús, encuentra la mirada rica de misericordia y de amor y llora amargamente; el padre que espera en la terraza el regreso del hijo y cuando aún está lejos corre a su encuentro; me viene a la mente la Virgen María que con amor sigue a su Hijo Jesús hasta la Cruz. ¿Cómo estamos con la inquietud del amor? ¿Creemos en el amor a Dios y a los demás? ¿O somos nominalistas en esto? No de modo abstracto, no solo las palabras, sino el hermano concreto que encontramos, ¡el hermano que tenemos al lado! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o nos quedamos encerrados en nosotros mismos, en nuestras comunidades, que muchas veces es para nosotros «comunidad-comodidad»? A veces se puede vivir en una vecindad sin conocer a quien tenemos al lado; o bien se puede estar en comunidad sin conocer verdaderamente al propio hermano... La inquietud del amor impulsa siempre a salir al encuentro del otro, sin esperar que sea el otro quien manifieste su necesidad...
¿Estoy inquieto por Dios, por anunciarlo, para darlo a conocer? ¿O me dejo fascinar por esa mundanidad espiritual que empuja a hacer todo por amor a uno mismo?... Por así decirlo, ¿me he «acomodado» en mi vida cristiana... o conservo la fuerza de la inquietud por Dios, por su Palabra, que me lleva a «salir fuera», hacia los demás?
He aquí, entonces, la inquietud del amor: buscar siempre, sin descanso, el bien del otro, de la persona amada, con esa intensidad que lleva incluso a las lágrimas... Jesús que llora ante el sepulcro del amigo Lázaro; Pedro que, tras haber negado a Jesús, encuentra la mirada rica de misericordia y de amor y llora amargamente; el padre que espera en la terraza el regreso del hijo y cuando aún está lejos corre a su encuentro; me viene a la mente la Virgen María que con amor sigue a su Hijo Jesús hasta la Cruz. ¿Cómo estamos con la inquietud del amor? ¿Creemos en el amor a Dios y a los demás? ¿O somos nominalistas en esto? No de modo abstracto, no solo las palabras, sino el hermano concreto que encontramos, ¡el hermano que tenemos al lado! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o nos quedamos encerrados en nosotros mismos, en nuestras comunidades, que muchas veces es para nosotros «comunidad-comodidad»? A veces se puede vivir en una vecindad sin conocer a quien tenemos al lado; o bien se puede estar en comunidad sin conocer verdaderamente al propio hermano... La inquietud del amor impulsa siempre a salir al encuentro del otro, sin esperar que sea el otro quien manifieste su necesidad...
Sínodo sobre los jóvenes (Documento Final n. 50, 56 y 66)
Para profundizar este tema (Comentarios a Marcos 10, 17-27):