La situación histórica de conflicto entre ser y deber ser se describe desde la fe con el término “pecado original”. Se ha dicho antes que la dignidad del ser humano se cimienta en la unidad del hombre con Dios. Sin embargo, la situación histórica del hombre es que él rompió su relación con Dios. Esta fractura en el núcleo mismo de su existencia trae como consecuencia una triple ruptura ulterior:
- efectivamente, se deriva de ella una ruptura en su mismo yo;
- una ruptura en la relación entre hombre y mujer,
- y, finalmente, una ruptura entre ser humano y creación (MD 9).
La superación del pecado —la redención— debe, por tanto, manifestarse también en la superación de esta perversión, en el restablecimiento de un orden conforme a la creación, en el retorno del “objeto al co-sujeto” (MD 10). En relación con esto, el Papa Juan Pablo II, en su Carta Mulieris Dignitatem, ilustra insistentemente cómo la acción redentora de Cristo comporta también el restablecimiento de los derechos y de la dignidad de la mujer. Esto lo hace esencialmente desarrollando tres líneas de pensamiento:
a) El Santo Padre describe ampliamente la actitud abierta y sin prejuicios de Jesús hacia las mujeres a lo largo de toda su trayectoria terrena, antes y después de la resurrección. Muestra que tanto en su enseñanza como en su comportamiento “no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la mujer...; por el contrario, sus palabras y sus obras expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer” (MD 13). Esto no es de hecho una apertura superficial y sin importancia en la acción de Jesús, sino que más bien su actitud “es el reflejo del designio eterno de Dios” (MD 13).
b) Cristo ha abolido el derecho concedido al hombre, en la ley de Moisés, de repudiar a su mujer. A esta tradición jurídica de carácter humano, él contrapone el orden de la creación: los dos, hombre y mujer, deben ser según la voluntad de Dios una sola carne, ligados recíprocamente en una humanidad indisoluble (MD 20).
c) En el momento en que se suprime el derecho del hombre a repudiar a su mujer, es necesario establecer entre los dos una relación nueva desde sus bases. Estas consecuencias están delineadas en la Carta a los Efesios (5, 21-33) donde el texto de la creación sobre el matrimonio ha de ser releído e interpretado a partir de Cristo. Con los más recientes exegetas, el Papa considera el versículo 21 del capítulo quinto como título de todo el párrafo: “Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo”. En esta sumisión recíproca, que se opone a la precedente dominación, el Santo Padre descubre la “novedad evangélica”, la fundamental superación de la discriminación de la mujer provocada por el pecado. Este nuevo y decisivo paso hacia adelante no se cancela en absoluto por el hecho de que a continuación en el texto bíblico el hombre es designado como cabeza de la mujer, De hecho esta formulación recibe su significado auténtico mediante su referencia cristológica: ser cabeza significa, a partir de Cristo, entregarse a sí mismo por la mujer (Ef 5, 25; MD 24). Por lo demás, si lo antiguo aparece todavía en el lenguaje, esta novedad, que deriva justamente de Cristo, “ha de abrirse camino gradualmente en los corazones... en las costumbres. Se trata de un llamamiento que, desde entonces no cesa de apremiar...” (Ef 5, 25; MD 24).
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