En diversas partes del planeta las mujeres se enfrentan a diferentes problemas y desafíos. En el mundo occidental todavía sufren, a veces, la discriminación en el campo laboral; a menudo se ven obligadas a elegir entre trabajo y familia; su vida de novias, esposas, madres, hermanas, abuelas, no pocas veces conoce, por desgracia, la violencia. En los países en vías de desarrollo y en los más pobres son las mujeres las que llevan sobre sus hombros el mayor peso; ellas son las que recorren kilómetros al día en busca de agua; las que muy a menudo mueren al dar a luz a un hijo; las que son secuestradas para fines de explotación sexual u obligadas a casarse en edad demasiado joven o en contra de su voluntad; a veces incluso se les niega el derecho a la vida sólo por ser mujeres.
Mujeres víctimas de la filosofía “usar y tirar”, obligadas a vender la dignidad por un puesto de trabajo, obligadas a prostituirse en la calle, propuestas como objeto del deseo en los periódicos, en televisión e incluso en los supermercados para colocar un producto. El sistema de pisotear a la mujer porque es mujer y de no considerarla una persona está bajo los ojos de todos; y enseñaría mucho un peregrinaje nocturno por las calles de la ciudad donde a las chicas se les pregunta solo: ¿Cuánto cuestas?.
La enseñanza de Jesús que ha cambiado la historia y volvió a dar a la mujer plena dignidad, aliviando a todas aquellas que estaban despreciadas, marginadas, descartadas: Mateo 5, 27-32. El Señor parece fuerte, también radical, cuando dice:
“Quien mira a una mujer con el corazón posesivo, con el corazón sucio es un adúltero” y después “quien repudia a la mujer, la deja sola, la arroja al mercado del adulterio”.
Estas palabras, fueron dichas en una cultura en la cual la mujer era de “segunda clase” —por decirlo con un eufemismo— ni siquiera de segunda, era esclava, no gozaba ni siquiera de la plena libertad. Las de Jesús son palabras fuertes, palabras que cambian la historia. Realmente, la doctrina de Jesús sobre la mujer cambia la historia. Y así una cosa es la mujer antes de Jesús, otra cosa es la mujer después de Jesús. En sustancia, Jesús “dignifica” a la mujer y la pone al mismo nivel que el hombre, porque toma aquella primera palabra del Creador: los dos son “imagen y semejanza de Dios”, los dos: no primero el hombre y después, un poco más abajo, la mujer; no; los dos. Tanto que, el hombre solo sin la mujer al lado —tanto como madre, como hermana, como esposa, como compañera de trabajo, como amiga— no es imagen de Dios.
Y de nuevo, en el pasaje evangélico de Mateo hay una palabra que me ha tocado el corazón: cualquiera que mire a una mujer para “desearla” ya ha cometido adulterio con ella en el propio corazón. Esta palabra es muy actual. Porque en los programas televisivos, en las revistas, en los diarios, se dejan ver las mujeres como un objeto del deseo, de uso, como una parte del supermercado: esto se puede comprar, esto se puede usar.
De tal modo, las mujeres son objeto y para vender, tal vez, un tipo especial de tomates se usa a una mujer, allí, como objeto del deseo: humillada, sin ropa, porque la mujer se ha convertido, también hoy, en un objeto de uso. Y la enseñanza de Jesús, que “dignificó” a la mujer y nos hizo recordar que con el hombre eran imagen y semejanza de Dios, con el tiempo cae otra vez.
Hay ciudades, culturas, países donde las mujeres todavía son esclavas, no pueden hacer esto, no pueden hacer lo otro. Pero no hay que ir muy lejos: permanezcamos aquí, donde nosotros vivimos, miremos la televisión y las mujeres todavía son objeto de uso; peor, son objeto de esa filosofía de usar y tirar. Parece que no son personas.
Rechazar a la mujer es un pecado contra Dios creador porque sin ellas nosotros hombres no podemos ser imagen y semejanza de Dios. Hoy, hay un ensañamiento contra la mujer, un ensañamiento feo, incluso latente. ¿Pero cuántas veces las chicas para tener un puesto de trabajo deben venderse como objeto de usar y tirar? ¿Cuántas veces?. Y esto sucede aquí en Roma. No es necesario ir lejos. En las oficinas, en las empresas. He aquí que, rechazar a la mujer entra en esta cultura del descarte y la mujer se convierte en material de descarte: se usa y se tira.
Es más: ¿Qué veríamos si hiciéramos un “peregrinaje nocturno” a ciertos lugares de la ciudad?. A muchas mujeres, muchos migrantes, muchos no migrantes, explotados, como en un mercado. Los hombres se acercan a estas mujeres no para decir “buenas tardes”, sino para preguntar: “¿cuánto cuestas?, esta es la pregunta. Y lavamos nuestra conciencia ante esto diciendo que son prostitutas. Pero la hiciste prostituta, como dice Jesús: el que la repudia la expone al adulterio, porque no tratas bien a la mujer y la mujer termina así, incluso explotada, esclava, muchas veces.
Aquí hay mujeres: pero ustedes, mujeres que están aquí, piensen, piensen en estas hermanas, son mujeres como ustedes, rechazadas, como si estuvieran sucias, pero antes usadas. Y así, que la “peregrinación nocturna” nos enseñaría a mirar y luego decir: Soy libre, yo, mujer, soy libre y estos son esclavos, esclavizados por este pensamiento del descarte”. Pero, ¿cuántos de ustedes rezan por mujeres descartadas, por mujeres usadas, por niñas que tienen que vender su dignidad para conseguir un trabajo?.
Todo esto sucede aquí en Roma, sucede en todas las ciudades, las mujeres anónimas, las mujeres, podemos decir, “sin mirada”, porque la vergüenza cubre la mirada; mujeres que no saben cómo reírse y muchas de ellas no saben, no conocen la alegría de la lactancia materna y escuchar llamarse “madre”. Pero, señaló, existe incluso en la vida cotidiana, sin ir a esos lugares, esta fea idea de rechazar a la mujer como si fuera un objeto de “segunda clase”. Y para esto, sugirió, debemos reflexionar mejor porque al hacer esto o decir esto, al entrar en este pensamiento, despreciamos la imagen de Dios, que hizo al hombre y a la mujer juntos a su imagen y semejanza.
Los temas relacionados con la vida están intrínsecamente vinculados a lo social; cuando defendemos el derecho a la vida, lo hacemos para que esa vida pueda, desde su concepción hasta su fin natural, ser una vida digna, que no conozca las heridas del hambre y la pobreza, la violencia y la persecución.
Que este pasaje del Evangelio nos ayude a pensar en el mercado de las mujeres, en el mercado, sí: la trata, la explotación, lo que se ve. Invito a pensar también en el mercado que no se ve, el que se hace y no se ve. Porque se pisotea a la mujer porque es mujer.
Jesús tuvo una madre y tuvo muchas amigas que lo siguieron para ayudarlo en su ministerio, para sostenerlo. Además, Jesús encontró a muchas mujeres despreciadas, marginadas, descartadas: y con cuánta ternura, con cuánto amor las alivió, les dio de nuevo la dignidad. Con este espíritu, recemos por todas las mujeres despreciadas, marginadas, descartadas y también hagamos como Jesús: tratemos a las mujeres como lo que falta a todos los hombres para ser imagen y semejanza de Dios.
Papa Francisco