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1. El mal moral
El hombre, hoy más que en cualquier otro tiempo, es particularmente sensible a la grandeza y a la autonomía de su tarea de investigador y dominador de las fuerzas de la naturaleza. Sin embargo hay que hacer notar que existe un grave obstáculo en el desarrollo y en el progreso del mundo. Este está constituido por el pecado y por la cerrazón que supone, es decir, por el mal moral.
De esta situación da amplia cuenta la Constitución conciliar "Gaudium et spes".
"Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios" (Gaudium et spes, 13).
Por eso, como consecuencia inevitable:
"el progreso humano, altamente beneficioso para el hombre, también encierra sin embargo una gran tentación; pues los individuos y las colectividades, subvertida la jerarquía de los valores y mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Lo que hace que el mundo no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad, mientras el aumento del poder de la humanidad está amenazado con destruir el propio género humano" (Gaudium et spes, 37).
El hombre moderno es justamente consciente de su propio papel, pero:
"si [...] autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios, y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad de estas palabras. La criatura sin el Creador se esfuma [...] Más aún, por el olvido de Dios, la propia criatura queda oscurecida" (Gaudium et spes, 36).
2. Superar el mal
Recordemos primero un texto que nos hace captar la "otra dimensión" de la evolución histórica del mundo, a la que se refiere siempre el Concilio:
"El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución" (Gaudium et spes, 26).
Superar el mal es al mismo tiempo querer el progreso moral del hombre, por el que su dignidad queda salvaguardada, y dar una respuesta a las exigencias esenciales de un mundo "más humano". En esta perspectiva, el reino de Dios que se va desarrollando en la historia, encuentra en cierto modo su "materia" y los signos de su presencia eficaz.
El Concilio Vaticano II ha puesto el acento con mucha claridad en el significado ético de la evolución, mostrando cómo el ideal ético de un mundo "más humano" es compatible con la enseñanza del Evangelio. Y aun distinguiendo con precisión el desarrollo del mundo de la historia de la salvación, intenta al mismo tiempo poner de relieve en toda su plenitud los lazos que existen entre ellos:
"Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre, 'el reino eterno y universal; reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz'. El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará la perfección" (Gaudium et spes, 39).
El Concilio afirma el convencimiento de los creyentes cuando proclama que:
"la Iglesia reconoce cuanto de bueno se halla en el actual dinamismo social: sobre todo la evolución hacia la unidad, el proceso de una sana socialización y una solidaridad civil y económica. La promoción de la unidad concuerda con la misión íntima de la Iglesia, ya que ella es 'en Cristo como sacramento o señal e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano...' Pues las energías que la Iglesia puede comunicar a la actual sociedad humana radican en esa fe y en esa caridad, aplicadas a la vida práctica. No radican en el mero dominio exterior ejercido con medios puramente humanos" (Gaudium et spes, 42).
Por este motivo se crea un profundo lazo y finalmente una elemental identidad entre los principales sectores de la historia y de la evolución del "mundo" y la historia de la salvación. El plan de la salvación hunde sus raíces en las aspiraciones más reales y en las finalidades de los hombres y de la humanidad. También la redención está continuamente dirigida hacia el hombre y hacia la humanidad "en el mundo". Y la Iglesia se encuentra siempre con el "mundo" en el ámbito de estas aspiraciones y finalidades del hombre-humanidad. De igual modo la historia de la salvación transcurre en el cauce de la historia del mundo, considerándolo en cierto modo como propio. Y viceversa: las verdaderas conquistas del hombre y de la humanidad, auténticas victorias en la historia del mundo, son también "el substrato" del reino de Dios en la tierra" (ver Karol Wojtyla, Alle fonti del rinovamento, págs. 150-160).
Leemos a este propósito en la Constitución Gaudium et spes:
"la actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre... Tal superación rectamente entendida es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Así mismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un planteamiento más humano en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos... Por tanto, esta es la norma de la actividad humana: que, de acuerdo con los designios y voluntad divinos, se conforme al auténtico bien del género humano y permita al hombre, como individuo y miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación" (Gaudium et spes, 35; ver también 59).
Así continúa el mismo documento :
"El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor; pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano. Para cumplir todos estos objetivos, hay que proceder a una renovación de los espíritus y a profundas reformas de la sociedad. El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución" (Gaudium et spes, 26).
La adecuación a la guía y a la acción del Espíritu Santo en el desarrollo de la historia acontece mediante la llamada continua y la respuesta coherente y fiel a la voz de la conciencia: "La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales, que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad" (Gaudium et spes, 16).
3. Conclusiones
El Concilio recuerda con realismo la presencia en la efectiva condición humana del obstáculo más radical al verdadero progreso del hombre y de la humanidad: el mal moral, el pecado, como consecuencia del cual:
"el hombre se encuentra íntimamente dividido. Por eso, toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas" (Gaudium et spes, 13).
La del hombre es
una "lucha que comenzó al principio del mundo y durará, como dice el Señor (ver Mt 24, 13; 13, 24-30, 36-43) hasta el último día. Metido en esta batalla, el hombre ha de combatir sin parar para adherirse al bien, y no puede conseguir su unidad interior sino a precio de grandes fatigas, con la ayuda de la gracia de Dios" (Gaudium et spes, 37).
Como conclusión podemos decir que, si el crecimiento del reino de Dios no se identifica con la evolución del mundo, sin embargo es verdad que el reino de Dios está en el mundo y antes que nada en el hombre, que vive y trabaja en el mundo. El cristiano sabe que con su compromiso a favor del progreso de la historia y con la ayuda de la gracia de Dios coopera al crecimiento del reino, hasta el cumplimiento histórico y escatológico del designio de la Divina Providencia.