¿Tengo vocación a la vida consagrada?
No se puede decir: “El que por su culpa haya sido infiel a su vocación, necesariamente se condenará”. ¡No! ¡Es falso! Porque cualquiera que sea el pecado cometido, y por muy grave que sea, si uno se humilla y pide perdón a Dios, Él lo perdona y concede todos los medios necesarios para salvarse.
Sin embargo, es verdad que un hombre que, por su culpa, se pone fuera del camino al que Dios lo llama de manera cierta e insistente -porque hay llamados más insistentes que otros-, se priva de muchas gracias y pone en riesgo su salvación. Si San Francisco de Asís hubiera seguido como comerciante de telas, o si San Ignacio hubiera continuado como caballero de la Corte, uno puede preguntarse qué habría sido de ellos.
¡Cuántas jóvenes se habrían santificado, habrían progresado en el amor divino, habrían atraído toda clase de bendiciones sobre la tierra tomando a Jesús por Esposo y, en cambio, casadas sin vocación con un marido vicioso y light, en medio de pecados de toda clase y con muy poco auxilio religioso, tendrán un destino totalmente distinto!
Igualmente ¡cuántos jóvenes habrían tenido una vida fecunda en méritos para la gloria de Dios, y en cambio, casados sin vocación con una mujer superficial, egoísta u obstinada, se instalaron en el pecado para tener tranquilidad en el hogar.
¡Cuántas veces la elección del servicio que más generosidad le requería, habría arrancado al llamado de la mediocridad y, por lo mismo, de muchas caídas!
Así, pues, es de máxima importancia plantearse esta pregunta: “¿Tengo vocación a la vida consagrada?”
Hubo hombres que jamás habían pensado en esto hasta que un día, planteándose la pregunta, empezaron a llevar una vida totalmente diferente que los condujo a la santidad; más aún, se convirtieron en instrumentos de salvación en manos de Dios para millones de personas: San Pablo, San Francisco Javier, San Alfonso María de Ligorio, y otros.
Todo joven católico debe plantearse un día esta pregunta de consecuencias incalculables.
Un joven cualquiera, despierto, inteligente que se casaría de buena gana, con varias muchachas rondando, que no tendría más que hacer un gesto, pero, impresionado por la falta de obreros en la mies, por el gran número de personas que se pierden por falta de apóstoles, ve todas las consecuencias que tendría para la salvación de esas personas si consagrara toda su vida al servicio de Dios y renunciara a las alegrías del matrimonio, ve las consecuencias de este don de sí mismo en un Francisco Javier, en un Juan Bosco, en un Vicente de Paúl, en un Juan María Vianney, y se dice a sí mismo: “¿Y por qué yo no?”. Y reúne las 5 señales o condiciones::
- Comprende la eficacia que tendría su sacrificio para el servicio de Dios y de la Santa Iglesia: ¡Tantas familias transformadas! ¡Y cómo él mismo se santificaría mejor!
- Tiene las disposiciones necesarias.
- Si se entrega a Dios, está decidido a cumplir, con la ayuda de la gracia, las obligaciones que correspondan.
- No hay “contraindicaciones”.
- Puede encontrar fácilmente un Obispo o una Congregación que lo acepte.
¿Este joven puede preguntarse: “¿Dios me llama a la vida consagrada? ¿Le entrego mi vida? ¿Me doy a su servicio?” ¡Por supuesto que sí! Este joven puede considerar como dirigidas a él mismo las palabras del divino Maestro: “¡Si quieres ser santo, vende todos tus bienes, dáselos a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y luego ven y sígueme!" (Mt 19,21)
“Ningún motivo, dice San Ignacio, debe determinarme a escoger o rechazar estos medios, sino sólo el servir y alabar a Dios Nuestro Señor y la salvación eterna de mi alma” (nº 169).
Santo Tomás dice que hacen falta más razones para no hacerse religioso que para hacerse religioso (ver ST II-II, a. 10, q. 189). En ese mismo artículo repite varias veces: “Sobre todo, no vayas a buscar consejo en aquellos que puedan impedírtelo”, y cita estas palabras de San Jerónimo: “Así que apresúrate, y si te encuentras en medio de las olas, corta la soga en vez de perder el tiempo en desatarla”.
Así pues, una vez que hayas resuelto la cuestión de la vocación delante de Dios, deja de consultar aquí y allá y de dudar: Esta es una treta clásica del demonio para enredar y desalentar a gran número de jóvenes.
Los padres no tienen derecho a impedir que un hijo se entregue a Dios, ni siquiera a exigirle un tiempo de espera demasiado largo: por ejemplo, a que haya terminado sus estudios o tenga una buena posición económica. Esto es un abuso del que tendrán que dar cuenta a Dios. El joven que, llamado por Nuestro Señor, le pidió la demora necesaria para enterrar a su padre y a su madre antes de seguirle, no volvió más (ver Mt 8, 21-22).
Joven que sientes el llamado, no hagas esperar a Dios, sino entrégate generosamente a Cristo, apenas se te haya clarificado el tema de la vocación, y pasa a su realización en cuanto puedas. No debes hacer esperar a Nuestro Señor. Así, pues, joven, ¡decídete!
San Ignacio te pregunta (nº 185,187):
- “A un joven que estuviera en tu misma situación, ¿qué le aconsejarías hacer para la mayor gloria de Dios y la mayor perfección de su alma?”
- “En el día de tu muerte, ¿qué querrías haber elegido hoy?”
- “Tus diversos argumentos en favor o en contra de la vocación, sean los que sean, ¿qué valen delante de Dios?”
Y no lo dudes más. Obra en consecuencia. ¡Si quieres ser santo…! Comprende la gracia, comprende el honor que se te hace. “No me han elegido ustedes a Mí, sino que Yo los elegí a ustedes, y los he puesto para que vayan, y lleven fruto, y su fruto permanezca” (Juan 15, 16).
Las 5 señales de vocación
Ponemos aquí las 5 señales, que te mostrarán joven, si tienes derecho y quizás la obligación de decir: “¡Aquí estoy, Señor!”
Son 5 señales que te dan la certeza de que puede avanzar con seguridad de conciencia a ser un candidato a la vida consagrada :
Foto de Anna Shvets |
Hablando de quienes guardan virginidad por causa del reino de los cielos, Nuestro Señor nos dice que esto no se puede comprender sin una gracia especial: “No todos comprenden esta palabra, sino sólo aquellos a quienes ha sido dado” (Mateo 19,11). No se trata de saber si, en teoría, la vocación religiosa es más elevada que el camino común; sino de saber si tú, en la práctica, con tus cualidades concretas, servirás mejor al Señor en este estado. Así pues, si lo comprendes, ya tienes una primera indicación divina.
Señal 2: Tienes las disposiciones requeridas
Ejemplos de disposiciones requeridas: un mínimo de capacidad intelectual, si hay que realizar estudios; un mínimo de salud, si hay que salir a misionar, etc.; y para toda vocación, tener sentido común.
Señal 3: No tienes contraindicaciones
Sabido es que en medicina existe lo que se llama “contraindicación”; por ejemplo, quien está enfermo del corazón, no puede hacer el trabajo de aviador o de peón, etc.; quien tiene el hígado enfermo, no puede comer demasiado chocolate; quien tiene una mala visión, no puede trabajar en los ferrocarriles, etc.
Del mismo modo, hay “contraindicaciones” para una vocación. Algunas son de derecho natural, otras vienen impuestas por el Derecho Canónico; por ejemplo: un joven, único sostén de una familia pobre, o un hombre que tiene deudas o pleitos judiciales, no puede entrar en el noviciado sin haber solucionado previamente estos problemas; un hijo ilegítimo generalmente no puede ser sacerdote. Dígase lo mismo respecto de quienes padecen ciertos defectos físicos o psíquicos importantes, o han incurrido en ciertas faltas públicas, por lo menos para ciertas vocaciones; asimismo, cuando eres un joven que ha adquirido ciertos vicios o adicciones de las cuales es muy difícil que consigas corregirte, etc.
Señal 4: Estás dispuesto a la renuncia evangélica
“Mejor no hacer voto, que hacerlo y no cumplirlo”, dice el Eclesiástico (5, 4). Si no quisieras, por ejemplo, guardar castidad, pobreza u obediencia, no debes comprometerse en la vida religiosa. Si eres un joven que peca habitualmente contra la castidad, no debes seguir adelante sin llevar corregido de esta mala costumbre por lo menos tres años: “Una larga castidad, dice San Bernardo, es una segunda virginidad”.
Señal 5: Encontrar un Obispo o una Congregación que te acepte.
Esta es la señal oficial del llamamiento de Dios. Si no encuentras ningún Obispo ni Congregación que te acepte, quedate en paz, es señal que Dios no te llama.
Sin embargo, ¡cuidado! No hay que juzgar la cosa precipitadamente o sin la debida reflexión. Puede ser que no te convenga tal o cual Congregación, pero encajes perfectamente bien en tal otra. Del mismo modo, quien juzgue a primera vista que un niño no tiene vocación puede equivocarse. Es legítimo insistir y probar en otro lugar cuando reúnes las 4 señales anteriores.
2 pasos para descubrir la vocación religiosa
Paso 1
Para descubrir la vocación sacerdotal o a cualquier forma de vida religiosa debes escuchar convenientemente el llamado de Dios. El mejor medio para ello es la oración fervorosa, y recibir dignamente los sacramentos, cosa que implica un estado habitual de gracia o amistad con Dios. De este modo, joven o no tan joven, te dispones a oír el llamado divino, pues Dios sólo habla a los que están dispuestos a escuchar y a actuar.
Sin embargo, este llamado divino no se manifiesta principalmente mediante emociones fuertes ni sentimientos intensos. Tales consuelos sensibles a veces ayudan a reconocer que se tiene vocación, pero no indican un llamado al sacerdocio. Una verdadera vocación se expresa mediante un deseo firme, determinado y constante de servir a Dios sacrificándose a sí mismo por el bien de los demás. Este deseo desinteresado fue la motivación principal de Cristo mientras vivió en la Tierra, y lo mismo debe ser para todos los futuros sacerdotes.
Paso 2
Una vez que reconoces que tienes este deseo persistente, debes consultar con un sacerdote y tratar de entrar a una casa de formación o seminario, siempre y cuando no haya mayores impedimentos, obviamente. Éste paso es el más importante para cumplir con la vocación sacerdotal.
El deber de discernir el llamado de un candidato recae principalmente en el formador o rector del seminario y en el director espiritual del candidato, ya que Dios, mediante un nombramiento del ordinario, ha designado a tales personas especialmente para esta tarea difícil e importante. Mientras el aspirante a sacerdote sea honesto y sincero en sus acciones y palabras, la verdadera naturaleza de su vocación seguramente se verá con claridad.
El aspirante a sacerdote, además de la piadosa intención de honrar a Dios y de servir a las almas, debe igualmente demostrar una capacidad académica, disciplina moral, salud psicológica, sentido común y madurez intelectual. Todas estas cualidades son esenciales para un ministerio sacerdotal fructuoso. Tampoco debe dejarse llevar por sus emociones, estar apegado a los placeres físicos, ni desear recibir elogios y renombre mundanos. Tales defectos obstaculizarían gravemente sus deberes pastorales y arruinarían su relación con Dios.
El papa Pío XI da un excelente resumen de las cualidades que los obispos, rectores de los seminarios y directores espirituales deben buscar y fomentar en todos los aspirantes al sacerdocio:
"El director del seminario con amor sigue a los jóvenes confiados a su cuidado y estudia las inclinaciones de cada uno. Su ojo vigilante y experimentado percibirá, sin dificultad, si uno u otro tiene, o no tiene, una verdadera vocación sacerdotal. Ésta [...] no se establece tanto mediante algún sentimiento interior o por sentirse atraídos a la devoción, la cual a veces puede estar ausente o ser apenas perceptible, sino más bien por una intención recta en el aspirante junto con una combinación de cualidades físicas, intelectuales y morales que lo hagan digno de este estado de vida. Debe mirar el sacerdocio únicamente desde el noble motivo de consagrarse al servicio de Dios y la salvación de las almas. Asimismo debe tener, o al menos esforzarse sinceramente para adquirir, una piedad sólida, una pureza perfecta de vida y suficientes conocimientos [...] así demuestra que está siendo llamado por Dios al estado sacerdotal."
"El que, por otra parte, instado tal vez por unos padres imprudentes, ve este estado como un medio para obtener ganancias temporales y terrenales que imagina y desea tener en el sacerdocio; [...] el que es intratable, rebelde o indisciplinado, tiene poco gusto por la piedad, no es laborioso y muestra poco celo por las almas; el que tiende de forma especial a la sensualidad y después de intentarlo por largo tiempo no ha demostrado que la pueda dominar; el que no tiene aptitud para el estudio y no podrá seguir los cursos prescritos con el éxito debido; todos estos casos muestran que esos aspirantes no son aptos para el sacerdocio.” (Papa Pío XI, Ad Catholici Sacerdotii)
La preparación para la auténtica vida sacerdotal es, por lo tanto, rigurosa y difícil, pero no queda sin recompensa. Cristo mismo, cuando Sus Apóstoles –los primeros sacerdotes– le preguntaron cuál sería su recompensa, les respondió:
"Y cualquiera que haya dejado casa o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, y esposa, o hijos, o heredades por causa de mi nombre, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.” (Mt 19,29)
Respuesta a las 5 objeciones comunes sobre la vocación
Objeción 1: Si todo el mundo debería entregarse a Dios, sería el fin del mundo
El santo padre Berthier respondía: ¡Sería el más hermoso fin del mundo! Pero tranquililos, está el “Si quieres ser santo”, y muchos, por desgracia, no quieren; y además, las 5 señales de que hemos hablado eliminan a muchos.
Con todo, ya que nuestra peregrinación terrestre nos ha sido concedida como medio para amar y servir a Dios libremente aquí en la tierra, y merecer gozar de El en un éxtasis de contemplación y de amor en el cielo, debemos elegir todo lo que más nos ayude a ello. Es Dios quien nos invita.
Objeción 2: Tengo una inclinación hacia el placer sexual. ¿No es eso un obstáculo a la vocación?
—No, salvo una inclinación profundamente arraigada.
San Alfonso se enojaba cuando se objetaba, contra la vocación, la concupiscencia de la carne: “¿Pero crees acaso —decía— que la carne no te tentará en el matrimonio? Tendrás allí más ocasiones de pecados internos y externos. En la vida religiosa tendrás muchas menos ocasiones de pecado, y muchos más auxilios. Sería un pecado contra la esperanza creer que con todos estos auxilios que da la regla, no se puede resistir a los demonios”.
¡De hecho, y eso no se sabe tanto, es relativamente fácil practicar la castidad en la vida religiosa! El que observa la modestia de los ojos y de los demás sentidos, el que tiene en cuenta la regla a observar en las relaciones con el mundo exterior, el que huye de las ocasiones de pecado, el que reza y se confía a María Santísima, que practica un poco de mortificación, que se abre filialmente a su director de conciencia respecto de sus faltas y tentaciones, que contraataca con oración y penitencia apenas el tentador se le aproxima, ese practicará fácilmente la castidad santa. Es una de las gracias y de alegrías las más puras de la vida religiosa.
Objeción 3: No conozco a todas las Congregaciones para poder elegir
No es necesario conocerlas a todas para poder decidirse, igual que no es necesario conocer a todas las mujeres del mundo para casarse, o probar todos los zapatos del país para decidirse a comprar un par. Dios nos guía, si Él te llama, te hará conocer la Congregación en que te quiere, o si te quiere en el clero diocesano.
En sí, todas las Congregaciones aprobadas por la Iglesia pueden llevar a la santidad religiosa. Sin embargo, cada cual puede escoger la que mejor se adapta a sus aspiraciones o a su debilidad, o que responde a una necesidad más urgente. San Alfonso recomienda sobre todo no elegir una comunidad relajada o contaminada por la mala doctrina.
Objeción 4: Conozco a alguien que hizo los votos sin tener vocación
San Ignacio responde: “Quien entró en una Congregación con votos perpetuos y lo hizo sin intención recta, como por ejemplo para dar gusto a sus familiares o tener una buena posición, debe arrepentirse de ello y esforzarse en llevar una vida santa en el estado en que ya se ha comprometido” (nº 172). Dios lo ayudará.
Objeción 5: Conozco a alguien que duda de su vocación
Quien entró en un estado de vida aprobado por la Iglesia con intención recta y con el llamamiento legítimo de los superiores, no está fuera de su camino: “El demonio es un mentiroso” (Juan 8, 44).
Quien se encuentra en esta situación no debe preocuparse ni cambiar de vida. Simplemente ha de despreciar esas tentaciones. Nadie se equivoca entregándose a Dios.
Si el enemigo intentara de nuevo traerlo a sentimientos de estrecho egoísmo, el elegido del Señor ha de rechazar al demonio renovando de todo corazón su consagración total por medio del Corazón Inmaculado de María, y pidiendo auxilio a San José, terror de los demonios; y luego, seguir cumpliendo fielmente, sin discusiones interiores, sus deberes de estado. El demonio no tardará en huir.
Si la oración es el gran medio para conocer la propia vocación y responder a ella, es también el gran medio para perseverar. “El que reza se salva, y el que no reza se condena”, escribía San Alfonso. Y añadía: “Todos los condenados están en el infierno porque dejaron de rezar, y no estarían allí si no hubieran dejado de hacerlo”. San Bernardo, por su parte, exclamaba ante las trampas del demonio: “María es toda la razón de mi esperanza”. ¿Cómo podría la Madre de la Iglesia, la Reina de los Apóstoles, abandonar a los “consagrados” que la llaman? “En la tempestad, mira a la Estrella, invoca a María”, repetía San Bernardo.
La perseverancia de un alma consagrada es muy fácil, a condición de que se pongan los medios.
“¡Sé en quien he creído!” (2 Tim. 1, 12). Dios no abandona nunca a quienes confían en Él. “No abandona si no es abandonado”, dice San Agustín. Nosotros podemos abandonar a Dios, pero Él nunca nos abandona a nosotros.
“El temor de los que temen no poder llegar a la santidad si ingresan en religión no es razonable”, dice Santo Tomás. Y cita las palabras de San Agustín: “¿Por qué vacilas? Échate en Él. No temas. Él no se apartará de ti para dejarte caer. Échate en Él con toda seguridad. Él te recibirá y te guardará” (Conf. 8).