¿Porqué los sacerdotes no se casan?

Respuesta rápida: Los sacerdotes del Nuevo Testamento no se casan porque tienen como misión dar a los necesitados las riquezas y el amor esponsal y paternal de Cristo (1) y celebrar la Misa cotidianamente (2).

Foto de Uriel Venegas

Respuesta detallada: 

1. Por un lado, los sacerdotes renunciando al matrimonio entregan a los necesitados el amor esponsal de Cristo, que quiso hacerse uno con ellos (ver Mt 25, 31-46). Los levitas, la tribu sacerdotal de la Antigua Alianza, vivían en una cierta pobreza debido a que fueron excluidos del reparto de la herencia y no les fue dada ninguna porción de la tierra prometida y tampoco podían tomar una parte de los botines cuando se conquistaba una ciudad, porque su riqueza no debía ser poseer tierras, sino estar dedicados a interceder por todas las otras tribus en el culto al Señor (Ver Deut 18,1-2; Num 18,20; Jos 13,14; Salmo 16,5). En la Alianza Nueva y Eterna, los sacerdotes, viven en una cierta pobreza debido a que no les es dada mujer ni hijos porque su riqueza no debe ser amarlos o tenerlos a ellos sino consagrarse a darle a los necesitados las riquezas y el amor esponsal y paternal de Cristo (ver 2Cor 8,9; Lc 4,18). 

Volviendo a la Antigua Alianza, si bien la tribu sacerdotal no recibió tierras como las otras tribus, tenían que vivir en algún lado. Entonces, cada tribu dio ciertas ciudades con sus campos a la tribu de Leví (Josué 21,4-42). Así, quiso Dios que los sacerdotes se “esparcieran” a lo largo de toda la tierra de Israel para que no se dediquen a gobernar una porción ni a hacer la guerra y así cada tribu tuviera una presencia sacerdotal en medio suyo. Con mucha más razones, los sacerdotes de Cristo también deberán estar en todas partes. Es elocuente que aquellos sacerdotes recibieran las ciudades después que las demás tribus, signo de que el sacerdocio debía ser para servir, no para ser servidos, como lo proclamaría Jesús (ver Mt 20,28; Mc 10,15; Lc 22,27), y es propio del pastor hacer entrar a las ovejas primero (ver Mt 20,27; Mc 9,35).

El patriarca Jacob había lanzado una maldición sobre la violencia de Leví y su tribu (Gen 49,5-7). Porque las espadas de los levitas, que debían ser usadas para proteger el honor del Señor, fueron usadas para su  propia venganza. Y si bien, a causa de su pecado la tribu de Leví fue dispersada por Israel, Dios por su misericordia y por fidelidad a sus promesas (Éxodo 32,29), obró convirtiéndolos en la tribu sacerdotal: Nunca tuvieron su propia tierra como las otras tribus, pero el oficio sacerdotal de los levitas era un honor. Jesús y sus sacerdotes, obran la restauración del pecado no tan sólo de Leví y su descendencia, sino del pecado de Adán y toda su descendencia (ver Rom 5,12-21), es decir, de la humanidad entera, a través de su intercesión sacerdotal (ver Heb 7).

2. Por otro lado, los sacerdotes de la Antigua Alianza tenían que guardar abstinencia sexual en los períodos en los que debían dedicarse al culto en el Templo. Y cómo se dedicaban a eso no de forma permanente sino por turnos, el matrimonio y el sacerdocio antiguos eran compatibles. Pero como para los sacerdotes de la Nueva Alianza la celebración del culto eucarístico tiene una periodicidad regular y, muy frecuentemente, diaria, su situación es muy distinta, ya que desde su consagración, estarán dedicándose permanentemente al culto. En consecuencia, esto excluye el matrimonio, donde la abstinencia sexual puede ser periódica pero no permanente.

Así, los sacerdotes católicos están imposibilitados de casarse para estar “en funciones” diariamente, o mejor, para esta cotidianamente “en presencia del Señor y servirlo” (cfr. Plegaria Eucarística II)

Tanto el matrimonio sacramental como el sacerdocio ordenado implican la donación total del hombre y, por lo tanto, no se pueden vivir al mismo tiempo las dos vocaciones. Entonces los sacerdotes católicos no se casan para ponerse cotidianamente al servicio del Señor en la celebración de la Misa.

En los primeros siglos de la Iglesia, los hombres casados eran ordenados sacerdotes, pero porque se comprometían a vivir en abstinencia sexual, viviendo así lo que se llamaba “el matrimonio de san José”. Estos hombres y sus mujeres se entregaban juntos al Señor. Por lo tanto, todos los diáconos, presbíteros y obispos, independientemente de que estuviesen casados, fueran viudos o célibes desde el día de su ordenación debían hacer abstinencia sexual.

La evidencia histórica muestra que antes del signo VI en las iglesias apostólicas orientales los sacerdotes provinieran en gran parte de candidatos casados pero ancianos, que siempre de acuerdo con sus mujeres, se comprometieran a vivir en total y perpetua continencia. A estos candidatos casados se les exigía la continencia permanente y se les prohibía la convivencia con su mujer.

Estas Iglesias permitieron las relaciones maritales de los esposos casados en el siglo VI pero siempre y cuando no realizaran el servicio en el Altar. Lo cual, además de disminuir el significado esponsal y paternal del sacerdocio, tuvo como consecuencia que en Oriente decayó la celebración diaria de la eucaristía por parte de los sacerdotes casados, ya que no se podían abstener por largos períodos de las relaciones con sus esposas.

En los siglos posteriores, dada la inconveniencia de prohibir permanentemente las relaciones sexuales a los que estaban en santo matrimonio, con mucha lógica en la Iglesia Latina se tendió cada vez más a buscar candidatos célibes.

«Jesús propone duras exigencias a quienes quieren caminar en pos de Él; seguirle supone compartir su vida de profeta que carece de morada; supone asimismo renunciar aún a los deberes de piedad filial, por servicio al Reino. La llamada del Señor debe tener una correspondencia pronta, sin dilaciones, ni aun por motivos familiares... entonces Santiago y Juan, dejando padre, redes y navecilla, siguieron al Salvador, abandonando a la vez los vínculos de la sangre, las ataduras del siglo y la solicitud de la familia. Entonces se oyó por vez primera: «el que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24). Porque no hay soldado que marche a combatir con su esposa.» (San Jerónimo, +420, Carta 22,21, a Eustoquia).


Lecturas para profundizar: 

-Evangelio según Mateo, capítulo 19 (completo)

-Juan XXIII, Encíclica “Sacerdotii nostri primordia”, capítulo II (en especial n. 37)

-Benedicto XVI, Discurso a la curia romana, 22-12-2006

-Benedicto XVI, Diálogo con los sacerdotes, 10-06-2010

-https://es.aleteia.org/2013/09/13/por-que-los-sacerdotes-no-se-pueden-casar/