En nuestros catecismos y en nuestra educación, más nos hablaron de lo que ‘nosotros teníamos que hacer’ para Dios o de lo que teníamos prohibido, que de ‘lo que Él hacía’ por nosotros.
Pero si leemos la Biblia verán que esto de que el hombre tiene que amar a Dios aparece muy pocas veces en el Antiguo y Nuevo testamento. Lo que aparece, en cambio, en cada página, en cada capítulo, de mil maneras, hasta el hartazgo, es que Él nos ama a nosotros.
‘Amar a Dios sobre todas las cosas’ será todo el primer mandamiento que se quiera (ver Mateo 22, 34-40) pero de ninguna manera es la primera verdad o afirmación de la Escritura.
La verdad fundamental, el centro mismo de la Revelación, el cimiento de acero y de piedra del evangelio, es que Dios nos ama a nosotros (ver Christus vivit [CV] 112, 115, 120-122, 126, 129, 153, 161).
Dios es el que está enamorado del hombre. No viene, déspota machista, a decirnos ‘ámenme’, ‘obedézcanme’, sino que, como cualquier enamorado, lo que nos dice antes es “te amo”, “te quiero”. Y como el amor es compartir y solo amando se comparte, porque nos ama, nos pide que amemos, para que podamos nosotros compartir Su felicidad, Su alegría de eternidad.
Foto de MART PRODUCTION |
Amar a Dios no es solamente cumplir órdenes, agachar la cabeza a preceptos, ejercitarnos en virtud y disciplina, ¡qué manera horrible y kantiana e imposible de tratar de ser cristiano! ¡Ser cristiano es estar enamorado!
Pero ¿cómo enamorarme de alguien a quien no conozco, a quien no frecuento, con el cual jamás hablo ni le oigo hablar? ¿Cómo mantener una amistad, un noviazgo, un matrimonio, sin el encuentro, o al menos sin el mensaje, sin la llamada, sin el pensar en el amado? ¿Cómo, pues, enamorarme de Dios sin estudio, sin meditación, sin vida de oración?
¿Pero qué suele ser nuestra vida de relación con Dios, sino, a veces, un precepto más: recitar dos o tres fórmulas “mágicas” antes de acostarme; cumplir porque ‘hay que cumplir’ con el precepto dominical?
No. Hay que aprender a orar. Los cristianos no sabemos rezar. En las iglesias hoy se enseñan muchas cosas, pero nadie enseña a orar. Hay que aprender a ‘sentir’ de alguna manera a Dios: esa palma que nos sustenta en la gravedad de nuestro ser, esa Presencia paterna que lo invade todo (ver CV 113-114), esa Su sonrisa y Su aliento y Su consuelo que me embarga en los ojos cerrados del silencio o que me seduce desde mi Biblia o que me enseña desde mi libro de meditación o que me impulsa desde el ejemplo de sus amigos los santos.
Vivir mi cristianismo en la alegría de haber encontrado el sentido de mi vida (ver CV 248, 280), en los pasos alados de mi alma liberada por Su perdón, en los largos minutos entregado a sus mimos, en la serenidad del templo o en la intimidad de mi habitación o en la amistad fraterna del orar con los hermanos (ver CV 167).
“Amar a Dios sobre todas las cosas”, entonces sí, respuesta de corazón conquistado, enamorado.
Fuente: catecismo.com.ar