13 de junio (1875), sesión grande en el Patronato. Bajo una carpa en el patio, estamos el Prefecto y toda la aristocracia de la ciudad. Leí este informe:
“Señor Prefecto,
Señor Arcipreste,
Damas y caballeros.
En las obras, ustedes lo saben, siempre tendemos a mirar hacia adelante y rara vez tenemos el tiempo de detenernos a mensurar con los ojos el espacio recorrido y describir los detalles de la ruta.
Seguros como estamos de estar en el camino, despreciamos el método de los teóricos estériles que cada día imaginan un nuevo plan de reforma social y jamás lo ponen en práctica.
Sin embargo, no podemos negarnos a presentarles a ciertos intervalos el conjunto de nuestro trabajo, el objetivo de nuestra acción, su marcha y su progreso, no para satisfacer una vana complacencia, sino para avanzar un grado en su simpatía y para asegurar la continuación de su benevolencia y de su generosa colaboración.
Esta es la tarea que emprendo, con la confianza de hacer olvidar los defectos de la historia por el mérito de la concisión.
I. Nuestro objetivo.
– Primero, permítanme recordarles brevemente nuestro objetivo. Demasiadas personas malinterpretan este punto y se imaginan que nuestra única ambición es hacer jugar honestamente a algunos niños los domingos. Elevamos nuestras miras más alto. Nuestro objetivo es la salvación de la sociedad por la asociación cristiana. Invitamos a la clase dirigente a cumplir con el obrero su deber de dirección y de protección que ha negligenciado demasiado.
– Ustedes han formulado muchas veces su tristeza por el aspecto de nuestro estado social. Han deplorado la perdición de los espíritus, distorsionadas por doctrinas perversas, y la corrupción de los corazones librados al odio y al libertinaje. Nuestras obras tienen la pretensión justificada de aportar el remedio a todos estos males. Nuestros jóvenes se nutren aquí de doctrinas sanas, de sentimientos caritativos, de pensamientos de unión y de devoción. Los que son verdaderamente nuestros y que han vivido bastante de nuestra vida, no sólo son sólidos cristianos, sino que también saben practicar las virtudes civiles y privadas. Saben devolver justicia a cualquiera. Son temperados y regulados en sus deseos y tienen la fuerza de alma que hace los hombres de energía y de sacrificio. ¡Feliz la nación que no tuviera sino tales sujetos!
Es por tanto una obra social la que estamos haciendo y eso es lo que nos ha valido el más precioso estímulo. Para alabar y bendecir nuestros esfuerzos, el Soberano Pontífice nos escribió: "Felicitamos a la sociedad civil que ve así a tantos adolescentes y jóvenes, no solamente arrancados del campo de sus adversarios, sino también preparados para su defensa y ahora dispuestos para formar una generación laboriosa, honesta y virtuosa”. Sí, ese será efectivamente el carácter de esta generación. Será laboriosa y no sacrificará por un descanso malsano los más preciados días de la semana. Será honesta, lleva el testimonio sobre su frente. Será virtuosa, porque desarrolla cada día en su corazón el espíritu de sacrificio y de devoción.
– La sociedad toda entera, por lo tanto, se conmovió, y con razón, por el movimiento creado por estas obras. Las examinó y al ver el bien que hacen y las esperanzas que aportan a la patria, acudió a ellas.
– Así que los hombres más distinguidos y eminentes se han complacido en conocer estas obras y presidir las fiestas. Magistrados, prefectos, generales, les prodigan sus felicitaciones y sus alientos; y hoy nos sentimos felices y agradecidos de poseer entre nosotros a los honorables representantes de la autoridad civil y religiosa del departamento y de la ciudad.
– Y entre estas muestras de benevolencia que nos son concedidas, no podría señalar el insigne honor que nuestro amado Pontífice Pío IX acaba de otorgar a nuestro querido presidente. Sin duda, tenía mil derechos a este favor, pero estamos autorizados a creer que su dedicación a nuestra obra también se tuvo en consideración y nos sentimos particularmente conmovidos. A Pío IX, por tanto, nuestro reconocimiento y honor a su caballero.
Esperaba tener que agradecer nuevamente hoy a un representante de estos otros caballeros de la dedicación y de la fe, uno de los nobles oficiales que tan generosamente dedican su demasiado corto tiempo libre a propagar estas obras de preservación y de vida cristiana que se llaman Círculos Católicos de obreros. . El deber los llama a otra parte y nos priva de su colaboración. El Señor comandante de la Tour du Pin, anunciado por nuestras invitaciones, está retenido en París por la revisión militar que tendrá lugar hoy. – Pero el dicho popular volverá a estar justificado: hasta cierto punto la desgracia es buena. El señor caballero Léon Harmel, el devoto patrón de la fábrica de Val-des-Bois, el celoso propagador de las obras cristianas y económicas, el amigo de los obreros, cuyo gran corazón resistió a las más rudas pruebas, cuando el incendio ha devorado sus talleres el último año, el Señor Léon Harmel tuvo la amabilidad de soportar la fatiga de una larga ruta para venir a hablarnos sobre la Obra de los Círculos. Su nombre les es conocido y desde hace un largo tiempo que ustedes admiran sus obras. Su dedicación de hoy fortalecerá aún más los lazos de simpatía que ya son antiguos.
II. Nuestros medios.
– La forma de nuestras asociaciones es el círculo. Pero esta palabra, que ya debe una cierta nobleza a la adopción que de ella han hecho diversos institutos científicos, literarios, artísticos, industriales y otros, recibirá de nuestras fundaciones un valor y una dignidad nuevos.
Nuestras obras son instituciones complejas, y que buscan satisfacer al mismo tiempo y en la medida de lo posible todas las necesidades del obrero, sus intereses religiosos, intelectuales y utilitarios.
– Tienen más de un trazo de las antiguas cofradías y corporaciones sin presentar ninguno de sus inconvenientes.
– En el aspecto religioso, tenemos nuestro modesto sagrario, querido ya por nuestros jóvenes por las piadosas emociones que allí han sentido. Tenemos los oficios y las instrucciones del domingo y, para aquellos que tienen un gusto más agudo por la piedad, las asociaciones libres, de las cuales la conferencia de San Vicente de Paúl es la más animada y la más numerosa.
– En cuanto a ventajas intelectuales, aquí hemos tenido menos que hacer que en muchas ciudades, gracias a los cursos primarios y especiales organizados en gran medida por el municipio y por la Sociedad industrial. Completamos esta acción con una biblioteca, con conferencias y con la elección misma de todas las ocupaciones y todas las recreaciones de la casa, que tienden a desarrollar la inteligencia en lugar de dejarla arrastrarse en la terrenalidad de las distracciones ordinarias del obrero.
– Para los intereses utilitarios de nuestros asociados, tenemos una caja de ahorros que solicita todos los domingos su modesto superávit y una especie de agencia de colocación que a menudo nos permite contentar tanto a los patrones como a los obreros poniéndolos en relación cuando puede serle a ellos útil.
– Este sería el lugar para describirles con cierto detalle la vida interior de la casa, si no lo hubiera hecho con tanto cuidado uno de nuestros dignos secretarios (el Señor Pluzanski) en un informe que todos han recibido en mano. Además, el pequeño sainete que se anuncia en el programa y que nuestros jóvenes les darán más tarde representará para ustedes esta vida de la asociación. Querrán solamente perdonar este diálogo por haberse equivocado de época, pues les presentará la fiesta de Reyes seis meses después de su fecha. Aunque se trata de una improvisación, improvisada por algunos jóvenes del círculo ante el gran asombro de sus camaradas, se debe a la práctica pluma de un gentil hombre de Béziers, el Señor de Lautrec, que se dedicó hasta convertirse en director de un círculo de obreros...
III. La política.
– Se necesitaría todo el espíritu de Molière para descubrir el motivo que lleva a ciertos escritores a acusarnos cada día de jugar a la política. Está claro que en el fondo les gustaría que hiciéramos el rol de Sganarelle para procurarnos la ventaja de recibir un golpe de bastón. En vano les repetimos que seguimos siendo extraños a la política y que todos nuestros esfuerzos no tienden más que a moralizar a la juventud. Tienen en el fondo alguna mala intención que está muy mal justificada, ya que nunca hemos ganado a nadie. Y si no estuviéramos en guardia, nos harían desempeñar el rol de políticos a nuestro pesar, a riesgo de meternos, como el pobre leñador de Molière, en el peligro próximo de ser colgados. – 'Médico, repitió Sganarelle, no lo soy ni lo he sido jamás'. – 'Señor, una vez más, prosiguió el interlocutor obstinado, le ruego que confiese quién es'. – 'Señores, les volvió a decir el leñador, en una palabra tanto como en dos mil, les digo que no soy médico'.
– Este es el juego que nos obligan a jugar los Valère y Lucas de nuestros días. – 'Señores, siempre les volveremos a decir, tanto en una palabra como en dos mil, les digo que no hacemos política...'.
IV. Algunas dificultades.
– A decir verdad, después de las repetidas objeciones sobre la política, nuestras obras ya no encuentran críticas serias.
– ¿Cuántos son doscientos o trescientos jóvenes, dicen todavía algunos, en relación con nuestra población? Lo que quieren decir, en un estilo menos ceremonioso es: "Sus obras llegan a tan poca gente que no vale la pena ser consideradas".
– Ustedes juzgan, como yo, que esta objeción carece de seriedad. Podríamos responder que doscientas o trescientas almas para crecer, para iluminarse, para purificarse, no son una ganancia a desdeñar. Podríamos añadir que la buena influencia se extiende indirectamente a otras tantas familias, que un número mucho mayor de jóvenes pasan por la obra y que, sin llegar a ser perfectos, sacan algunos buenos sentimientos.
Pero prefiero volver el argumento contra quien lo presenta y decirle: Doscientos jóvenes no constituyen un pequeño comienzo a despreciar; dedíquense a esta obra, ayúdennos con su influencia, con su celo, con sus becas, tendremos inmediatamente un segundo círculo y pronto patronatos en los suburbios, y entonces el resultado de nuestros esfuerzos valdrá la pena. Tendremos mil o dos mil protegidos.
Otra dificultad resulta del hecho de que ciertas personas, que poseen una gran fortuna, creen que debería dejarse en manos solo de los industriales el cuidado de favorecer las obras de los obreros. Sin duda los patrones están hasta cierto punto a cargo de las almas. Ejercen hacia sus obreros una suerte de paternidad y deben velar por sus intereses morales y religiosos así como por sus ventajas materiales. ¿Pero no hay un deber social para todos aquellos que disponen de fortuna, ciencia o autoridad, de hacerlos servir al bien de todos, sobre todo cuando hay un verdadero peligro público y una necesidad urgente? Y si la voz de la religión y de la patria no hablan lo suficientemente alto, ¿no existe el interés de todos en la preservación del orden social, un interés más apremiante de lo que pensamos a veces?...
IV [V]. Nuestro progreso.
– Progresamos bastante rápido en realidad, demasiado lento según nuestros deseos, pero constante y regularmente. Hemos erigido desde el principio un edificio bastante vasto, hablo del edificio moral, con cierto temor de ver cómo los vientos y las tempestades sacuden estos cimientos unidos por un cemento muy blando y muy nuevo. Hoy el edificio es sólido, el cemento se ha endurecido y las tempestades sólo pueden inflingirnos brechas reparables. Para hablar sin metáforas, la obra formó su espíritu y sus hábitos. Sus miembros están unidos entre sí y a su asociación por cien lazos de razón, de afecto, de hábito, de corazón y de piedad. La obra tiene ahora su espíritu o, si se quiere, su alma, puesto que es un cuerpo moral, y cien elementos nuevos pueden entrar en su organismo sin cambiar su vida propia. Este es el más grande progreso de la obra y su más grande garantía de futuro.
Los otros progresos no son sino corolarios de éste. El número de asociados va siempre creciendo. Contamos en el Patronato con 250 socios inscritos y en el Círculo 160, lo que hace para ambas reuniones más de 400 asociados. Podríamos quejarnos, como en otras ciudades, de una muy grande movilidad de nuestros dirigentes. Un gran número de niños y jóvenes pasan por la obra y no se quedan allí. Se dejan llevar por el respeto humano, por los hábitos o por las relaciones ya formadas. Hemos, sin embargo, constatado que la más mínima estancia entre nosotros deja en el corazón de nuestros jóvenes fuertes impresiones. Los desertores volverán con nosotros más tarde. Han encontrado en otros lugares alegrías que halagan más los sentidos, pero que dejan luego amargura en el alma. Cuando sean liberados de los placeres malsanos, regresarán a nosotros, felices de ser admitidos a gustar nuevamente de las alegrías más dulces y más puras del Círculo o del Patronato.
A veces, su alejamiento se debe a mejores motivos. Hay varias fases en la vida del joven. Existe entre la edad de la infancia y de la juventud, el período de la adolescencia que es como un tiempo de transición. A esta edad, que comprende los quince y dieciséis años, el carácter se transforma. Los juegos de la infancia dejan de agradar. El movimiento, el ruido, la picardía del Patronato desagrada a quienes ya ven sus labios sombreados por una ligera pelusa. Para esta edad de 14 a 16 años el Círculo no está aún abierto, lo que tendría inconvenientes. Necesitamos, como en otras ciudades, habitaciones especiales llamadas "semigrandes"...
Todas las instituciones accesorias a la obra están también en progreso. En primer lugar está la caja de ahorros, que desde su fundación ha recibido alrededor de 13.000 depósitos, representando una suma de 6.200 francos. Nuestros jóvenes depositantes no tienen todavía suficientemente en vista el objetivo de su establecimiento futuro. Economizan para un término más cercano, sobre todo para tener una vestimenta, algunos hasta el día en que la miseria del hogar paterno les obligue a hacer el sacrificio heroico de su modesto capital. Los reembolsos por estos diversos motivos ascendieron a la suma de 3.500 francos. Quedan, por tanto, en la caja 2.600 francos. Me gustaría señalar aquí un proceso adoptado ya por varios patrones y que consiste en dar como recompensa a sus aprendices una suma que se inscribirá en nuestra caja de ahorros con la condición de que no podrán tocarla más que después de un año de asiduidad en la obra.
Otro progreso muy reciente y verdaderamente considerable es la organización de nuestra casa familiar. Habíamos cruelmente sufrido al ver a excelentes jóvenes arribados del campo para aprender un oficio o formarse en el comercio, perder todo el encanto de su ingenuidad y sus buenos hábitos por una estancia de unos meses en un mal lugar. Por ello construimos y pusimos a su disposición algunas habitaciones abuhardilladas. Estos jóvenes toman parte en las diversas reuniones de la casa, y si hay algo que puede compensar la vida familiar de la que han sido arrancados por las necesidades sociales, es el acuerdo de la autoridad tutelar y de la dulce amistad que encuentran aquí.
– Ésta es una institución más que se desarrollará según la medida de la generosidad de ustedes.
V[VI]. Nuestras finanzas.
– Estamos aquí en el capítulo del presupuesto. Comienzo expresando mil gracias a las personas generosas que tanto nos han ayudado desde el inicio de nuestro obra. Hemos tenido la suerte de obtener la colaboración de toda la ciudad, y en estos últimos meses muy particularmente, las familias que se han visto afectadas por algún duelo cruel han buscado, con razón, consolarse con la conciencia del bien realizado y asegurarse los favores de Dios poniéndonos en condiciones de traerle hijos.
El lenguaje de las cifras es bien árido para un día de fiesta, así que evitaré las extensiones. Aquí, en pocas palabras, los principales datos de nuestro presupuesto. Desde hace tres años, multiplicando nuestras llamadas y buscando fuera de la ciudad una parte notable de nuestros recursos, hemos podido saldar nuestra construcción, nuestro mobiliario y nuestras dispensas corrientes, es decir, unos treinta mil francos. Todavía nos queda, para establecer definitivamente esta obra, por pagar el terreno, son veinte mil francos, más los gastos. Esta monto podría asustarnos si tuviéramos menos confianza en la Providencia.
Pero hay otra preocupación que nos pesa mucho más y es la insuficiencia de nuestro local. Cada domingo sufrimos su estrechez. Los jóvenes necesitan de aire y de espacio. Las habitaciones del Círculo sobre todo son medio insuficientes. El próximo invierno será desgarrador rechazar cada día societarios, por falta de espacio para acogerlos en este asilo de religión, de sabiduría y de felicidad. Nos hace falta un local más grande y no queremos creer que nos faltará por mucho tiempo. La Providencia tiene favores para los hombres de fe. Conocí una vez a un hombre de obras cuyo celo obraba prodigios, don Bosco, sacerdote de Turín, que fundó, sin recursos personales, vastos orfelinatos donde crió, instruyó y formó para el trabajo a miles de niños.
Recientemente, el hombre de Dios caminaba tristemente por la tarde por la playa de Sampierdarena, un suburbio populoso de la magnífica Génova, buscando en su espíritu el medio de hacer frente a las apremiantes exigencias de un acreedor, cuando de repente se le presentó un anciano cuyo atuendo no anunciaba nada menos que opulencia. “¿No es usted Don Bosco?”, dijo el desconocido. -Sí, mi amigo, para servirte, respondió el venerable sacerdote, preparándose para donarle su última corona. – ¡Bien!, toma esto, mi Padre, y por favor ora por mí. – Con estas palabras, el personaje misterioso desapareció, dejando al Padre Bosco estupefacto ante tal encuentro. El objeto entregado era un sobre conteniendo diecinueve billetes de mil francos.
Sorpresas tan felices son raras, pero contamos con la colaboración generosa de todos para lograr el resultado deseado.
VI [VII]. A los jóvenes.
– Mis amigos, para terminar, me dirijo a ustedes. Hoy ven a la sociedad entera, a través de sus representantes más autorizados, venir a animarlos, a interesarse por su progreso moral, por sus alegrías, por su felicidad. A este testimonio de simpatía y de devoción respondan con su gratitud y su celo por esta obra que será la salvaguardia de su juventud. Están en la edad en la que los espíritus se afriman, los caracteres se temperan, las facultades se desarrollan. Esta edad tiene sus peligros que sólo pueden afrontarse con la ayuda de una educación cristiana. Vengan asiduamente a recoger en nuestras reuniones los consejos de la religión. Es a su edad que es importante someterse a las más saludables influencias, mientras que la imaginación conserva toda su frescura y vivacidad.
Ustedes aman la animación y el entusiasmo, aquí los encontrarán. No busquen en otra parte una sobrexcitación febril. La sangre circula aquí rápida y caliente, pero sin fiebre. Es el ardor que fortifica, no aquel que consume. Y cuando hayan pasado algunos años en esta atmósfera de vida cristiana y pura, mesurarán en toda su magnitud el cambio que se habrá hecho en ustedes; sentirán con asombro su inteligencia afirmada, sus opiniones rectificadas, su corazón ensanchado; más feliz que tantos otros cuyas buenas disposiciones no podrían florecer sin cultivo y madurar sin sol. Están en el camino de la verdad, de la alegría y del honor, no se desvíen más, sean siempre fieles...".
Léon Dehon, Autobiografía (NHV 11/96-106)