El temor deja demasiada influencia al amor propio, que, si bien es sobrenatural en su principio, lo hace casi enteramente natural en su aplicación, haciéndonos considerar las grandes verdades de la religión, únicamente en relación con nosotros mismos y con nuestro interés personal. De suerte que degenera en un temor servil, que tiene menos horror al pecado que al castigo que le sigue y que considera menos la ofensa de Dios que la eterna desgracia que de él resulta para nosotros; temor que sería manifiestamente malvado e incompatible con la caridad, si la aprehensión de la pena fuera el único motivo que nos alejara del pecado. Tal es el precipicio al que nos puede arrojar el temor subyugado por el amor propio. ¿No es este el caso de este servidor de la parábola de los talentos, que guarda su talento sin hacerlo fructificar [cf. Mt 25,14ss], en una disposición de temor servil y que resulta en su caída?
Padre Dehon, VPR 283; Cfr. VAM 14; S. Agustín, Sermón 161,8-12; S. Tomás ST II-II, 19;
¿Coincide lo que se dice en esta infografía sobre el temor servil con la catequesis de arriba? |