Lectura orante del Lavatorio de los pies (Jn 13)

El Corazón de Jesús en la Eucaristía es el corazón de una víctima. Se ofreció a sí mismo como víctima al entrar en el mundo (cf. Heb 10,5). Continúa en la Eucaristía. En relación a su Padre, víctima de holocausto, de obediencia, de amor. En relación consigo mismo, víctima de anonadamiento y de humildad; y como mediador, víctima de reparación y de expiación. En relación con el prójimo, víctima de caridad y propiciación [cf. Fil 2,5].  – Me entrego por completo a mi Salvador. Me abandono enteramente a él para hacer lo que quiera y así convertirme con él en víctima agradable a su Padre [cf. Rm 12,1]. – Imitaré por la vida interior, por la docilidad a la gracia, los anonadamientos de Jesús-Hostia y la entrega de sí mismo a su Padre. (Padre Dehon, Diario 03-11-1892, NQT 6/156)

1. La hospitalidad del que nos ama infinitamente

El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). De la misma forma en que se ha hablado [...] de una conciencia interior de Jesús frente a la llegada de su “hora”, también se tendría que hablar de la apropiación del sentido de su misión que se fundamenta en el servicio y en el vaciamiento de su propia vida en busca de la salvación de la humanidad y su posterior plenificación en Dios -acontecimiento que es causa de la Resurrección-. Es decir, la acción que precede a la cena pascual no desdice en lo absoluto de la misión del Hijo, es más, la ratifica como la esencia mesiánica del Cristo.

Este signo diaconal es vértice de la comprensión del anonadamiento (Flp 2,7) del Verbo Eterno de Dios, o sea, de su vaciamiento sobre la humanidad herida y lacerada. “Cristo, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio Común VIII, Jesús Buen Samaritano). Jesús, comprendiendo que “había salido de Dios y a Dios volvía” (Jn 13,3), desnuda una vez más su esencia como en la encarnación y asume la posición del esclavo, mostrándose como el Único que es capaz de limpiar y curar la herida del pecado. Su cercanía, como la del Buen Samaritano del evangelio de Lucas (10, 29–37), no se limita a la compasión, sino que asume misericordiosamente la humanidad sobre sí y la lleva a los brazos de Aquel que cuidará y velará sobre ella. Es entonces como la grandeza de este pequeño gesto permite profundizar en el misterio insondable del amor de Dios por los hombres, pues no solo se hace uno como ellos, asumiendo su carne, sino que también les sirve y en el tacto de la hospitalidad los ama infinitamente, al punto de que entrega allí mismo su vida, y la prologa en ellos bajo el deseo de que también logren lo que su Maestro: darse, vaciarse en rescate por muchos.

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2. El último es el primero

El evangelista subraya que Jesús se levanta de la mesa para cumplir tan humilde servicio, teniendo plena conciencia del poder que el Padre le otorgó y que abraza todo el mundo, como también su propia pertenencia al mundo del más allá: esta observación busca mostrar a plena luz el contraste entre la acción humilde y la elevada dignidad de la persona que la ejecuta. Es el señorío en humildad, esto es lo que no se entiende. Que el señorío se hace desde la docilidad, el servicio, la ofrenda de la vida, la cruz. Todo apunta al máximo de los señoríos en donde el Señor se hace esclavo, servidor de todos para entregarse por todos nosotros por amor. Allí en la cruz, la Kénosis del Señor. Es el primero, siendo el último, en el nuevo orden del Reino que Él viene a instalar: el último es el primero [cf. Mt 20,27].

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3. ¿Quién es este Dios?

 ¿Cómo es posible que un judío honorable, se rebaje a hacer un trabajo de esclavos? ¿Cómo es posible que todo un Dios, se abaje, se humille hasta lavar los pies de un pecador? ¿Quién es este Dios que viene a lavarnos los pies? 

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4. El cristiano no se avergüenza de servir

El cristiano sube para bajar. Comprende lo que es el servicio después de haber contemplado a Quien bajó para servir. Si el Verbo ha descendido, quiere decir que rebajarse para servir es cosa divina. La contemplación es necesaria para comprender que Aquel que se hizo siervo es «Aquel por cuyo medio todas las cosas fueron creadas». Así es como el cristiano abraza el servicio, no se avergüenza de servir y se alegra de imitar a su Señor en su anonadamiento.

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5. El grande que se inclina ante el pequeño es el verdaderamente humilde

Un Dios que no fuese más que el amor infinito no obraría todavía como él. Había que buscar, pues, algo más y hemos visto que era la humildad. Esta no nace en el hombre. Su ruta no es ascendente, sino descendente. La actitud del pequeño que se inclina ante el grande no es humildad. Es, simplemente, verdad. El grande que se inclina ante el pequeño es el verdaderamente humilde. La encarnación es la humildad fundamental. Y en el capítulo segundo de la Epístola a los Filipenses san Pablo habla de la idea que inspira la encarnación desde toda la eternidad… surgió en él, pero en una profundidad insondable a toda psicología y metafísica la voluntad de “anonadarse” a sí mismo, de despojarse de esa existencia gloriosa, de esa plenitud soberana de amor a nosotros.

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Tu amor filial por tu Padre, oh mi Salvador, ha comprendido el horror que deben inspirar los pecados de los hombres, que se olvidaron e injuriaron a tu Padre para disfrutar de un vil placer o evitar un poco de pena; y has deseado sufrir infinitamente para mostrar a tu Padre que estimas todas las cosas como nada en comparación con su honor; y te has abajado infinitamente [cf. Fil 2,7], y has querido sufrir todos los dolores posibles. Y tu Padre nos ha perdonado y nos ha colamado de gracias viéndose tan honrado por uno de nosotros. Y él te ha escuchado salvándonos [cf. Hb 5,7-10]. (Padre Dehon, Autobiografía, NHV 8/67)