Ilustración: Ana Pérez Hernández |
“Que nuestro pensamiento se dirija a cada una de las regiones y ciudades en que se desenvuelve la vida de todos los días: las casas, las escuelas, las oficinas, los mercados, las fábricas, los despachos, los laboratorios, todos los lugares santificados por el trabajo intelectual o manual, en las varias y nobles formas de que se reviste según la fuerza y capacidad de cada uno. [...] Y sobre todos estos lugares nuestro corazón gusta en representarse, fraternalmente inclinado sobre las fatigas y las penas de cada uno, la imagen serena del custodio de Jesús y esposo purísimo de la Santa Virgen, para bendecir, alentar, socorrer y confortar. […] La Iglesia [...] se mantiene sobre todo cerca de los que cumplen en la oscuridad trabajos ingratos y pesados que los otros no conocen o no estiman debidamente; se preocupa del que no cuenta con una ocupación estable y está expuesto a las interrogantes angustiosas por el futuro de la familia que aumenta. Está cerca de los que la desventura o la enfermedad en el trabajo los probó dolorosamente.” (Juan XXIII, 01-05-1960)
“Donde ha habido un deseo de construir la armonía social sin Cristo o contra Cristo, ha faltado cualquier garantía de derechos genuinos y, con ello, la verdadera libertad para el trabajador y la seguridad del futuro.” (Pío XII, 01-05-1958)
“La extensión de la precariedad, del trabajo en negro y del chantaje criminal hace experimentar, sobre todo entre las jóvenes generaciones, que la falta de trabajo quita dignidad, impide la plenitud de la vida humana […]: ahí (en el centro) está un ídolo, el dios-dinero. ¡Es este quien manda! Y este dios-dinero destruye, y provoca la cultura del descarte: se descartan los niños, porque no se engendran: se explotan o se matan antes de nacer; se descartan los ancianos, porque no cuentan con un cuidado digno, no tienen las medicinas, tienen pensiones miserables... Y ahora, se descartan a los jóvenes [...] que no tienen trabajo: son material de descarte, pero son también el sacrificio que esta sociedad, mundana y egoísta, ofrece al dios-dinero. […] piensen en los niños explotados, descartados; piensen en los ancianos descartados, que tienen una pensión mínima y no se los atiende; y piensen en los jóvenes descartados del trabajo: ¿qué hacen? No saben qué hacer, y están en peligro de caer en las dependencias, caer en la criminalidad.” (Francisco, 2015)
“La palabra "trabajo" hoy, por desgracia, evoca a menudo la falta de él, y esto representa una grave herida a la dignidad de muchas personas. Pero la dignidad también se ve perjudicada cuando el trabajo no es suficientemente estable y compromete planes y opciones de vida, como la creación de una familia y el deseo de tener hijos. […] También puede ayudarte a reflexionar sobre el extremo opuesto a la sensación de vacío: esa fiebre febril presente hoy en día en el lugar de trabajo, donde el tiempo nunca parece ser suficiente y los imperativos de productividad se vuelven cada vez más exigentes y abrumadores. [...] Aquí se trata de "trabajo aplastante": presión constante, ritmos forzados, estrés que provoca ansiedad, espacio relacional cada vez más sacrificado en nombre del beneficio a toda costa.” (Francisco, 2023)
“El hombre trabaja junto con los demás; mediante el trabajo entra en relación con ellos: relación que puede ser de oposición, de competencia o de opresión, pero también de cooperación y de pertenencia a una comunidad solidaria.” (Juan Pablo II, 01-05-1991)
“El trabajo guarda siempre en sí una vocación única e insustituible: la de la esperanza. La esperanza […] que se genera a través de la construcción comprometida y participativa del bien común. El trabajo, por tanto, es protagonista de la esperanza, es el principal modo de sentirnos activos en el bien como servidores de la comunidad, porque cuidar de los demás es la mejor manera de no preocuparnos por cosas inútiles.” (Francisco, 2023)
“La naturaleza humana, que se orienta hacia la sociabilidad, parece revelar al mismo tiempo signos de división, de prevaricación y de odio. Pero, precisamente por ello, Dios, Padre de todos, envió al mundo a su Hijo unigénito, Jesucristo, para superar estos peligros siempre amenazantes y para cambiar, mediante el don de su gracia, el corazón y la mente del hombre.” (Juan Pablo II, 01-05-1991)
“A ustedes corresponde, queridos trabajadores cristianos, [...] con la amistad, con el ejemplo, con la solidaridad, presentar a sus respectivos compañeros de trabajo el modelo de un hombre consciente, sano, honesto, vigoroso, que cree y practica una religión que no sólo no está muerta, sino que no debe morir, porque es la religión de la esperanza y de la vida.” (Pablo VI, 1963)