La amistad, la amistad con la mujer, con los hijos, con los hermanos, con los padres, con los amigos... a distintos niveles, a diferentes profundidades.... ella es la que nos arraiga a los jugos vitales de la verdadera existencia y nos hacen asumir la vida como empresa entusiasmante...
Foto de Mehmet Turgut Kirkgoz |
Ya Aristóteles, hace 2300 años, advertía que podían encontrarse varios tipos de amistad, no todas ellas igualmente dignas de ese nombre. Y distinguía fundamentalmente tres: la amistad por conveniencia, la amistad por placer, y, tercera, la auténtica amistad.
La primera, la amistad por conveniencia, es la que me lleva a aproximarme al otro, buscar su compañía, por los beneficios que el tal puede depararme: "Te conviene hacerte amigo de Fulano porque el día de mañana ..."
Y no hablo solo de las amistades de negocios, o políticas, o económicas... Toda amistad que busca en el otro, algo que no es él mismo: su influencia, pero a lo mejor su cultura, o su chiste, o su sabiduría, o su habilidad en el deporte, o en las cartas, o su ayuda en el estudio, eso es amistad por conveniencia...
No es que esté mal, no es que no sea ocasión para conocerse y llegar a una verdadera amistad, pero, mientras quede allí ¿quién no se da cuenta de que es una forma inferior de ser amigo?
Y ya decía Aristóteles que este tipo de relación es inestable, porque una vez que cesa el motivo de utilidad, también cesa la amistad. Porque perdió su puesto, o sus riquezas, o sus influencias, o sus habilidades, o cayó en desgracia en el partido o en el trabajo, dejé de verlo, dejaron de verme...
Y ¿a quién no le da espontáneo asco el abrazo sonriente de los políticos que al día siguiente son capaces de sacarse los ojos, o ser indiferentes, si ya esos abrazos no dan votos o no sellan ningún oscuro pacto?
Y ¿quién no siente un cierto rechazo, incomodidad, frente a ese mundo de los negocios que, a través de los expertos en relaciones públicas, procuran vestir de amistad, de simpatía, de camaradería, de invitación a almorzar o comer, de sonrisa y mano tendida, a las meras transacciones mercantiles... El banco amigo, el supermercado amigo... Andá sin plata a ver cuánto de amigos son...
No que el mundo económico no pueda engendrar auténticas amistades, ni que no haya que tratar de dar calidez humana a los negocios; lo que repugna es que donde basta el respeto y la buena educación, se pongan al servicio de la producción y del consumo las formas exteriores de la amistad, manoseándolas, desgastándolas, quizá cargándolas de hipocresía...
Del segundo tipo de amistad, la amistad por placer, puede decirse algo parecido. "Te quiero... porque me agrada tu compañía, porque hablás bien, porque me divertís, porque sos alegre, porque sos joven y bonita, porque satisfacés mi libido ..." Amistad guiada por la sensibilidad y la emoción y, por eso -dice Aristóteles- propia sobre todo de los jóvenes, son prontos a la simpatía y a la vehemencia...
Amistades que parecen fantásticas, amores que parecen eternos...(mientras duran). Porque así duran: una vez satisfechos o acostumbrados los sentidos, o perdida en el ser amado aquella cualidad que lo hacía placentero... así desaparecen.... ¿Cuántas amistades y amores de ese tipo hemos vivido o vemos a nuestro alrededor?: del buscarse apasionadamente, del querer estar siempre juntos, del tenerse que hablarse todos los días por teléfono, del morirse de celos por el otro, se pasa bruscamente un día a la indiferencia o hasta el odio...
Y más tristemente aún: hoy, que desde la infancia se lanza a nuestro pobres chicos al juego estúpido de la pareja ¡cuantos enamoramientos definitivos en su corta vida viven nuestros casi niños varones o mujeres, uno detrás del otro, sin límites y sin pudores; hasta que llegan a la edad en la cual realmente podrían enamorarse, desgastados, desilusionados, ajados, abusados... y, ahora si, ya sin saber para nada qué significa amar en serio y qué es realmente enamorarse y quizá sin poder ya nunca más hacerlo...
Y, cuando con estos tipos de amores inmaduros se acercan al matrimonio, que es la mayoría de los casos, ¿cuánto podrán durar? ¿cuánto duran?
Y no es que el sentimiento y el placer no tenga que, ordenadamente, integrar el amor, la amistad, pero tiene que ser mucho más que eso
¡Pobres de nosotros cuando evejezcamos y no causemos placer a nadie, y cuando el lifting y la cosmética pierdan en su carrera contra el tiempo, y cuando no sirvamos para nada, si las únicas amistades posibles fueran estas!
Pero, más grave aún, de hecho, tanto la amistad por conveniencia como la por placer, aún en el espejismo de la compañía, y de la sonrisa, y de la declaración de amor, siempre nos dejan solos. Aún en medio de su mayor virulencia, aún en plena luna de miel, porque, en el fondo, si lo que se busca en nosotros es solo la utilidad, o el deleite que podamos proporcionar al que dice amarnos, en realidad no nos ama: se ama a si mismo a través nuestro... Somos receptores no de su amor, sino de su egoísmo, de su buscarnos para él, para su satisfacción, para su compañía... Me ama, no por mi, sino por el beneficio, el calor, el placer, la utilidad que le presto...
Amistades de este tipo ¿que son sino el entrecruzarse de dos egoísmos que se explotan mutuamente y que, a la larga, dejan a ambos más solos que antes?
El verdadero amor y amistad, es el del que aprecia al amigo, al amado "como persona" y a tal desea la felicidad, el bien. No: "te quiero para mi", sino: te amo porque amo tu bien, porque no amo tu simpatía, tu belleza, tus talentos, tu poder, sino que te amo a ti, amo tu persona, quiero tu felicidad...
Y te amo dándome, no pidiéndote.. y aún te amaría sin nada recibir...
De hecho en la amistad auténtica, que es un etrecruzarse de amores de este tipo, también recibimos, pero ya no son dos egoísmos que se explotan mutuamente, sino dos seres que, saliendo de si mismos y afirmándo al otro, se unen en lo más noble de su personalidad, en su capacidad de entrega, en aquello precisamente que los hace, por definición, personas, -como las personas de la Santísima Trinidad, que lo son dándose-...
Y es este tipo de amor el que realmente me une a los valores del otro: porque al amar al otro como otro -no como mío, no digiriéndole en los jugos gástricos de mi ego, respetándolo en su unicidad, me uno a él no haciéndolo desaparecer en mi yo, sino en identidad superior, amical, compartida, condividiendo sus alegrías, viviendo sus vivires...
Lo cual quiere decir, en este mundo, que también vivo sus penas y pesares... ¡Qué vulnerables somos en aquellos a quiénes realmente queremos! ¿Será por eso, también que haya tantos que no quieren amar de esta manera, aunque quizá sabrían hacerlo? ¿No será más cómodo vivir sólo, o con amores egoístas, no comprometidos? ...para no tener que compartir del otro penas, trabajos... ¡Doble cara del amor en esta tierra! Única posibilidad de auténtica y humana existencia, pero, al mismo tiempo, fuente de dolor. Porque, inevitablemente, el verdadero amor también multiplica las aflicciones; porque, amén de mis propias desazones y congojas, he de vivir las del amigo!
Si: cuando más allá del egoísmo, en auténtica amistad me identifico con el otro y convivo y conllevo sus intereses y problemas, recién allí puedo decir que soy amigo...
Y ¡qué maravilla, que felicidad sabernos amados de esta manera...! Saber que hay amigos, padres, hermanos, mujer, marido, hijos, que darían todo por nosotros; se darían: su tiempo, sus días, sus años, su vida: que la tuvieran que dar en el desgaste cotidiano o que la dieran en un acto único, como el Señor, "la vida por el amigo". ¡Que saciedad, que plenitud, saber que algunos o alguien nos quiere así; qué afirmación gratuita, que espaldarazo maravilloso a nuestra existencia, a nuestro vivir...
Y ¡qué tremendo sabernos no amados, o mal amados, usados, abusados: saber que cuando no podamos dar más, ni servir, vegetaremos solos, ya estamos solos...
Es claro que, como es tan difícil amar bien o ser bienamados, siempre estaremos en realidad un poquito solos.
Pero aquellos que somos hermanos de bautismo de Jesús, por más humanamente desamparados que nos veamos, sabemos que nunca estamos verdaderamente solos. Porque aún abandonados por todos, estamos seguros de que hay alguien que nos ama: Dios nos ama... Y no en amor suplente, consuelo, recurso último de solteras, de separadas, de viudas o de solitarios, sino en el amor que precisamente nos regala, amante, la existencia... Porque el mero hecho de existir nos está diciendo que Dios nos quiere... Que si no nos quisiera desapareceríamos en la nada...
Pero, porque el percibirlo es difícil, nosotros de carne, que necesitamos el abrazo y la sonrisa, las caricias y los besos, por eso Dios se hace hombre en Jesucristo y lleva al extremo su amor, dando su vida por nosotros... En un haber dado la vida que no es simplemente el recuerdo heroico del soldado que da la vida en la batalla... sino el regalar constantemente una vida que muriendo solo ha cambiado, se ha transformado en gracia y en espíritu, se ha sublimado en amor resucitado y permanente, caldeado en ternura humana en el corazón de hombre de Jesús y vertido a nosotros en oferta vital de gozo, en promesa de eternidad...
Amor de Dios que no nos usa, que no nos busca por conveniencia, ni porque le demos nada, ni porque le alcancemos ningún placer... que nos ama por nosotros mismos. Que busca nuestra felicidad, aún pequeños, aún sin dones, aun feos o zonzos, viejos y arrugados, inútiles o enfermos, pobres y despreciados, pecadores y malos...
Porque no: no está apegado ni siquiera a tu virtud, a tus buenas obras, a tus grandes palabras, a tu cumplir todos los domingos, a tus servicios, no te llama su servidor: aún sin todo eso te amaría. Te ama a ti, te llama amigo; te quiere y dio la vida y la diera mil veces solamente por vos...
Y porque te ama no huye de vos cuando sufrís, o cuando pecás (Tanto sufrir porque tanto amor en el corazón sagrado de Jesús): sufre en tus penas, se alegra en tus dichas, llora tus pecados, festeja alborozado tus regresos...
Y solo porque te ama, quiere que vos también lo quieras, que te hagas su amigo, que tomes parte en su vivir, en sus riquezas, en sus combates, en sus amores. Ámense los unos a los otros, como yo los amo.
Fuente: catecismo.com.ar