Jesús nos enseñó a ser a la manera de la Trinidad

 La predicación de Cristo, el hijo de Dios hecho hombre, consistió en enseñarnos a ser personas a la manera de la Trinidad. También a nosotros Jesús nos dice "ámense los unos a los otros con ese amor del que da la vida por el amigo", olvidándose de sí; y que el camino de la santidad pasa por renunciar a uno mismo para darse a Dios y a los demás y que, en cambio, el que busca afirmar su propio yo lo perderá, en cambio, el que lo entregue por Jesús y el bien de los demás lo encontrará. Así son las personas divinas, 'siendo' porque precisamente desapareciendo y regalándose a las demás.


            Todo el evangelio, todo el proceso de nuestra santificación e identificación con Dios están resumidos en esa vida trinitaria en que la realización eterna del mismo Dios consiste en la renuncia a los egos. En Dios hay tres personas, pero de ninguna manera tres egos o tres yos.

            Y esta es la única manera de vivir realmente una amistad, una familia. ¿Qué posibilidad de unidad familiar hay si todo se reduce a la llamada relación de pareja, que de por sí no es sino el encuentro de dos subjetividades que pretenden realizarse mediante el otro, en medio de las sensibilidades de un apetito instintivo que como mecanismo biológico no llega a la persona como persona, y que incluso usan al hijo -cuando lo tienen- como una forma más de realización de sí mismos? Se vive en la misma casa, en el mismo departamento, en el mismo dormitorio, pero no hay auténtica convivencia, vínculo profundo, sino pura sociedad de 'toma y daca', en el corto engaño del embeleco amartelado, que se disuelve tan pronto vos no me das todo lo que yo esperaba.

            En este 25 de mayo, que celebramos otra vez, como muchos años, cerca del día de la Trinidad, ¿de qué patria podemos hablar cuando patria -como dice la palabra misma patria que viene de 'pater', de padre- supone vínculos fraternales, reconocimiento de las mismas raíces, entretejido de sociedades amicales, familias, empresas comunes, identidades regionales ligadas en respeto y aprecio mutuo? ¿Cómo llamar patria a una sociedad cada vez más disuelta en meros números, en puros individuos, sin nudos religiosos, sin ligaduras familiares, sin armonías morales, sin lealtades raigales, sin artistas sino los mercenarios de las ideologías disolventes o de las ventas, sin auténtica política encaminada a los valores y al bien común, sino puro partidismo, lucha sectorial por la tajada que pueda dar el poder del Estado, sin servicio, y todo reducido a la economía, que hoy debe someterse a la globalización y que, en aras de la eficiencia, no duda en poner en competencia a todos contra todos, piezas intercambiables y descartables, -sin alma, sin nombre- de la ganancia, la producción y el consumo?

            ... Que el fortalecimiento de la verdadera fe, los lazos de las familias católicas y los vínculos de la solidaridad cristiana y la caridad fraterna, paliando las carencias de nuestros hermanos dejados de lado por el sistema, puedan seguir manteniendo como verdadera patria a nuestro país, llevándolo otra vez a hermanarlo en ese gran nosotros que hace a las verdaderas naciones, a imagen de la Trinidad santísima, múltiple en personas, una en el vínculo de amor de su única substancia.

Fuente: catecismo.com.ar