En el ambiente de la parroquia, la sumisión y respeto a las autoridades no deben ir acompañadas de silencio y secreto:
- No se deben evitan los conflictos, ni debe prevalecer el miedo a las consecuencias de hablar claro. Y cuando los individuos hagan una demostración de rebeldía razonada, no deben recibir un castigo.
- No debe haber un sistema de vigilancia que esté atento hasta a la forma en que los hermanos visten, hablan, caminan y participan en las actividades.
- Nuestra estructura de formación no debe ser de relleno, de iniciativas dispares de todo tipo. Lo importante no puede ser el haber hecho.
- No se debe castigar a los que razonan, o a los que disienten.
- Los más valorados no deben ser los sumisos, los chupamedias, los que callan y nunca critican a sus coordinadores, los que se hacen los distraídos, los que respetan la ley del silencio del grupo. Son los más falsos.
- No hay que simular para evitar meterse en problemas. El demonio invita a convertirse en un simulador colosal y sistemático, en un mentiroso profesional. Y a ceder siempre, a someterse y a agachar la cabeza.
Así, cuando llegue el contacto con la realidad del mundo será terrible y chocante: el "agente de pastoral" abandonará, entrará en crisis total, se volverá manipulador (o cosas peores). Claro que también estarán los que descubran la importancia de su vocación y responderán alegremente a ella y serán muchos.
Tarde o temprano cualquiera podrá darse cuenta, "después de la misa", si nadie lo quiere en la parroquia, si no hay un verdadero afecto hacia él por parte de los agentes de pastoral.
Ojalá que nadie se quede solo con su conciencia, con sus virtudes y con sus defectos: Que los hermanos en la pastoral no tengan como defecto principal la envidia.
Por el lado de los jóvenes, la percepción de ser abandonado que sufren es muy común, y es en ese momento en el que, si se le cruza algo, pueden echar todo a perder. El joven cae entonces en la cuenta de la realidad si la formación que recibió en la parroquia fue puro "bla bla".
En resumen, hay cuatro características clave a trabajar para lograr una parroquia con un ambiente sano:
- No podemos vivir separados de la sociedad, ni deben dificultarnos el contacto con familiares y amigos. La imagen evangélica preferida del Concilio Vaticano II es la de la levadura o fermento para la sociedad (Ver Mt 13; Lc 13; Conc. Vat. II: LG 31; GS 40 y 44; GE 8; DH 12; AG 8 y 15; AA 2; PC 11).
- Las normas no deben regularnos de manera estricta. No debemos ser como los fariseos a los que Jesús amonestaba.
- El cronograma no debe ser tal que reduzca la capacidad de los individuos para tomar decisiones personales. Vivamos en la casa del padre misericordioso, no en la del hijo mayor (Ver Lc 15).
- No debemos dejar perder nuestra identidad personal. No debemos dejarnos tratar como un grupo genérico, sino como personas con diferentes vocaciones y carismas. No debemos experimentar un proceso de desindividualización. Somos el Cuerpo de Cristo que tiene diferentes miembros (Ver 1 Cor 12).