Las tres dimensiones del catequista: el ser (la identidad y espiritualidad del catequista), el saber (la formación doctrinal y pedagógica) y el saber hacer (la metodología y la práctica).
El ser: La identidad y espiritualidad del catequista
Oración constante: El catequista debe ser, ante todo, una persona de oración. Esto significa preparar cada encuentro con la oración, orar por los catequizandos y sus familias, e invitar a la oración como el centro de la experiencia de fe.
Testimonio vivo: La vida del catequista es la predicación más efectiva. La coherencia entre lo que se enseña y cómo se vive la fe (participación en la misa, vida sacramental, etc.) es fundamental para transmitir la fe de manera auténtica.
Humildad y servicio: Más que un "maestro", el catequista es un "acompañante" en el camino de la fe. Debe acercarse a los niños y adolescentes con humildad, respeto y una actitud de servicio.
Pasión y entusiasmo: La alegría y el entusiasmo por la fe son contagiosos. Una actitud positiva y motivadora es clave para mantener la atención y el interés de los catequizandos.
Vínculo con la comunidad: El catequista no trabaja solo. Es vital que se mantenga integrado en la comunidad parroquial y colabore con otros catequistas para compartir experiencias y apoyarse mutuamente.
El saber: La formación doctrinal y pedagógica
Dominio del contenido: Es necesario tener un conocimiento sólido de la fe católica, la Sagrada Escritura y los cuatro pilares de la catequesis (el Credo, los sacramentos, los mandamientos y la oración).
Pedagogía adaptada a la edad: La forma de enseñar a niños es distinta a la de adolescentes. Un buen catequista adapta su metodología, lenguaje y recursos a las necesidades y características de la edad del grupo.
Para niños: Utilizar historias, juegos, manualidades y canciones para hacer el aprendizaje divertido y memorable.
Para adolescentes: Fomentar el diálogo, el debate y la reflexión sobre cómo la fe se aplica a sus vidas. Las preguntas y la honestidad son cruciales en esta etapa.
Formación continua: La catequesis evoluciona, y los catequistas deben actualizarse constantemente a través de cursos, retiros y la lectura de documentos de la Iglesia.
El saber hacer: Metodología y práctica
Planificación intencionada: Cada encuentro de catequesis debe estar bien planificado, no improvisado. Se debe definir un objetivo claro, los recursos a utilizar, las actividades y los tiempos, aunque con la suficiente flexibilidad para adaptarse a las dinámicas del grupo.
Centralidad en la Palabra de Dios: La Biblia debe ocupar un lugar central en cada encuentro, sirviendo como la fuente principal de la enseñanza. Se puede utilizar la narración de pasajes bíblicos y la reflexión sobre la Palabra.
Crear un ambiente de oración: Más allá de las oraciones al inicio y al final, se debe crear un ambiente que invite a los catequizandos a reflexionar y a orar durante el encuentro. Un espacio sagrado con un altarcito de oración puede ayudar a crear este clima.
Relación con las familias: Involucrar a los padres es fundamental. Establecer una comunicación abierta con ellos y fomentar la participación en los encuentros refuerza el mensaje del Evangelio.
Manejo de grupo: El catequista debe manejar la disciplina con respeto y firmeza, buscando la máxima participación y el compromiso de los catequizandos.
Fomentar la participación: Crear un ambiente donde los niños y adolescentes se sientan seguros para hacer preguntas, compartir sus experiencias y expresar sus dudas. Preguntar sus opiniones y valorar sus aportaciones es clave para que se involucren.
Más allá de la teoría: La catequesis debe ir más allá de la teoría. Se pueden organizar actividades de servicio, convivencias y participación en la vida parroquial para que los catequizandos vivan la fe en comunidad.