Los 5 momentos de nuestra vida de grupo juvenil
1. Nuestra vida de oración y de adoración
Foto de Hassan OUAJBIR |
A la luz y con la fuerza de la Palabra de Dios podemos descubrirnos, comprendernos, amarnos y seguir nuestra vocación y también cumplir nuestra misión.
La familiaridad con la Palabra de Dios nos facilita el camino de la conversión, no solamente en el sentido de apartarnos del mal para adherirnos al bien, sino también en el sentido de alimentar en nuestros corazones los pensamientos de Dios, de forma que nuestra fe, como respuesta a la Palabra, se convierta en nuestro nuevo criterio de juicio y valoración de los seres humanos y de las cosas, de lo que nos pasa y de nuestros problemas.
La primera forma fundamental de nuestra respuesta a la Palabra es la oración, que constituye sin duda un valor y una exigencia. La oración es para nosotros un encuentro vivo y personal con el Padre por medio del Hijo bajo la acción del Espíritu.
La oración la entendemos también como tiempo para estar con el Señor, para que pueda obrar en nosotros, y entre las distracciones y los cansancios pueda invadir nuestra vida, confortarla y guiarla, para que, al fin, toda nuestra existencia pueda realmente pertenecerle.
La adoración eucarística es para nosotros un momento de interioridad, de relación filial con el Padre, de diálogo íntimo con Jesús-Hostia, de profundización personal de cuanto hemos celebrado y vivido en la oración comunitaria, de silencio interior y exterior, con que dejamos espacio para que la Palabra y el Espíritu puedan reparar nuestras profundidades más ocultas.
2. La Misa y la Confesión: nuestra vida sacramental
La comunión con nuestro Dios, soporte de toda nuestra vida espiritual, es un don y un fruto de los sacramentos; y al mismo tiempo es un deber y una responsabilidad que los sacramentos nos confían a nuestra libertad de creyentes para que vivamos esa comunión en las decisiones, opciones, actitudes y acciones de nuestra existencia diaria.
La gracia que hace nueva nuestra vida cristiana es la gracia de Jesucristo muerto y resucitado, que sigue derramando su Espíritu santo y santificador en los sacramentos. Esto se aplica sobre todo a la participación en la Misa, que nos hace presente la muerte sacrificial de Cristo y su gloriosa resurrección.
Las actitudes íntimas que la Misa fomenta en nosotros son: nuestra gratitud por los bienes recibidos del cielo, ya que “Eucaristía” significa acción de gracias; nuestra actitud oblativa, que nos lleve a unir nuestra entrega personal al ofrecimiento eucarístico de Cristo; nuestra caridad, alimentada por un sacramento que es signo de unidad y de participación; y nuestro deseo de contemplación y adoración ante Cristo realmente presente bajo las especies eucarísticas.
Necesitamos también la belleza y la alegría del Sacramento de la Confesión ante nuestra cultura llena de secularismo, codicia y hedonismo, en la que corremos el riesgo de perder el sentido del pecado y, como consecuencia, la alegría consoladora del perdón (ver Sal 51, 14) y del encuentro con nuestro Dios rico en misericordia (ver Ef 2, 4).
La Misa y la Confesión nos ponen en contacto con las grandes obras de Dios que, en este contexto, se nos hacen luminosas y nos generan alabanza, gratitud, alegría, unión de corazones, apoyo en las dificultades y fortalecimiento en la fe.
3. Servicio solidario: nuestra vida de amor al prójimo
De nuestro encuentro con Dios y con su amor de Padre de todos, nos nace la exigencia del encuentro con nuestro prójimo, de nuestra propia entrega a los demás, en el servicio humilde y desinteresado que Jesús nos ha propuesto a todos como programa de vida en el lavatorio de los pies a los apóstoles (ver Jn 13, 15). Para esto nos servimos de nuestra profunda y tierna devoción al Corazón de Jesús: Nuestra espiritualidad dehoniana supone que llevemos una vida de amor que corresponda al amor de Jesús, a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a la humanidad hasta inmolarse entregando su vida. En el amor preferencial por los pobres (ver Mt 25, 40) y en el amor misericordioso por los pecadores, mediante la fe, descubrimos la presencia de Jesús.
4. Dirección espiritual: dejarnos acompañar y ayudar en nuestra vida
En nuestros grupos, como jóvenes dehonianos hacemos un proceso donde descubrimos y apreciamos la dirección espiritual, la buscamos y la experimentamos, y finalmente la pedimos con insistencia confiada a nuestros acompañantes en la fe, los sacerdotes y religiosos dehonianos, que como parte de su carisma, dedican tiempo y energías a esta misión de educación y de ayuda espiritual personal.
5. Nuestra vida como hermanos
Construimos la fraternidad, la familia dehoniana, a partir de nuestra convivencia como comunidad juvenil, aceptando nuestros límites personales y profundizando nuestro diálogo; compartiendo nuestras angustias y nuestras alegrías; dándonos momentos para nuestra reflexión (p. ej. talleres) y para nuestra distensión (p. ej. paseos, juegos) para alimentar nuestra serenidad, paz y alegría.
Más:
Para favorecer nuestra comunión de espíritus y de corazones necesitamos cultivar los 10 valores dehonianos.