María, ¿sierva o esclava del Señor?

María concluye el diálogo con el ángel proclamándose "esclava (sierva) del Señor". La comprensión de esta autocalificación está subordinada a la comprensión de la propuesta que le ha sido hecha, y —en perspectiva literaria— a los modelos que ofrece la Biblia. Por dos veces la Virgen se define esclava del Señor: Lc 1,38 recuerda vagamente 1 Sam 25,41 (completa disponibilidad de Abigail para ser esposa de David); Lc 1,48 es una relectura de 1 Sam 1,11 (Ana ruega a Dios que tome en consideración su aflicción [tapeinosis tes doûles sou]). Los dos versículos lucanos se interpretan mutuamente. Sin embargo, definen dos posturas diferenciadas, ambas concernientes a los contenidos de Lc 1,28-37.

Foto de Anna Tarazevich

En 1 Sam 25,41 se entrevé un antecedente literario de Lc 1,38, en el sentido de que Abigaíl declara su disponibilidad a ser futura esposa de David con la fórmula: "He aquí tu sierva". Expresiones análogas se encuentran en otros sitios, pronunciadas por mujeres a las que se reconoce una particular relación con un hombre (cf Gén 12,19, 16,ó, 24,51; 30,3) y por hombres que se relacionan con otro hombre semejante a ellos. Así los ministros de David que evitan encontrarse con Absalón (2 Sam 15,15); Merib-Baal, hijo de Jonatán, se presenta a David y pronuncia la fórmula: "He aquí a tu siervo" (2 Sam 9,6).

A la luz de las precedentes adquisiciones hay que leer Lc 1,48: 

"Él ha mirado la humilde condición de su sierva. Porque desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada". 

Lc 1,48 apunta a la gratuidad de la actividad de Dios y une la impotencia con la tapeínosis (= indigencia, imposibilidad), o sea, con la incapacidad de alcanzar una meta. Dios, que ha fijado su mirada en la insignificante condición de María y ha hecho grandes proyectos sobre ella, ha intervenido transformando su insignificancia (tapeínosis doúles) en el momento de la salvación mesiánica. Pero insignificancia e incapacidad no quieren decir improductividad o inutilidad (cf Sal 30,8 [LXX]; Gén 29,32).

Este rápido análisis permite decir que se trata de una fórmula de sumisión estereotipada. La de Lucas, en cambio, se da en un contexto que no tiene prototipos veterotestamentarios (éstos no versan sobre hechos vinculados a intervenciones específicas de Dios de alcance universal) y no obstante, puede considerarse eco de la tradición religiosa más profunda, de la cual se tienen pistas en aquellos momentos de la historia sagrada que recuerdan las asambleas del pueblo llamado a ratificar los términos de la alianza ofrecida por Dios (cf Ex 24,3.7) o su renovación (2 Re 23,1-3; Esd 10,12, Neh 10,1.29ss) A la luz de lo estipulado en la alianza del Sinaí, Lc 1 38 adquiere una fuerza evocadora singular y reconoce a María un papel análogo al del pueblo de Dios, cuando a los pies de la montaña sagrada recibe las tablas de la ley y promete observarla (Ex 24,3.7). En Caná de Galilea María reformula el esquema de la obediencia, invitando a los criados a hacer todo aquello que Jesús les diga (Jn 2,5). Son tres momentos de la historia de la salvación dominados por una misma propuesta y por la voluntad de hacerla operante. Es el tema de la alianza que se va esclareciendo.

Algo análogo ocurre con el rey Josías (604-609), el cual, descubierto el libro de la ley, y después de una atenta lectura, concluye una alianza delante del Señor comprometiéndose a observar cuanto allí había escrito. Todo el pueblo, convocado en asamblea para ello, se adhirió (2 Re 23,1-3). También Esdras y Nehemías siguieron un procedimiento semejante con el pueblo una vez que volvieron de la deportación de Babilonia, obteniendo un compromiso estable (Esd 10,12; Neh 10,1.29ss). Aunque en estos textos precedentes correlativos a Lc 1,38 el diálogo entre los protagonistas no sea vivaz, como en el relato de la anunciación (Lc 1,28-38), la analogía conceptual subsiste y encuentra un punto de apoyo en la fórmula de aceptación de la alianza (Éx 24,3.7) o en su renovación (2 Re 23,1-3; Esd 10,12; Neh 10,1.29ss) y en la presencia de un mediador entre Dios y el pueblo.

Expresión auténticamente religiosa, pero con visos jurídicos, Lc 1,38 recoge no sólo lo que María ha captado bajo el aspecto soteriológico, sino que también subraya la adhesión total (doúle-sierva) a aquello que, en concreto, Dios ha decidido hacer en ella (cf Lc 1,34). En el conjunto del misterio de la anunciación, tal adhesión es un gesto de acogida, en nombre de toda la humanidad, de la nueva visita, a la cual Dios da comienzo (cf Gén 21,1).

El hilo conductor para comprender el ministerio o servicio de María es el relato de la anunciación con sus luces y sus sombras. En Jesús, por su carácter de novedad total, por ser el término de toda la antigüedad, como también por las prerrogativas de las que está revestido, el servicio capta toda la atención de María y es la raíz de la que brota su disponibilidad. La voz Señor (kýrios) de Lc 1,38 (cf Lc 1,17.76), no obstante la intencionada ambigüedad, confiere a la adhesión de María un significado denso, como denso es todo el contexto. Ello establece, ante todo, una tensión dialéctica entre el AT y el NT, novedad absoluta frente a lo viejo, lo permanente frente a lo transitorio, realización frente a promesas, prerrogativas mesiánicas que se hacen personales frente a simples esperanzas que no encuentran un personaje histórico al que adherirse en plenitud.

Por su singularidad y riqueza, Lc 1,38 es uno de los tres puntos del texto de la anunciación que por unicidad y tipicidad no puede ser considerado como rasgo común de la forma literaria de los anuncios. Su condición de probable reminiscencia histórica de la frase dicha por María al proclamarse sierva del Señor se presenta con una intencionada distancia de las locuciones similares ya encontradas. Los otros dos puntos son: la concepción virginal (Lc 1,34), donde, en dimensión diversa evidente, aflora el recuerdo de Sara (Gén 18,10ss) evocada indirectamente (Lc 1,37 = Gén 18,14) y las futuras empresas del niño (Lc 1,32.33.35), a las que las profecías prestan locuciones para pensar en una futura realidad histórico-política que las actuales circunstancias ridiculizan.

Refiriéndose a tales presupuestos, Lucas esboza el retrato de María, sierva del Señor, tratando de levantar el velo del misterio. Lc 1,38, que no está desgajado de Lc 1,34, se articula también como aceptación de las explicaciones y de la resolución de la dificultad planteadas en Lc 1,34. Respuesta consciente al mensaje celeste, tiene el aspecto de un acto de agradecimiento a Dios, con el que María contrae una relación de afinidad en el plano biológico y espiritual.

Analizando más a fondo la relación Dios-María, que brota de su acto de fe (Lc 1,38), se advierte que entre relación carnal y relación de fe existe una conexión evidente; pero hay que subrayar que es la fe de María el fundamento del parentesco real con Dios y con Jesús. Esa relación, en efecto, quedaría bloqueada en el plano biológico si no tuviese como presupuesto la fe. Tal modo de interpretar el nexo fe-parentesco típicamente lucana, ilustrado por dos pasajes fuera del contexto de la infancia, pero relacionados con él. Lc 11,27-28 refiere la respuesta de Jesús a la mujer que llamaba dichosa a su madre: 

"Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la observan". 

Lc 8,19-21 nos relata lo que Jesús contestó a los que le advirtieron que allí fuera estaba su madre y sus hermanos: 

"Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica".

El parentesco con Jesús se realiza pues, mediante la fe, que es escucha y realización de su mensaje. Los dos pasos lucanos citados reclaman la atención sobre el significado y la importancia de la fe de María y sobre el motivo por el que fue proclamada dichosa (Lc 1,45), y constituyen una verificación de la constante lucana de presentar, incluso fuera de los textos de la infancia, a María como creyente (Lc 2,19.51, He 1,13-14).

Después de haber sido agraciada por Dios mismo (cf Lc 1,28.30.35), María se autocalifica como sierva del Señor, dispuesta a cumplir su voluntad en todo. La aceptación del proyecto de Dios trae a la mente el proyecto que le fue propuesto a Zacarías acerca de su hijo Juan. En ambos casos, con diversa gradación, se pide la colaboración de los protagonistas, o sea, su disponibilidad a ser siervos del Señor. Zacarías llega a ser padre del precursor no obstante el peso de los años y con la imposición del silencio (Lc 1,12-20); María en virtud de su virginidad, será madre de Cristo (Lc 1,34-35). Mientras a Zacarías le es propuesto el esquema de un nacimiento que tiene significativos precedentes en la historia sagrada y además como es deseado por una pareja de esposos judíos, a María se le ofrece un esquema sin precedentes, un tipo de nacimiento que tiene su origen en Dios, al cual es posible acceder sólo por la fe. Para esta novedad se pide absolutamente su consentimiento, con la conocida fórmula de Lc 1,38 que combina —y aquí está todo su valor teológico— un acto de fe con un acto de total subordinación a Dios (= noción de sierva de Yavé).

Como demuestra todo el cuadro de la anunciación, la conclusión a que llega la Virgen es el resultado de un diálogo activo, a través del cual intenta llegar a captar los términos de un mensaje revolucionario, para adherirse al mismo iluminada por la gracia (Lc 1,28.30.42.45.48-49), libremente y con conocimiento de causa. Si la voz Señor (kýrios) de Lc 1,38 es una alusión a Yavé, pero que a priori no excluye la alusión al mesías del cual va a ser madre (de ahí la ambigüedad de la locución), es consecuente afirmar que María entendió de manera real, aunque no explícita el contenido del mensaje y alcanzó a vislumbrar la identificación de Jesús con Yavé.

En tal dimensión su adhesión no podía ser sino inmediata, total y llena de gozo. Yavé salvador entraba concretamente en la historia del hombre en la persona del mesías (Cristo) salvador (Jesús) (cf Lc 1,41.47). Bernardo de Claraval, en la célebre cuarta homilía sobre Missus est captó el ansia de liberación de la humanidad, e incluso la prisa de Dios por obtener una respuesta, por así decirlo. Pero no captó que Lc 1,38 acerca los dos conceptos-guía de la teología lucana: los de la humilde (sierva) y gozosa aceptación (fiat) del estado de vida al que Dios llamaba a María. A pesar de ello, llegó al umbral del significado gramatical del texto al escribir que este fiat es signo de deseo y no señal de duda, y que por tanto la locución hay que leerla como expresión del afecto de una persona que desea, y no como efecto de una duda.

Foto de Nour Abiad

EL FIAT

El fiat de Lc 1,38 no tiene igual ni en el de Getsemaní (Lc 22,42; Mt 26,46, Mc 14,36), que narra la sufrida sumisión de Jesús a la pasión, ni en el de la oración del Padrenuestro (Mt 6,10). El diverso uso de los modos verbales (aoristo imperativo en Getsemaní y en el Padrenuestro; optativo aoristo en Lc 1,38) conlleva un significado diverso que afecta al concepto. El fiat de Lc 1,38 contiene y expresa un secreto anhelo, una espera impaciente de ver realizado el proyecto descrito por el ángel. La respuesta de María es un grito de gozoso consentimiento lanzado a Dios con una fórmula en la cual se transparenta su profunda religiosidad, no muy diferente de la del siervo de Yavé del texto de Isaías. Se dan en la respuesta de María dos concepciones antitéticas: la de la humilde sierva del Señor elevada a una dignidad única, y la de estar en grado de colaborar al plan de Dios (cf Lc 1,28).

Lc 1,48a presenta el doble aspecto de lo social y de lo religioso, que no es olvidado en el momento de la exaltación. En la sociedad judaica, el esclavo hebreo no está privado de derechos; aunque son mucho más reducidos que los de su amo, no está a merced de los caprichos de éste. La tapeínosis deja entrever una clase de gente pobre, socialmente irrelevante, privada de prestigio y sin influencia notable fuera de su ámbito, pero libre. En un ámbito más propiamente religioso, Lc 1,48a alude a un compromiso total y absoluto con el Señor, y permite relacionarlo con Lc 1,38. Lucas, que recuerda las maravillas realizadas por la omnipotencia divina (1,49) y la glorificación de María (1,48b), concreta la atención sobre la desproporción existente entre la condición socio-político-religiosa de María y los prodigios que Dios ha cumplido en ella. Tal desproporción es una constante en la historia de la salvación. Evocando una historia cuyos aspectos y consecuencias son principalmente sagrados, Lucas añade el recuerdo de los pequeños y los humildes, a los que en el AT está prometida la salvación (cf Jdt 9,11; Sal 9,19; Is 57,15). La consecuencia inmediata es esa manera de considerar la pobreza que encontró una expresión clásica en la primera bienaventuranza del sermón de la montaña (Lc 6,20). Pero el cuadro del recuerdo es pronto superado, de manera inaudita e imprevisible en la precedente situación, por la proclamación de que las futuras generaciones la llamarán dichosa (Lc 1,48b); al fin se descubre que un procedimiento grandioso, como es el de la redención del género humano, tiene su punto de partida y de llegada en María, que se autodenomina sierva del Señor.

La profecía de Isabel (Lc 1,45), la promesa de un reino mesiánico sin límites de tiempo (Lc 1,33) y las palabras de confiada esperanza dichas por María (Lc 1,38.48) se confrontan juntamente en una interna correlación. Sólo María puede hablar de sí. Sólo ella puede apropiarse los sentimientos de una madre palestinense de otros tiempos, Lía (cf Gén 29,32, 30,13) y darles la más alta resonancia.

CONCLUSIÓN

En la respuesta de María está contenido el consentimiento del género humano a la economía de la salvación de Dios. Éste, por su medio, ha puesto en las manos de los hombres la redención, y los hombres, no como colectividad, sino como individuos, pueden abrirse o cerrarse al proyecto divino según la elección que hagan: o a sí mismos como pertenecientes a una realidad cósmica valorada como un absoluto capaz de satisfacer todas sus aspiraciones, o a sí mismos como pertenecientes a la misma realidad que se articula en espasmódica tensión, junto con ellos hacia la liberación y la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8,18-25). María, sierva del Señor, superó el dilema y, posponiendo sus intereses personales y privados, confió a Dios su destino. Se hizo así prototipo de todo hombre que busca a Dios, e instrumento privilegiado de comunión con él. Su comportamiento religioso ante Dios es el punto de apoyo, desde tiempo inmemorial, de toda reflexión que intente buscar, fuera de la divinidad, pero junto a ella, un miembro del género humano que conjugue simultáneamente el vacío más completo ("soy la sierva del Señor") y la riqueza y plenitud más completa ("hágase en mí según tu palabra"), la disponibilidad receptiva de la palabra de Dios y la conservación de la propia personalidad.

En este estado de múltiples facetas, María no puede ser parangonada con ningún personaje del AT ni del NT, por eminente que haya sido por su santidad. Ella es algo más. La escucha y acogida del mensaje celeste significan que ha sido elevada a criterio para la familia escatológica que Jesús reunirá. Primera creyente y primera discípula de Cristo, nos ha hecho ver que le bastaba la palabra. Sierva del Señor por la simplicidad y espontaneidad de su fe, se transforma en intérprete de los sentimientos y de las aspiraciones de cuantos, en el sufrimiento y en la injusticia, anhelan el reconocimiento de sus derechos (Lc 1,48), insisten en la urgencia de la reconciliación de los hombres entre sí y con Dios y se prodigan para que la buena nueva llegue a cada hombre.

Bibliografía: DICCIONARIO DE MARIOLOGIA, Págs. 1851-1858