Las 3 dimensiones de la Misión Juvenil como experiencia formativa

La Misión Juvenil Dehoniana además de ser un servicio a la evangelización, es para los jóvenes  una experiencia formativa en 3 dimensiones:


1-Dimensión humana:




Objetivo: Promover el equilibrio personal, capacidad de diálogo, aceptación de sí mismo, sentido moral y madurez afectiva.

Fundamentación: La madurez humana, y en particular la afectiva exige que la persona sea verdaderamente dueña de sí misma, decidida a combatir y superar las diversas formas de egoísmo e individualismo que acechan a la vida de cada uno, dispuesta a abrirse a los demás, generosa en la entrega y en el servicio al prójimo.

Valores dehonianos relacionados:
Renuncia: Exige una educación en el amor verdadero, la liberación progresiva del egoísmo.


2-Dimensión espiritual:




Objetivo: Dar una respuesta de amor a la llamada de Cristo, en constante fidelidad a las mociones del Espíritu. Aprender a amar como Cristo ama.

Fundamentación: Son cuatro los grandes valores que delimitan el contenido de la formación espiritual del misionero: la meditación de la palabra de Dios (2.1), la participación en los sacramentos de la Iglesia (2.2) y el servicio de la caridad a los «más pequeños» (2.3) y el acompañamiento espiritual (2.4).


2.1 La lectura meditada y orante de la Palabra de Dios. 



A la luz y con la fuerza de la Palabra de Dios es como puede descubrirse, comprenderse, amarse y seguirse la propia vocación y también cumplirse la propia misión. La familiaridad con la Palabra de Dios facilitará el itinerario de la conversión, no solamente en el sentido de apartarse del mal para adherirse al bien, sino también en el sentido de alimentar en el corazón los pensamientos de Dios, de forma que la fe, como respuesta a la Palabra, se convierta en el nuevo criterio de juicio y valoración de los hombres y de las cosas, de los acontecimientos y problemas.

La forma primera y fundamental de respuesta a la Palabra es la oración, que constituye sin duda un valor y una exigencia primarios de la formación espiritual. Ésta debe llevar a los misioneros a conocer y experimentar el sentido auténtico de la oración cristiana, el de ser un encuentro vivo y personal con el Padre por medio del Hijo unigénito bajo la acción del Espíritu.

La oración hay que entenderla también como tiempo para estar con el Señor para que pueda obrar en nosotros, y entre las distracciones y las fatigas pueda invadir la vida, confortarla y guiarla, para que, al fin, toda la existencia pueda realmente pertenecerle.

Es necesario subrayar más el momento de la interioridad, de la relación filial con el Padre, del diálogo íntimo con Cristo, de la profundización personal de cuanto se ha celebrado y vivido en la oración comunitaria, del silencio interior y exterior, que deja espacio para que la Palabra y el Espíritu puedan regenerar las profundidades más ocultas.


2.2 La educación litúrgica



En el sentido pleno de una inserción vital en el misterio pascual de Jesucristo, muerto y resucitado, presente y operante en los sacramentos de la Iglesia. La comunión con Dios, soporte de toda la vida espiritual, es un don y un fruto de los sacramentos; y al mismo tiempo es un deber y una responsabilidad que los sacramentos confían a la libertad del creyente, para que viva esa comunión en las decisiones, opciones, actitudes y acciones de su existencia diaria. En este sentido, la «gracia» que hace «nueva» la vida cristiana es la gracia de Jesucristo muerto y resucitado, que sigue derramando su Espíritu santo y santificador en los sacramentos; igualmente la «ley nueva», que debe ser guía y norma de la existencia del cristiano, está escrita por los sacramentos en el «corazón nuevo».

Esto se aplica sobre todo a la participación en la Eucaristía, memorial de la muerte sacrificial de Cristo y de su gloriosa resurrección.

Se formará también a los misioneros según aquellas actitudes íntimas que la Eucaristía fomenta: la gratitud por los bienes recibidos del cielo, ya que la Eucaristía significa acción de gracias; la actitud donante, que los lleve a unir su entrega personal al ofrecimiento eucarístico de Cristo; la caridad, alimentada por un sacramento que es signo de unidad y de participación; el deseo de contemplación y adoración ante Cristo realmente presente bajo las especies eucarísticas».

Es necesario y también urgente invitar a redescubrir, en la formación espiritual, la belleza y la alegría del Sacramento de la Penitencia. En una cultura en la que, con nuevas y sutiles formas de autojustificación, se corre el riesgo de perder el «sentido del pecado» y, en consecuencia, la alegría consoladora del perdón (cf. Sal 51, 14) y del encuentro con Dios «rico en misericordia» (Ef 2, 4), urge educar en la virtud de la penitencia, alimentada con sabiduría por la Iglesia en sus celebraciones y en los tiempos del año litúrgico, y que encuentra su plenitud en el sacramento de la Reconciliación.

Muchos jóvenes están acostumbrados a condiciones de vida de relativa comodidad y bienestar, y menos propensos y sensibles a estos elementos a causa de modelos de comportamiento e ideales presentados por los medios de comunicación social. Por esta razón, es necesario inculcar el sentido de la cruz, que es el centro del misterio pascual. Gracias a esta identificación con Cristo crucificado, como siervo, el mundo puede volver a encontrar el valor de la austeridad, del dolor y también del martirio, dentro de la actual cultura imbuida de secularismo, codicia y hedonismo.

La Palabra, la Eucaristía, la oración en común, la asiduidad y la fidelidad a la enseñanza de los Apóstoles y de sus sucesores, ponen en contacto con las grandes obras de Dios que, en este contexto, se hacen luminosas y generan alabanza, gratitud, alegría, unión de corazones, apoyo en las dificultades comunes y fortalecimiento recíproco en la fe.


2.3 Amor preferencial por los pobres



Del encuentro con Dios y con su amor de Padre de todos, nace precisamente la exigencia indeclinable del encuentro con el prójimo, de la propia entrega a los demás, en el servicio humilde y desinteresado que Jesús ha propuesto a todos como programa de vida en el lavatorio de los pies a los apóstoles (Jn 13, 15).

Bajo este aspecto la formación espiritual tiene y debe desarrollar su dimensión pastoral o caritativa intrínseca, y puede servirse útilmente de una justa —profunda y tierna, a la vez— devoción al Corazón de Cristo. Formar en la espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida.

La preparación a la misión tiene que incluir una seria formación en la caridad, en particular en el amor preferencial por los «pobres», en los cuales, mediante la fe, descubre la presencia de Jesús (cf. Mt 25, 40) y en el amor misericordioso por los pecadores.


2.4 El acompañamiento espiritual


La atención a los misioneros se debe concretar también en una propuesta decidida y convincente de dirección espiritual. Es necesario redescubrir la gran tradición del acompañamiento espiritual individual, que ha dado siempre tantos y tan preciosos frutos en la vida de la Iglesia. Invitemos a los jóvenes a descubrir y apreciar el don de la dirección espiritual, a buscarlo y experimentarlo, a solicitarlo con insistencia confiada a sus acompañantes en la fe.
Los sacerdotes y religiosos dehonianos deben dedicar tiempo y energías a esta labor de educación y de ayuda espiritual personal.

Valores dehonianos relacionados:
Eucaristía: La Adoración es tiempo para dejarnos renovar en la intimidad con Cristo y para unirnos a su amor a los hombres.
Vigilancia: Nos pondremos entonces con frecuencia a la escucha de la Palabra de Dios: para contemplar el amor de Cristo en los misterios de su vida y en la vida de los hombres; y para robustecer nuestra adhesión a él.
Martirio: Todo lo que hacemos y sufrimos por servir al Evangelio, sana a la humanidad.
Reparación: Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo.


3-Dimensión fraterna:




Objetivo: Construir la fraternidad a partir de la convivencia comunitaria, aceptando los límites personales y profundizando el diálogo; compartiendo las angustias y las alegrías; reservando momentos para la reflexión (p. ej. talleres) y para la distensión (p. ej. paseos, deportes) para alimentar la serenidad, la paz y la alegría.

Fundamentación: Con frecuencia los jóvenes provienen de una cultura que aprecia excesivamente la subjetividad y la búsqueda de la realización personal. La sociedad occidental aplaude a la persona independiente, que sabe realizarse por sí misma, al individualista seguro de sí. El misionero no es sólo un «llamado» con una vocación individual, sino que es un «convocado», un llamado junto con otros.

El amor de Cristo, derramado en nuestros corazones, nos impulsa a amar a los hermanos y hermanas hasta asumir sus debilidades, sus problemas, sus dificultades; en una palabra, hasta darnos a nosotros mismos.

Para favorecer la comunión de espíritus y de corazones es útil llamar la atención sobre la necesidad de cultivar las cualidades requeridas en toda relación humana: educación, amabilidad, sinceridad, control de sí, delicadeza, sentido del humor y espíritu de participación.

Valores dehonianos relacionados:
Caridad fraterna: En el amor de Cristo encontramos la certeza de que la fraternidad humana podrá ser alcanzada y obtenemos la fuerza para trabajar en su implementación.

Fotos: Misión en Campo Araoz (Chaco) 2017