CUANTO MÁS GRANDE EL DON, MAYOR LA EXIGENCIA
No estamos diciendo que se exija el imposible de tornar a viejas y radicales formas ascéticas de dudoso gusto (ensombrecidas, a veces, por una cierta ambigüedad perfeccionista-moralista de fondo), sino de reconocer que en la actualidad las instituciones religiosas dotadas de poder de atracción vocacional parecen aquellas que subrayan con mayor nitidez el ideal evangélico y su ascendente sobre el corazón humano. Los jóvenes tienen necesidad de esas propuestas potentes, como la del Evangelio y su fuerza inigualable, que conjugan don y exigencia, que dan el máximo y, al mismo tiempo, exigen todo, por las que merece la pena gastar la vida. A la percepción-descubrimiento de que sólo Dios puede dar respuesta al corazón humano, se une el desafío y la propuesta de amar con el corazón de Dios.
Amar a Dios con corazón de hombre, y amar al hombre con corazón divino. He aquí lo que atrae vocacionalmente:
“Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Vayan siempre más allá, hacia las cosas grandes. Pongan en juego su vida por los grandes ideales [...] pido que orienten la pastoral vocacional en esta dirección, acompañando a los jóvenes por itinerarios de santidad que, al ser personales, exigen una auténtica pedagogía de la santidad”. (Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2014).
Las medidas a medias atraen temporalmente, pero al final desilusionan y no colman la sed del corazón, resultan insuficientes para dar sentido a la existencia. Hacer una propuesta que se ubique por debajo de aquello que el corazón del hombre puede ofrecer y acoger, significa no sintonizar con su expectativa más profunda y, en consecuencia, no puede provocar adhesión vocacional alguna. De igual modo, las propuestas unilaterales que subrayan sólo un aspecto de la proposición vocacional (bien como don de lo alto, bien como aspiración del corazón humano) se revelan débiles y con escasa capacidad de motivar una decisión. El joven elige a la luz de la percepción de un don y, cuanto más grande sea el don, mayor es la responsabilidad frente a él o la sensación de una respuesta que ha de ser total.
Hemos de hacer un profundo examen de conciencia sobre la calidad de nuestro testimonio, individual y comunitario. La única, verdadera y más grande catástrofe no es la disminución numérica, sino la mediocridad espiritual. Expresándome en clave más positiva, y como reacción a dicha mediocridad, hago referencia tan sólo a un par de aspectos en perspectiva vocacional. Por una parte, resulta fundamental el testimonio de una cierta “fraternidad” presbiteral o religiosa que de testimonio de una santidad comunitaria (y no como propiedad excepcional de un individuo); testimonio que, por su naturaleza, tiene más impacto en el ánimo del joven y se convierte en fuerza de atracción vocacional.
Por otro lado, también es fundamental que el sacerdote o el consagrado se muestre contento de su vocación y la sienta como una realidad bella que procura belleza y sabor a la propia vida, como una opción que da cuenta de por qué aquel amor llena su corazón, como una respuesta de donación total ante una llamada que solicita la total donación de sí.
DEL MODELO DE LA CREACIÓN AL MODELO DE LA REDENCIÓN
Otro espacio en que está aconteciendo un cambio significativo –con implicaciones en la modalidad pedagógica de la PV– es el relativo al modelo teológico adoptado. Hasta ahora se hacía referencia sustancialmente a la creación. Según este modelo la vocación del hombre consiste en un proyecto pensado por Dios, o en la realización de un proyecto original a la luz de ese pensamiento “primitivo”, si podemos hablar así, según el cual el Padre Creador ha modelado cada criatura deponiendo en ella un trazo de la propia imagen y semejanza. En el modelo de la redención, en cambio, la vocación se entiende como una llamada que dirige el Padre Redentor a todo hombre salvado por la sangre del Hijo; no sólo para que se abrace a la salvación que ha obtenido el Hijo, sino a fin de que elija colaborar activamente en el proyecto de la salvación de manera responsable y en beneficio de otros, imitando así por gracia a Aquel que ha dado su vida por la salvación de la entera humanidad.
Creación y redención, en suma, son los dos polos clásicos del concepto (o misterio) de vocación: uno más estático y contemplativo, el otro mucho más dinámico y activo; el primero como expresión del ser humano en sí, el segundo del ser humano en relación, el primero más tradicional aunque expuesto al riesgo de una interpretación subjetivo-narcisista, el segundo modulado por la conformación a Cristo y la solidaridad con el otro, más provocador y significativo para la cultura del presente (dada su inercia narcisista), más capaz de señalar un modelo de ser hombre adulto en Cristo.
KERIGMA VOCACIONAL
La propuesta vocacional puede, y tal vez debe, formar parte del primer anuncio, de la acción de mostrar la evidencia de la llamada y la corresponsabilidad de la criatura en el proyecto de la salvación, como hemos subrayado con anterioridad. La vocación no es aquello que viene después, como si se tratase de un punto de llegada que sólo resulta accesible a unos pocos o al que arriban finalmente algunos virtuosos; el cristianismo es esencial e inmediatamente vocación, llamada, solidaridad con el hombre pecador y necesitado de salvación, impulso a formar parte activa del misterio de la redención. De manera que no se puede comprender auténticamente el cristianismo que se propone sin tomar en consideración esta solicitud vocacional; al margen del descubrimiento de la propia vocación no puede darse una plena adhesión creyente. La vocación, en síntesis, es aquello que permite nacer y crecer la fe, ya que ser cristiano supone en sí ser llamado y enviado, ser salvado en cuanto involucrado en la tarea de la salvación de los otros.
En concreto, esto quiere decir que la vocación, tanto en la catequesis como en la propuesta más amplia de la fe, ha de situarse al comienzo del camino creyente; no sólo forma parte del kerigma, sino que hace crecer la fe. Tal vez podríamos hablar de un kerigma vocacional que da cuenta de la esencia de la fe y muestra que la vocación forma parte de la misma.
P. Amedeo Cencini, Nuevas realidades en materia vocacional. Congreso Internacional de Pastoral Vocacional, Roma 2016.