Últimas horas del Adviento

En esta época en que cualquiera puede, con el más mínimo sentido ético, calificar de corrupta en todos las órdenes de la vida a la sociedad actual (aun cuando en esto habría que matizar bastante, porque una cosa es la imagen de la clase dirigente y de lo que nos presentan la cultura y los medios y otra las reservas de moral auténtica que subsisten en amplios sectores de nuestro pueblo). Pero concedamos lo de la corrupción general, en este ambiente es fácil que siguiendo más o menos la moral mínima, "yo no maté a nadie, yo no traicioné a mi mujer, yo no cobré de más, yo aporté a la colecta anual de Cáritas", tendamos a creernos supercristianos. Es bueno escuchar, pues, en este tiempo de Adviento que eso para Cristo no es más que agua y que el misterio de la encarnación de Dios que nos aprestamos a celebrar desborda totalmente las exigencias y los logros de todo comportamiento puramente humano y nos invita ni más ni menos que a la santidad.

1. El evangelio no es fundamentalmente una ética o una moral 

Más aún, la Iglesia siempre ha afirmado que la base del comportamiento moral de los hombres debería ser básicamente la misma para cristianos o no cristianos, porque proviene del derecho natural.

En esto, estrictamente, el cristianismo no viene a aportar novedades, sino a confirmar, aclarar y sublimar. No puede cambiar las estructuras necesarias del obrar humano y del funcionar social. A diversos niveles, las funciones del Estado y de la Milicia, cumplirán un papel siempre indispensable y nobilísimo en la sociedad. Funciones que, como cualesquiera otras, no pierden en dignidad por el mal desempeño de alguno de sus representantes. Por eso, allí, el cristianismo no tiene más que decir “cumpla bien su oficio” y ciertamente, cuanto mejor cristiano mejor lo cumplirá (la gracia ayuda a la naturaleza). Y, porque cristiano, será un buen estudiante; porque cristiano, un cuidadoso médico; porque cristiano, valiente guerrero.

La ética sola no basta para elevar al hombre a Dios; apenas ayuda a vivir mejor en esta tierra, pero, sin ella, el ser humano es incapaz de percibir que su única posibilidad de plena salvación solo puede venir de Dios. La ética tiene, como función pedagógica, no 'ganar el cielo', sino abrir la mente y el corazón del hombre para recibirlo como don de Dios.

El cerebro y el corazón humanos acostumbrados a lo bajo, a lo vicioso, a lo inferior, a lo sórdido, a lo de mal gusto, pobre en ideas y en palabras, distraído por placeres ínfimos, aturdido por errores y mentiras, no habituado a pensar, a reflexionar, televidente, politizado, pauperizado, idiotizado, enviciado, habituado a su chiquero ¿cómo va a escuchar la voz de Dios?, ¿cómo va a apreciar la belleza de Su amistad?, ¿cómo va a aspirar a las delicias divinas?

Terrible es pues, la corrupción que mina la sociedad, que estraga nuestros gustos, que arruina la percepción de lo justo, de lo bello, de lo bueno, que se plasma en leyes inicuas votadas por legisladores perversos o ignorantes -leyes que se aplican aleatoriamente (aun las buenas) en tribunales vendibles y se protegen con policías desguarnecidos o, peor, deshonestos-... 

Terrible también, es la inmoralidad que disuelve la familia, pervierte el sentido del amor y del sexo, transforma los grandes negocios en partidas de mafiosos, desalienta la inversión, el trabajo productivo y la iniciativa privada, aumenta la pobreza y arroja niños huérfanos a la calle y puebla nuestras ciudades de cartoneros y delincuentes... 

Pero sobre todo terrible, la corrupción moral, porque impide a nuestra gente, a nuestros jóvenes, abrirse a los valores trascendentes, oír el llamado de Dios, los pasos del Cristo que llega, apreciar la oferta de cielo, la exultación gozosa de seguir el camino de Jesús.

Pero, como hemos dicho, el hombre, por más que haga, no puede llegar a Dios. Afirmar Su existencia, descubrir muchos de Sus aspectos esenciales. Nada más. Porque su cerebro y su vitalidad están, por ahora, acotados en el espacio-tiempo. Solo si Dios, desde su eternidad, más allá de la naturaleza, 'sobre-naturalmente', 'gratuitamente', toma la iniciativa libre y amante de acercarse al hombre, introducirse en su tiempo y espacio, y ofrecerle su amistad, su propia Vida, solo así el hombre puede atreverse a pretender participar de la vida divina.

No importa lo que hayamos sido o hecho este año que pasó. Él viene empecinadamente, otra vez, a ofrecernos su amistad y un puesto en sus filas. En la soberana actitud del príncipe cuya amistad siempre será inmerecida, fruto gratuito de su liberalidad.

No se nos pide tanto en Adviento un esfuerzo ascético de conversión, ni una actitud avergonzada, humillados por nuestras traiciones y pecados del año, sino que quiere despertarse en nuestra mente esa actitud de maravilla, de asombro, de gozo, propia del que, de pronto, sabe que es amado o es amada por aquel o aquella a quien se quería en secreto y casi sin esperanzas –él o ella me quiere, se fijó en mí, acepta mi amor‑ ¡Alegría de los enamorados! ¡Alegría de los elegidos y reclutados! ¡Alegría del Adviento y de la Navidad!

Sí: Dios te ama y se acerca a nosotros en la real carroza del cálido vientre de María. Viene a llamarte. Viene a buscarte. Viene a pedir tu mano.

2. Adviento es tiempo de alerta

En la medida en que se implante la economía de mercado (si es que se hace) es posible que por la necesidad de eficiencia del sistema la corrupción burocrática vaya desapareciendo y aparezcan como valores económicos, la veracidad, el cumplimiento de los compromisos, la justicia en el pago de los impuestos; etc. Aparecerá una especie de moral liberal, parcial, económica, que muchos ilusos tenderán a confundir con la ética. 

Y daría la impresión que el Nuevo Orden Mundial avanza en general hacia una nueva moral de este tipo: honestidad en los contratos, eficiencia en cada puesto de trabajo, puntual pago de las contribuciones y, para no dar a la cosa un cariz puramente económico, otro tipo de normas pseudoéticas: el respeto a la ecología, el tirar los papelitos en los cestos, el no fumar en los lugares públicos y si es posible no fumar para nada, el no conducir habiendo bebido, el cuidado eugenésico de la descendencia y el evitar eutanásicamente el dolor de viejos y enfermos, el tener contemplaciones profilácticas en las relaciones sexuales, el evitar el exceso de colesterol y muchas normas más que serían dignas de buscarse y enumerar, como para engendrar una pseudomoral y una falsa suplencia de las exigencias éticas que se esconden en el corazón del hombre creado para Dios. El ideal, pues, de nuevo mundo de hombres más o menos deportistas, más o menos bien vestidos y bañados, higiénicos, eficientes, computados y con computadoras, sin traumas ni represiones sexuales, como mucho una nueva era de Pericles, con igualdad para los iguales y algunos, como se dice, más iguales que otros.

Es posible que este Nuevo Orden Mundial fracase estrepitosamente como todo intento babélico y prometeico de construir al hombre y a la sociedad prescindiendo de Dios y de su Cristo; pero es posible que no. Y si se construye y si dura, y mientras dure, será un terrible narcótico para las verdaderas ansias y vocación trascendente del hombre al amor a Dios y a los demás, y el degüello de su única posibilidad de realizarse plenamente que es la de acceder al cielo.

Fuente:catecismo.com.ar