Conmoción en Italia por el comunicado de prensa de la diócesis de Novara, donde el vicario para el clero y la vida consagrada resume en cinco líneas la noticia del suicidio de un sacerdote: «Solo el Señor, quien nos escudriña y conoce a cada uno, sabe comprender los misterios más impenetrables del alma humana». Cuando un hombre —un sacerdote— llega al punto de quitarse la vida, es señal de que algo en su interior se ha roto, no de repente, sino lentamente, inexorablemente, definitivamente, irremediablemente y a veces, quienes viven junto al sacerdote ni siquiera lo notan.
La formación sacerdotal actual
La formación sacerdotal actual está llena de graves lagunas y algunas visiones del sacerdocio siguen produciendo heridas profundas. Recientemente, incluso el Dicasterio para el Clero ha reconocido el enorme peligro inherente a «una cierta idea de sacerdote» que termina deshumanizando el ministerio, convirtiéndolo en una función inalcanzable, separada de la realidad concreta de la vida. Denunció las derivas espiritualistas y perfeccionistas que minan el equilibrio humano y emocional de muchos sacerdotes. Hay algo, en la formación y la vida del sacerdote, que evidentemente no funciona. Y lo que nace torcido en la formación, es difícil de enderezar y a menudo se gangrena.
El problema fundamental
El problema fundamental es que tanto la Iglesia como la sociedad son inducidas a creer que si eres sacerdote, no eres un hombre. No puedes llorar: si no, eres melodramático. No puedes cansarte: serías perezoso. No puedes acariciar a un niño: te arriesgas a ser etiquetado como pedófilo. No puedes tener una mujer a tu lado: ya tienes una amante. No puedes tener un amigo: hay quien insinuará que es tu novio. No puedes dar un abrazo: serías ambiguo. No puedes irte de vacaciones: eres un burgués. No puedes comprarte un regalo: eres un derrochador. No puedes cuidarte: eres narcisista. No puedes vestirte como quieres: eres excéntrico. No puedes ser juvenil: eres ridículo. Ni siquiera puedes usar sotana porque eres un mojigato intemporal. La deshumanización del sacerdote, encubierta en un falso espiritualismo, es un tema antiguo y actual. Pero sus efectos, hoy más que nunca, son trágicos y hay una profunda soledad.
¿Quién se detiene a escuchar a los sacerdotes?
¿Quién se detiene a escuchar a los sacerdotes? ¿Dónde están esos monjes, esos sabios sacerdotes que llevan a cabo esa delicada tarea de guías espirituales, confesores y padres? ¿Qué lugar ocupa la amistad, concretamente, en la vida de un sacerdote? ¿Quién se fija en cómo es el sacerdote, en lo que lleva en su corazón? ¿Cuáles son esas relaciones que el sacerdote puede construir sin temor a ser chantajeado, ridiculizado públicamente, explotado? ¿A quién le importa realmente todo esto? ¿Y cuándo el abuso no viene de afuera, sino de dentro de la propia Iglesia? ¿Cuándo es tu obispo quien te manipula, quien te impone cargas insoportables, quien te traslada de una parroquia a otra o te despoja de tus deberes pastorales basándose en acusaciones difamatorias jamás probadas, quizás provenientes de un hermano rencoroso o un feligrés al que simplemente corregiste? ¿Cuándo el abuso de poder se manifiesta de forma sutil, pero devastadora, en el acoso psicológico ejercido por un superior religioso, quien deliberadamente te empuja al agotamiento para debilitarte psicológicamente? ¿Cómo te defiendes de todo esto? ¿Cómo te mantienes en pie cuando la injusticia proviene de quienes deberían protegerte?
¿Qué pasa si alguien pierde la salud mental? ¿O, peor aún, la vida? ¿A quién le importa? No, no podemos aceptar que nadie haya notado el malestar de un hombre que se quitó la vida y pertenece a un presbiterio, a una comunidad de creyentes. Lo que llevó a Don Matteo a quitarse la vida con 35 años sigue siendo un misterio, muy doloroso y profundo. El dolor sordo persiste, y una pregunta que nos quema por dentro. Un sacerdote es un gran tesoro que tenemos obligación grave de cuidar, no lo dejemos para mañana.
Specola
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