Manual del asesor de la Pastoral Juvenil

Tu rostro buscaré, Señor (Sal 26, 8)


"Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Vayan siempre más allá, hacia las cosas grandes. Pongan en juego su vida por los grandes ideales. A ustedes obispos, sacerdotes, religiosos, comunidades y familias cristianas les pido que orienten la pastoral vocacional en esta dirección, acompañando a los jóvenes por itinerarios de santidad que, al ser personales, exigen una auténtica pedagogía de la santidad, capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe integrar las riquezas de la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo." (Papa Francisco)

En este manual nos proponemos profundizar en el rol del asesor de Pastoral Juvenil

Índice:
1 - ASESORES EN BÚSQUEDA DE LA VOLUNTAD DE DIOS
   1.1 Prioridades en el servicio del asesor
   1.2 El servicio del asesor
   1.3 El asesor debe mostrar la posibilidad de un camino distinto
2 – ASESORES EN LA CONSTRUCCIÓN DE COMUNIDADES JUVENILES
   2.1 El asesor está al servicio de la comunidad juvenil y del Reino
   2.2 Dóciles al Espíritu que conduce a la unidad
   2.3 Buscando una santidad comunitaria
   2.4 Papel del asesor en el crecimiento de la comunidad juvenil
   2.5 Actitudes del asesor en el proceso de discernimiento
   2.6 Servirse unos a los otros
   2.7 La humildad del asesor
3 – EL ASESOR EN LA PASTORAL JUVENIL
   3.1 La misión del Asesor
   3.2 Tentaciones del animador: desconfianza y abandono
   3.3 La formación de la conciencia
   3.4 Tentaciones para el asesor: desánimo y desencanto
Conclusión: El arte de escuchar la voz de Dios

1 - ASESORES EN BÚSQUEDA DE LA VOLUNTAD DE DIOS

 «Señor, enséñame tus caminos» (Sal 24, 4)



1.1 Prioridades en el servicio del asesor

Sugerencia: Aclarar el significado de "llamado a" en este [Artículo] y en este otro [Artículo]

a) En la pastoral juvenil el asesor está llamado a ser ante todo asesor espiritual. Debe ser consciente de haber sido llamado a servir un ideal que lo supera inmensamente, un ideal al que sólo es posible acercarse en un clima de oración y de búsqueda humilde que permita captar la acción del mismo Espíritu en el corazón de todos los jóvenes. 

Una asesoría es «espiritual» cuando se pone al servicio de lo que el Espíritu quiere realizar a través de los dones que distribuye a cada joven en el marco del proyecto de la Pastoral Juvenil.

Para poder promover la vida espiritual, el asesor deberá cultivarla primero en sí mismo a través de una familiaridad orante y cotidiana con la Palabra de Dios, en actitud de disponibilidad para escuchar tanto a los otros como la voluntad de Dios. 

El servicio del asesor exige una presencia constante, capaz de animar y de proponer, de recordar la razón de ser de la Pastoral Juvenil, de ayudar a los jóvenes a corresponder con una fidelidad siempre renovada a la llamada del Espíritu.
b) El asesor está llamado a garantizar a su comunidad juvenil el tiempo y la calidad de la oración, consciente de que se avanza hacia Dios con el paso, sencillo y constante, de cada día y de cada miembro, y sabiendo que los jóvenes pueden ser útiles a los demás en la medida en que están unidos a Dios. 
Está llamado también a vigilar para que, empezando por sí mismo, no disminuya el contacto cotidiano con la Palabra que «tiene el poder de edificar» (Hch 20, 32) a cada uno de los jóvenes y comunidades juveniles y de indicar los senderos de la Pastoral Juvenil. 
Recordando el mandamiento del Señor «hagan esto en memoria mía» (Lc 22, 19), procurará que el santo misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo sea celebrado y venerado como «fuente» y «cumbre» de la comunión con Dios y de los jóvenes entre sí. 

Celebrando y adorando el don de la Eucaristía en obediencia fiel al Señor, la comunidad juvenil obtiene inspiración y fuerza para su entrega a Dios.
c) El asesor está llamado a promover la dignidad del joven, prestando atención a cada uno de los jóvenes de su comunidad juvenil y a su camino de crecimiento, haciendo a cada uno el don de la propia estima y la propia consideración positiva, nutriendo un sincero afecto para con todos, guardando con reserva las confidencias recibidas.
d) El asesor está llamado a infundir ánimos y esperanza en las dificultades. Igual que Pablo y Bernabé animaban a sus discípulos enseñándoles que «es necesario atravesar muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios» (Hch 14, 22), así el asesor debe ayudar a encajar las dificultades de cada momento recordando que forman parte de los sufrimientos que con frecuencia jalonan el camino hacia el Reino.

El asesor de la comunidad juvenil en los momentos críticos no retrocede, sino que se hace presente, participa en las preocupaciones y dificultades de los jóvenes confiados a su cuidado, dejándose involucrar en primera persona. Y, lo mismo que el buen samaritano, está atento para curar las posibles heridas pero también para llevarlos al posadero, reconociendo humildemente sus propios límites y la necesidad que tiene de ayuda de los demás, no echando en saco roto los propios fracasos y derrotas.
e) El asesor dehoniano está llamado a mantener vivo el carisma dehoniano. El ejercicio de la asesoría comporta también el ponerse al servicio del carisma dehoniano, custodiándolo con cuidado y actualizándolo en la comunidad juvenil, según los proyectos y orientaciones ofrecidos, en particular, por las reuniones de AJVM. Esto exige en el asesor dehoniano un conocimiento adecuado del carisma dehoniano; un conocimiento que habrá asumido en la propia experiencia personal e interpretará después en función de su inserción en el contexto parroquial y social.
f) El asesor está llamado a «sentir con la iglesia». También es misión del asesor ayudar a mantener vivo el sentido de la fe y de la comunión eclesial en la gran familia de la Iglesia una, santa, católica y apostólica. 

El compromiso del seguimiento del Señor no puede ser una empresa de navegantes solitarios, sino que se lleva a cabo en la barca de Pedro, que resiste en la tormenta; a esta buena navegación el joven dará la contribución de una fidelidad laboriosa y gozosa. 

El asesor, por tanto, debe recordar a los jóvenes que nuestra guía es creer con la Iglesia, pensar y hablar con la Iglesia, servir con ella. También en esta guía entra siempre lo que Jesús predijo a Pedro: «Te llevarán a donde tú no quieras» (Jn 21, 18). Este dejarse guiar a donde no queremos es una dimensión esencial de nuestro servir y eso es precisamente lo que nos hace libres.

Sentir con la Iglesia implica una auténtica espiritualidad de comunión, esto es una relación efectiva y afectiva con los Pastores, ante todo con el Papa, centro de la unidad de la Iglesia. 

La comunión eclesial pide, además, una adhesión fiel al Magisterio del Papa y de los Obispos, como testimonio concreto de amor a la Iglesia y pasión por su unidad.
g) El asesor está llamado a acompañar en el camino de la formación. Una tarea que, hoy día, hay que considerar cada vez más importante es la de acompañar a lo largo del camino de la vida a los jóvenes que les han sido confiados. Ello implica no sólo ofrecerles ayuda para resolver eventuales problemas o superar posibles crisis, sino también estar atentos al crecimiento normal de cada uno en todas y cada una de las fases y estaciones de la existencia, de manera que quede garantizada esa «juventud de espíritu que permanece en el tiempo», y que hace a los jóvenes cada vez más conforme con los «sentimientos que tuvo Cristo» (Flp 2, 5).
En consecuencia, será responsabilidad del asesor mantener alto en todos el nivel de disponibilidad ante la formación, la capacidad de aprender de la vida, la libertad de dejarse formar cada uno por el otro y sentirse cada cual responsable del camino de crecimiento del otro.

1.2 El servicio del asesor

En los párrafos anteriores se ha descrito el servicio que presta el asesor en la Pastoral Juvenil para la búsqueda de la voluntad del Padre y se han indicado algunas prioridades de dicho servicio.
Conviene ahora recordar los caracteres peculiares que reviste la asesoría.
a) Todo asesor está llamado a hacer sentir el amor con que Dios ama a sus hijos, evitando, por un lado, toda actitud de dominio y, por otro, toda forma de paternalismo o maternalismo.
Esto será posible por la confianza puesta en la responsabilidad de los jóvenes, y a través del diálogo.
b) Preocupación espiritual. El fin primario de la asesoría es edificar una comunidad juvenil en Cristo, en la cual, por encima de todo, se busque y se ame a Dios.
Los medios principales que el asesor debe utilizar para conseguir tal finalidad primaria se deben necesariamente fundar en la fe; son, sobre todo, la escucha de la Palabra de Dios y la celebración de la Eucaristía.

1.3 El asesor, con su misma vida, debe mostrar la posibilidad de un camino distinto de realización de la propia vida:

  • un camino donde Dios es la meta, su Palabra la luz y su voluntad la guía; 
  • un camino en que se avanza con serenidad, sabiéndose seguros de estar sostenidos por las manos de un Padre acogedor y providente; 
  • donde uno está acompañado de hermanos y hermanas y empujado por el Espíritu, que quiere y puede saciar los deseos sembrados por el Padre en el corazón de cada uno.

    2 – ASESORES EN LA CONSTRUCCIÓN DE COMUNIDADES JUVENILES

    «Ámense como yo los he amado», (Jn 13, 34-35)

    A todos aquellos que buscan a Dios les es dado, además del mandamiento «amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente», un segundo mandamiento «semejante al primero»: «amarás al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-39). Más aún, añade el Señor Jesús: «Ámense como yo los he amado», pues por la calidad de su amor «reconocerán que son mis discípulos» (Jn 13, 34-35). 
    La construcción de comunidades juveniles constituye uno de los compromisos fundamentales de la Pastoral Juvenil; a ello están llamados a dedicarse los jóvenes, movidos por el mismo amor que el Señor ha derramado en sus corazones. Porque, en efecto, la comunidad es un elemento constitutivo de la Pastoral Juvenil y signo elocuente de los efectos humanizadores de la presencia del Reino de Dios.


    2.1 El asesor está al servicio de la comunidad juvenil y ésta al servicio del Reino

    Los asesores, en unión con los jóvenes que les han sido confiados, están llamados a edificar en Cristo una comunidad juvenil en la cual se busque a Dios y se le ame sobre todas las cosas, realizando su proyecto redentor. Ejercer la asesoría en medio de los jóvenes significa servirles a ejemplo de Aquél que «ha dado su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45), para que también éstos den su vida.

    2.2 Dóciles al Espíritu que conduce a la unidad

    Una misma llamada de Dios ha reunido a los miembros de una comunidad juvenil (cf. Col 3, 15) y una única voluntad de buscar a Dios sigue guiándolos.
    El Espíritu hace a cada uno disponible para el Reino, aun en la diferencia de dones y funciones (cf. 1 Co 12, 11). La obediencia a su acción unifica a la comunidad juvenil en el testimonio de su presencia, hace gozosos los pasos de todos (cf. Sal 36, 23) y se convierte en fundamento de la Pastoral Juvenil. 
    La búsqueda de la voluntad de Dios y la disponibilidad a cumplirla es el cemento espiritual que salva al grupo juvenil de la fragmentación que podría derivarse de las muchas subjetividades, cuando éstas están faltas de un principio de unidad.

    2.3 Buscando una santidad comunitaria

    Santidad y misión pasan por la comunidad juvenil, ya que el Señor resucitado se hace presente en ella y a través de ella, haciéndola santa y santificando las relaciones que en ella se dan. ¿Acaso no ha prometido Jesús estar presente donde dos o tres se reúnan en su nombre? (cf. Mt 18, 20). De esta forma, el joven se convierte en sacramento de Cristo y del encuentro con Dios, en posibilidad concreta de poder vivir el mandamiento del amor recíproco. Y así el camino de la santidad se hace recorrido que toda la comunidad juvenil realiza junta; no sólo camino del joven individualmente, sino experiencia comunitaria cada vez más: 
    • en la acogida recíproca; 
    • en el compartir de dones, sobre todo el don del amor, el perdón y la corrección fraterna; 
    • en la búsqueda común de la voluntad del Señor, rico de gracia y misericordia; 
    • en la disponibilidad de cada uno a hacerse cargo del camino del otro.
    En el clima cultural de hoy la santidad comunitaria es testimonio convincente, quizá más que la del individuo, porque manifiesta el valor perenne de la unidad, don que nos ha dejado el Señor Jesús.

    2.4 Papel del asesor en el crecimiento de la comunidad juvenil

    El asesor promueve el crecimiento de la comunidad juvenil a través de: 
    • la escucha y del diálogo; 
    • la creación de un clima favorable al compromiso; 
    • la participación en las cosas de todos; 
    • y el discernimiento.
    a) El ejercicio de la asesor comporta escuchar de buena gana a los jóvenes que el Señor le ha confiado. La escucha es uno de los ministerios principales del asesor, para el que siempre debería estar disponible, sobre todo con quien se siente aislado y necesitado de atención. Porque, en efecto, escuchar significa acoger al otro incondicionalmente, darle espacio en el propio corazón. Por eso la escucha transmite afecto y comprensión, da a entender que el otro es apreciado y que su presencia y su parecer son tenidos en consideración.
    El asesor debe recordar que quien no sabe escuchar al joven o a la joven tampoco sabe escuchar a Dios; que una escucha atenta permite coordinar mejor las energías y dones que el Espíritu ha dado a la comunidad juvenil, así como tener presente, a la hora de las decisiones, los límites y dificultades de algún miembro. 
    El tiempo dedicado a la escucha no es nunca tiempo perdido; antes bien, la escucha puede prevenir crisis y momentos difíciles tanto en el plano individual como en el grupal.
    b)El asesor deberá preocuparse de crear un ambiente de confianza, promoviendo el reconocimiento de las capacidades y sensibilidades de cada uno. Y fomentará, además, de palabra y obra, la convicción de que la fraternidad exige participación y por tanto información.
    Junto con la escucha, propiciará el diálogo sincero y libre para compartir sentimientos, perspectivas y proyectos; en este clima, cada uno podrá ver reconocida su identidad y mejorar las propias capacidades relacionales. 
    Y no temerá aceptar y asumir los problemas que fácilmente aparecen cuando se busca juntos, se decide juntos, se trabaja juntos, se emprende juntos las mejores rutas para llevar a efecto una fecunda colaboración; antes, al contrario, indagará las causas de los posibles malestares e incomprensiones, sabiendo proponer remedios, compartidos lo más posible. 
    En fin, se comprometerá a hacer superar cualquier forma de infantilismo y a desalentar todo intento de evitar responsabilidades o eludir compromisos, así como de cerrarse en el propio mundo y en los propios intereses o de actuar en solitario. 
    c) El asesor debe llegar a las decisiones, no él solo, sino valorando lo más posible la aportación libre de todos los jóvenes
    La comunidad juvenil es como la hacen los jóvenes; por tanto será fundamental estimular y motivar la contribución de todos los jóvenes para que todos sientan el deber de dar su propia aportación de caridad, capacidad y creatividad.
    No todos, probablemente, estarán de entrada bien dispuestos para este tipo de compartir: ante posibles resistencias, lejos de renunciar al proyecto, el asesor buscará equilibrar sabiamente la invitación a la comunión dinámica y emprendedora con el arte de la paciencia, sin aspirar a ver frutos inmediatos de los propios esfuerzos. Y reconocerá que Dios es el único Señor que puede tocar y cambiar el corazón de los jóvenes.
    d) Al encomendar las distintas tareas, el asesor deberá tener en cuenta la personalidad de cada joven, sus dificultades y predisposiciones, para permitir a cada uno, respetando siempre la libertad de todos, sacar partido a los propios dones; al mismo tiempo, deberá considerar necesariamente el bien de la comunidad juvenil.
    No siempre será fácil compaginar todas estas finalidades. Entonces será indispensable el equilibrio del asesor; equilibrio que se manifiesta tanto en la capacidad de captar lo positivo de cada uno y utilizar lo mejor posible las fuerzas disponibles, como en la rectitud de intención que la haga interiormente libre. No preocupado de agradar y complacer, sino de mostrar claramente la verdadera misión de la Pastoral Juvenil.
    e) El espíritu del discernimiento debería caracterizar todo proceso de toma de decisiones que tenga que ver con la Pastoral Juvenil. Antes de tomar la decisión correspondiente, nunca debería faltar un tiempo de oración y de reflexión personal, así como una serie de actitudes importantes para elegir juntos lo que sea justo y agradable a Dios. He aquí algunas de ellas:
    • no buscar más que la voluntad divina, dejándose inspirar por el modo de obrar de Dios manifestado en las Sagradas Escrituras y en la historia de la Iglesia, siendo bien conscientes además de que con frecuencia la lógica evangélica «trastorna» la lógica humana, que busca el éxito, la eficiencia, el reconocimiento;
    • reconocer en cada joven la capacidad de conocer la verdad, aunque sea parcialmente, y por lo mismo aceptar su parecer como mediación para descubrir juntos la voluntad de Dios, llegando incluso a valorar las ideas de otros como mejores que las propias;
    • atención a los signos de los tiempos, a las expectativas de los jóvenes, a las exigencias de los pobres, a las urgencias de la evangelización, a las prioridades de la Iglesia en general y de la diócesis en particular, a las indicaciones del Consejo Parroquial y del Párroco;
    • estar libres de prejuicios, de apegos excesivos a las propias ideas, de esquemas de percepción rígidos o distorsionados, de alineamientos que exasperan la diversidad de puntos de vista;
    • valentía para dar razón de las propias ideas y posiciones, pero al mismo tiempo abrirse a nuevas perspectivas y modificar el propio punto de vista;
    • mantener siempre la unidad, sea cual sea la decisión final.
    El discernimiento comunitario no sustituye la naturaleza y el papel del asesor, a la cual está reservada la decisión final; ahora bien, el asesor no puede ignorar que la comunidad juvenil es el lugar privilegiado para reconocer y acoger la voluntad de Dios. 
    En cualquier caso, el discernimiento es uno de los momentos más significativos de la fraternidad juvenil; en él resalta con particular claridad la centralidad de Dios en cuanto fin último de la búsqueda de todos, así como la responsabilidad y aportación de cada uno en el camino de todos hacia la verdad.

    2.5 Actitudes del asesor en el proceso de discernimiento

    • Deberá ser paciente en el delicado proceso del discernimiento, que intentará garantizar en sus fases y sostener en los momentos críticos.
    • Será firme a la hora de pedir la puesta en práctica de cuanto se decidió. 
    • Estará atento para no abdicar de las propias responsabilidades, con la excusa quizá de preservar la tranquilidad o por miedo a herir la susceptibilidad de alguien. 
    • Sentirá la responsabilidad de no inhibirse ante situaciones en las que hay que tomar decisiones claras y, tal vez, desagradables. 
    Es justamente el amor verdadero a la comunidad juvenil lo que le permite al asesor armonizar firmeza y paciencia, escucha de todos y coraje para decidir, superando la tentación de ser sordo y mudo.
    Una comunidad juvenil no puede estar en continuo estado de discernimiento. Tras la etapa de discernimiento viene la de poner en ejecución lo decidido.

    2.6 Servirse unos a los otros

    Han de servirse los asesores unos a otros, seguros de que por este camino del servicio llegarán a Dios. Se tolerarán con suma paciencia sus debilidades, tanto físicas como morales. Nadie buscará lo que juzgue útil para sí, sino, más bien, para los otros.
    ¿En qué modo es necesario servirse los unos a los otros? Según nos ordenó el Señor: Quien quiera ser grande entre ustedes, sea el último de todos y el siervo de todos (cf. Mc 10, 44); después añade estas palabras aún más impresionantes: «Como el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir» (Mc 10, 45); y de acuerdo con cuanto dice el Apóstol: «Por el amor del Espíritu, sean siervos los unos de los otros» (Gal 5, 13)».
    La verdadera fraternidad se fundamenta en el reconocimiento de la dignidad del hermano, y se lleva a cabo en la atención al otro y a sus necesidades, así como en la capacidad de alegrarse por sus dones y logros, en el poner a su disposición el propio tiempo para escuchar y dejarse iluminar. Pero todo esto exige ser interiormente libres.
    Ciertamente no es libre: 
    • el que está convencido de que sus ideas y soluciones son siempre las mejores; 
    • el que cree poder decidir solo, sin falta de mediaciones que le muestren la voluntad divina; 
    • el que siempre tiene la razón y no duda de que son los otros quienes deben cambiar; 
    • el que solamente piensa en sus cosas y no se interesa por las necesidades de los demás.
    Y, al contrario, es libre la persona que de forma continua vive en tensión para captar, en las situaciones de la vida y sobre todo en la gente que vive a su alrededor, una mediación de la voluntad del Señor, por misteriosa que sea. Para esto «nos ha liberado Cristo, para que seamos libres» (Ga 5, 1). Nos ha liberado para que podamos encontrar a Dios por los innumerables senderos de la existencia de cada día.

    2.7 La humildad del asesor

    Siempre será bueno recordar las palabras que el Señor Jesús dirige a quienes están tentados de revestir su servicio de prestigio mundano: «el que entre ustedes quiera ser el primero, que sea su esclavo, igual que el Hijo del hombre, que no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 27-28).
    El que en el propio servicio busca un medio para hacerse notar o afirmarse, para hacerse servir o esclavizar, se pone abiertamente fuera del modelo evangélico de servicio.
    El servicio no es fácil ni siquiera en las mejores condiciones; pero se hace más llevadero cuando el joven ve que el asesor se pone al servicio humilde y diligente de la fraternidad y la Pastoral Juvenil.

    3 – EL ASESOR EN LA PASTORAL JUVENIL


    «No ha venido a ser servido sino a servir» (Mc 10,45)

    Hoy, igual que ayer, la Pastoral Juvenil encuentra grandes dificultades, que sólo pueden afrontarse con la gracia que viene del Señor, siendo conscientes, con humildad y fortaleza, de haber sido enviados por Él y contar por eso mismo con su ayuda.
    Se está en pastoral cuando, lejos de perseguir la autoafirmación, ante todo se deja uno conducir por el deseo de realizar la voluntad de Dios. Este deseo es el alma de la oración «Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad» y la fuerza en el apostolado. La Pastoral Juvenil exige comprometer todas las cualidades y talentos humanos, los cuales concurren a la salvación cuando están inmersos en el río de la voluntad de Dios, que arrastra las cosas pasajeras hasta el océano de las realidades eternas, donde Dios, felicidad sin límites, será todo en todos (cf. 1 Co 15, 28).


    3.1 La misión del asesor

    Todo eso implica reconocer al asesor un papel importante en relación con la Pastoral Juvenil, dentro de la fidelidad al carisma dehoniano; una función nada simple ni exenta de dificultades y equívocos. En el pasado el riesgo venía de una asesoría prevalentemente orientada a la coordinación de las actividades, con peligro de descuidar a las personas; hoy, en cambio, el riesgo puede venir del excesivo temor, por parte del asesor, de herir susceptibilidades personales, o de una fragmentación de competencias y responsabilidades que debiliten la convergencia hacia el objetivo común y desvanezcan la intervención del asesor.
    Ahora bien, el asesor no es responsable tan sólo del acompañamiento de la comunidad juvenil; tiene también la función de coordinar las varias competencias relativas a la pastoral juvenil, respetando siempre los roles y de acuerdo con el Estatuto de la Pastoral Juvenil. Si, ciertamente, el asesor no puede (ni debe) hacer todo, sí es el responsable último del conjunto.
    Actualmente son múltiples los retos que el asesor afronta en su papel de coordinar energías con vistas a la Pastoral Juvenil. Aquí listamos algunas tareas que consideramos importantes en el servicio del asesor en particular y de la Pastoral Juvenil en general:

    a) Anima a asumir responsabilidades y las respeta una vez asumidas

    Las responsabilidades pueden suscitar en algunos un sentido de temor. Por consiguiente, es necesario que el asesor transmita a los animadores la fortaleza cristiana y el ánimo para afrontar las dificultades, superando el miedo y la tendencia a inhibirse.
    Se apresurará a compartir no sólo las informaciones, sino también las responsabilidades, comprometiéndose a respetar a cada uno dentro de su justa autonomía. Lo cual lleva consigo, por parte del asesor, un paciente trabajo de coordinación y, por parte de los animadores, estar sinceramente dispuestos a colaborar.
    El asesor debe «estar» cuando hace falta, para favorecer en los animadores el sentido de interdependencia, lejos tanto de la dependencia infantil cuanto de la independencia autosuficiente. Esta interdependencia es fruto de aquella libertad interior que permite a todos trabajar y colaborar, sustituir y ser sustituido, ser protagonista y ofrecer la propia aportación incluso manteniéndose en un segundo plano.
    Quien ejerce el servicio de asesor se guardará de ceder a la tentación de la autosuficiencia personal, o sea de creer que todo depende de él o de ella, y que no es tan importante o útil favorecer la participación comunitaria; porque es mejor dar un paso juntos que dos (o incluso más) solos.

    b) Invita a afrontar las diversidades en espíritu de comunión

    El asesor está llamado a servir con espíritu de comunión a las comunidades integradas por jóvenes tan variados, ayudándolas a ofrecer, en un mundo marcado por múltiples divisiones, el testimonio de que es posible estar juntos y amarse aun siendo distintos. Según esto, deberá tener bien claros algunos principios teórico-prácticos:
    • recordar que, según el espíritu del evangelio, la diversidad en las ideas no debe convertirse nunca en conflicto de personas;
    • insistir en que la pluralidad de perspectivas ayuda a profundizar los asuntos;
    • favorecer la comunicación, de forma que el libre intercambio de ideas aclare las posiciones y haga emerger la contribución positiva de cada uno;
    • ayudar a liberarse del egocentrismo que tiende a achacar a los demás las causas de los males, para llegar a la mutua comprensión;
    • hacerse conscientes de que lo ideal no es tener una comunidad juvenil sin conflictos, sino una comunidad juvenil que acepta afrontar las propias tensiones, con el objeto de resolverlas, buscando soluciones que no ignoren ninguno de los valores dehonianos.

    c) Mantiene el equilibrio entre las varias dimensiones de la Pastoral Juvenil

    Porque, efectivamente, puede haber tensiones entre ellas, y el asesor debe velar para que quede a salvo la unidad de la Pastoral Juvenil y se respete lo más posible el equilibrio entre el tiempo dedicado a la oración y el dedicado a la acción, entre individuo y comunidad juvenil, entre actividad y descanso, entre atención al grupo y atención al mundo y a la Parroquia, entre formación personal y formación comunitaria.
    Uno de los equilibrios más delicados es el que debe haber entre entre vida grupal y vida parroquial.

    d) Tiene un corazón misericordioso

    El asesor está llamado a desarrollar una pedagogía del perdón y la misericordia, a ser instrumento del amor de Dios que acoge, corrige y da siempre una nueva oportunidad al joven o la joven que yerran y caen en pecado. Deberá recordar sobre todo que, sin la esperanza del perdón, el joven a duras penas podrá reanudar su camino e inevitablemente tenderá a sumar un mal al otro y una caída tras otra. Sin embargo, cuando se asume la perspectiva de la misericordia vemos que Dios es capaz de trazar un camino de bien incluso a partir de las situaciones de pecado. El asesor trabaja para que toda la comunidad juvenil asimile este estilo misericordioso.

    e) Tiene sentido de justicia

    Hay que reconocer que, entre los jóvenes, pueden existir comportamientos que lesionan gravemente al prójimo y que implican una responsabilidad para con personas ajenas a la comunidad juvenil, por una parte, y también para con la Iglesia. Si hace falta comprensión con las culpas de los jóvenes, también es necesario tener un sentido riguroso de la responsabilidad y la caridad con aquellos que han podido ser perjudicados por el comportamiento incorrecto de algún joven.
    Aquél o aquélla que se equivoca, sepa que debe responder personalmente de las consecuencias de sus actos. La comprensión con el joven no puede excluir la justicia, sobre todo si se trata de personas indefensas y víctimas de abusos. Reconocer el propio mal y asumir su responsabilidad y sus consecuencias, es ya parte de un camino de misericordia. Cuando Israel se aleja del Señor, aceptar las consecuencias del mal, como en la experiencia del exilio, es el punto de partida para el camino de conversión y el modo de descubrir más profundamente la propia relación con Dios.

    f) Promueve la colaboración con las otras pastorales

    La creciente colaboración con las otras pastorales en las actividades dirigidas por la Pastoral Juvenil Dehoniana, presenta tanto a la comunidad juvenil como al asesor nuevos interrogantes que exigen respuestas nuevas. No es raro que la participación de las otras pastorales lleve a descubrir inesperadas y fecundas implicaciones de algunos aspectos del carisma dehoniano, dado que las otras pastorales son invitadas a ofrecer a las comunidades juveniles la rica aportación de su servicio específico.
    Para alcanzar el objetivo de la mutua colaboración entre Pastoral Juvenil Dehoniana y otras pastorales, es necesario tener: comunidades juveniles con una clara identidad dehoniana, asimilada y vivida, es decir, capaces de transmitirla también a los demás con disponibilidad para el compartir; comunidades juveniles con una intensa espiritualidad y un gran entusiasmo misionero para comunicar el mismo espíritu y el mismo empuje evangelizador; comunidades juveniles que sepan animar y estimular a las otras pastorales a compartir el carisma dehoniano, invitándolas a descubrir nuevas formas de actualizar el carisma dehoniano. Así la comunidad juvenil puede convertirse en un centro de irradiación, de fuerza espiritual, de animación, de fraternidad que crea fraternidad y de comunión y colaboración eclesial donde las diversas aportaciones contribuyen a construir el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
    Además, es necesario que esté bien definido el mapa de competencias y responsabilidades lo mismo de adultos que de jóvenes, como también el Consejo Parroquial. En todo esto, el que asesora la Pastoral Juvenil tiene un papel insustituible.

    3.2 Tentaciones del animador: desconfianza y abandono

    En el desarrollo concreto de la Pastoral Juvenil, la confianza puede resultar en ocasiones particularmente difícil, desde el momento que las perspectivas y modalidades de la acción pastoral pueden ser percibidas y pensadas de maneras diferentes. En esas ocasiones, cuando la confianza se hace difícil, e incluso «absurda» en apariencia, puede surgir la tentación de la desconfianza y hasta del abandono: ¿vale la pena continuar? ¿No puedo hacer realidad mejor mis ideas en otro contexto? ¿Para qué desgastarse en contrastes estériles?
    Hay que reconocer, por una parte, que es comprensible un cierto apego a ideas y convicciones personales que son fruto de la reflexión o de la experiencia y han ido madurando en el tiempo; y que es cosa buena tratar de defenderlas y sacarlas adelante, siempre en la perspectiva del Reino, en un diálogo abierto y constructivo. Pero no hay que olvidar, por otro lado, que el modelo es siempre Jesús de Nazaret, que en la Pasión pidió a Dios cumplir su voluntad de Padre, sin retroceder ante la muerte en cruz (cf. Hb 5, 7-9).
    El animador, cuando se le pide que renuncie a las propias ideas y proyectos, puede experimentar desconcierto y sensación de rechazo del asesor, o advertir en su interior «fuertes gritos y lágrimas» (Hb 5, 7) y la súplica de que pase ese amargo cáliz. Pero ése es el momento justo para confiarse al Padre a fin de que se cumpla su voluntad y poder así participar activamente, con todo el ser, en la misión de Cristo «para la vida del mundo» (Jn 6, 51).

    3.3 La formación de la conciencia

    Aquí puede surgir un interrogante: ¿puede haber situaciones en que la conciencia personal parezca que no permite seguir las indicaciones dadas por el asesor?
    Si es verdad que la conciencia es el ámbito en que resuena la voz de Dios que nos indica cómo comportarnos, no lo es menos que hace falta aprender a escuchar esa voz con gran atención, para saber reconocerla y distinguirla de otras voces. En efecto, no hay que confundir esa voz con otras que brotan de un subjetivismo que ignora o descuida las fuentes y criterios irrenunciables y vinculantes en la formación del juicio de conciencia: «el «corazón» convertido al Señor y al amor del bien es la fuente de los juicios «verdaderos» de la conciencia», y «la libertad de la conciencia no es nunca libertad «con respecto a» la verdad, sino siempre y sólo «en» la verdad».
    En consecuencia, el animador deberá reflexionar con calma antes de concluir que la voluntad de Dios la expresa, más que el mandato recibido, lo que ella siente en su interior. Y tendrá que recordar que la ley de la mediación rige en todos los casos, absteniéndose de tomar decisiones graves sin contraste ni comprobación alguna. No se discute, ciertamente, que lo importante es llegar a conocer y cumplir la voluntad de Dios; pero debería ser igual de indiscutible que el animador se ha comprometido a captar esta santa voluntad a través de determinadas mediaciones.
    Por consiguiente, hecha excepción de una orden que fuese manifiestamente contraria a los mandamientos de Dios, o que implicase un mal grave y cierto —en cuyo caso la obligación de obedecer no existe—, las decisiones del asesor se refieren a un campo donde la valoración del bien mejor puede variar según los puntos de vista. Querer concluir, por el hecho de que una orden dada aparezca objetivamente menos buena, que es ilegítima y contraria a la conciencia, significaría desconocer, de manera poco real, la oscuridad y la ambigüedad de no pocas realidades humanas. Además, el rehusar la confianza lleva consigo un daño, a veces grave, para el bien común. Un animador no debería admitir fácilmente que haya contradicción entre el juicio de su conciencia y el de su asesor.

    3.4 Tentaciones para el asesor: desánimo y desencanto

    También el asesor puede caer en el desánimo y el desencanto: ante las resistencias de algunas personas o de una comunidad juvenil, o frente a ciertas cuestiones que parecen irresolubles, puede surgir la tentación de dejar pasar y considerar inútil cualquier esfuerzo por mejorar la situación. Asoma, entonces, el peligro de convertirse en gestores de la rutina, resignados a la mediocridad, inhibidos para toda intervención, sin ánimo para señalar las metas de la auténtica vida cristiana y con el riesgo de que se apague el amor de los comienzos y el deseo de testimoniarlo.
    Cuando el ejercicio de la asesoría se hace difícil, es saludable volver a escuchar las palabras de Pablo: 
    «Sean alegres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes en la oración, serviciales en las necesidades de los hermanos» (Rm 12, 12-13).
    El callado sufrimiento interior que lleva consigo la fidelidad al deber, con frecuencia incluso marcado por la soledad y la incomprensión de aquellos a los que uno se entrega, se convierte en vía de santificación personal, al tiempo que cauce de salvación para las personas a causa de las cuales se sufre.

    Conclusión: El arte de escuchar la voz de Dios

    Si la vida del creyente es toda ella una búsqueda de Dios, entonces cada día de la existencia se convierte en un continuo aprender el arte de escuchar su voz para seguir su voluntad. Se trata de una escuela en verdad exigente, una pugna entre el yo que tiende a ser dueño de sí y de su historia y el Dios que es «el Señor» de toda historia.