Adorar el Corazón de Jesús, es adorar el corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.



El Corazón de Jesús, estando sustancialmente unido al Verbo, es, por lo mismo, de una majestad infinita.

Ninguna persona ha establecido esta deducción mejor que el venerable Padre Eudes; Es con él que adoraremos hoy la majestad infinita del Corazón de Jesús.
El Corazón de Jesús participa en la majestad de la Santísima Trinidad. Las tres personas divinas tienen un mismo poder, una misma sabiduría, una misma bondad, un mismo espíritu, una misma voluntad, un mismo corazón. De ahí que nuestro Salvador, en tanto Dios, no tiene sino un mismo corazón con el Padre y el Espíritu Santo; y en tanto hombre, su Corazón humanamente divino y divinamente humano no es sino uno también con el corazón del Padre y del Espíritu Santo, por unidad de espíritu, de amor y de voluntad. Es por eso que adorar el Corazón de Jesús, es adorar el corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La Santísima Trinidad está viviente y reinante con toda su majestad en el Corazón de Jesús.

El Padre Eterno está en este Corazón admirable, haciendo nacer a su Hijo muy amado y haciéndole vivir de la misma vida toda santa y toda divina, de la que él vive en su seno adorable desde toda la eternidad. Él también imprime allí una imagen muy excelente de su divina paternidad, a fin de que este Corazón humanamente divino y divinamente humano sea el Padre de todos los corazones de los hijos de Dios. Es por eso que nuestros corazones lo deben mirar, amar y honrar como su muy amable Padre, y esforzarse por grabar en ellos un perfecto parecido con su vida y con sus virtudes.
¡Oh buen Jesús! adoramos en tu divino Corazón la majestad infinita de tu Padre celestial, y te pedimos que hagas reinar en nuestros corazones la obediencia y la devoción filial que has practicado tu mismo hasta la muerte.
Consideremos también que el Verbo eterno está con su majestad infinita en el Corazón real de Jesús, uniéndolo con él en la más íntima unión que se pueda imaginar, es decir, la unión hipostática.
Esta unión hace que ese mismo Corazón sea adorable con la misma adoración que se debe a Dios.
El Verbo eterno está viviente y reinando en el Corazón del Hombre-Dios. Él reina allí sobre todas las pasiones humanas que tienen su asiento en el corazón. - Oh Jesús, el rey de mi corazón, vive y reina así sobre mis pasiones, uniéndolas con las tuyas y no permitiéndoles tener otro uso que no sea para tu conducción y para tu propia gloria.
Consideremos también que el Espíritu Santo está también, con su majestad infinita, viviendo y reinando en el Corazón de Jesús de una manera inefable. Él contiene los tesoros infinitos de la ciencia y la sabiduría de Dios, y lo llena con todos sus dones en un grado soberano, según estas palabras divinas:
"El espíritu del Señor descansará sobre él, el espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fuerza, espíritu de ciencia y de piedad; y también se llenará del espíritu del temor del Señor " (Is 11, 2).
Las tres personas divinas están vivientes y reinantes en el Corazón del Salvador, como en el más alto trono de su amor, en el primer cielo de su gloria, en el paraíso de sus más queridas delicias. Ellos se extienden allí, con el reflejo de su majestad infinita, una abundancia y profusión inexplicables de luces admirables, de océanos inmensos de gracia y de torrentes de llamas de su eterno amor.
¡Oh santísima Trinidad! alabanzas infinitas te serán dadas para siempre por todos los milagros de amor que realizas en el Corazón de mi divino Jesús; te ofrezco el mío, con los de todos mis hermanos, suplicándote muy humildemente que lo tomes en entera posesión, que destruyas todo lo que te disgusta y que establezcas soberanamente el reino de tu divino amor.

Como resultado de esta vida especial de la Santísima Trinidad en el Corazón de Jesús, este divino Corazón se ha convertido en el santuario y la imagen de todas las perfecciones divinas.

Adoremos y contemplemos todas las perfecciones de la divina esencia viviente y reinante en el Corazón de Jesús, es decir, la eternidad de Dios, la fuerza, la sabiduría, la bondad, la gloria, la felicidad, la paciencia, la santidad y las otras. Adoremos estas divinas perfecciones en todos los efectos admirables que operan en este Corazón maravilloso; ofrezcámosles toda las adoraciones, la gloria y el amor que les serán dadas eternamente por éste mismo Corazón. (Venerable Padre Eudes, Meditación sobre el divino Corazón de Jesús).
Para alabar dignamente la infinita majestad de este divino Corazón, en el que vive y reina la augusta Trinidad con todas sus perfecciones, ayudémonos con palabras inspiradas por Nuestro Señor mismo a San Matilde:
“Te saludo, tan dulce Corazón de Jesús, más dulce que la miel, fuente viva de toda gracia y de toda bondad. Salve, Corazón tan amoroso de Jesús, noble tesoro de todas las riquezas de Dios. Miles y miles de veces te bendigo, te saludo. Noble Corazón de Jesús, por este mutuo intercambio de amor que te une a la Santísima Trinidad, te saludo y te adoro en la abundancia de todas las gracias que han fluido de ti y que siempre fluirán sobre todas las almas.
Te bendigo, Corazón tan noble de Jesús, te bendigo en este amor que, por la virtud del Espíritu Santo, te creó de la sangre tan pura de la Virgen María. Te glorifico, tan dulce Corazón de Jesús, en este amor de la santa Trinidad que te ha magníficamente adornado de todos los dones celestiales.
Te exalto, Corazón tan compasivo de Jesús, en este amor con el que has siempre brillado para el género humano. Te venero, Corazón tan generoso de Jesús, en este amor que te ha roto, mientras tu morías sobre la cruz. Te saludo, Corazón de Jesús, Corazón tan digno de toda mi confianza, te alabo en este amor que te ha hecho permitir que la lanza te traspasara, que te a hecho destilar agua y sangre.
Y ahora me vuelvo hacia ti, tan augusta Trinidad, y por este Corazón infinitamente bendecido, te alabo, te glorifico y te bendigo por que has podido, por que has sabido, por que has querido repartir tantos dones y tan abundante profusión de gracias en el tan noble Corazón de Jesús. Y con todo el afecto y todo el respeto posibles, ofrezco a tu suprema majestad este mismo Corazón tan dulce, este Corazón tan digno, este Corazón para siempre por encima de todos los corazones, lleno de todas las amabilidades de la Divinidad. e inundado de la más perfecta felicidad. ¡Ah! dígnate reparar enteramente por él todo el mal que he hecho y toda la negligencia que he puesto en hacer el bien" (Santa Matilde, libro III, capítulo 8).

Padre Dehon, MSC 52-60