Ser el 'sacramento de las vocaciones cristianas' no quiere decir que la Confirmación descubra a cada cristiano de modo explícito y directo cuál es su papel en la Iglesia -que equivaldría a una concepción cuasi mágica del sacramento-, sino que cada bautizado debe buscar e individuar su propio carisma eclesial, según la medida del don del Espíritu, como camino históricamente concreto de realización del Bautismo y de plena y madura pertenencia a la Iglesia. Fuera de los casos extraordinarios, cada uno descubre su propio carisma o vocación por medio de un conjunto de factores, leídos e interpretados a la luz de la fe, vivida en la comunidad a la que los sacramentos nos han dado pertenecer. En términos semejantes hay que entender la relación entre Confirmación y madurez. Apartándose de esta recta orientación trazada por santo Tomás, la teología intentó justificar durante mucho tiempo praxis pastorales diversas -como eran las de celebrar la Confirmación en la infancia y en la edad adulta- recurriendo a explicaciones puramente metafóricas o psicológicas de la madurez cristiana.
En realidad, la íntima relación existente entre el Bautismo y la Confirmación debería haber hecho pensar que la madurez cristiana debe ser entendida en clave eclesial, a saber: como pertenencia a la comunidad de salvación hasta el extremo de hacerse responsable de su misión. Es verdad que el Bautismo implica ya al bautizado en la misión, al agregarlo a la Iglesia; no obstante, es la Confirmación la que lleva dicha implicación a plena madurez, especificándola en sentido vocacional.
En este punto es necesario referirse también al compromiso cristiano que deriva de la Confirmación, para no reducirlo a mero testimonio y entenderlo en sentido vocacional. El testimonio, ciertamente, es necesario. Pero la contribución específica del cristiano a la salvación de la humanidad y a la construcción de un mundo nuevo comporta un modo nuevo de ver el mundo y la historia y, por ello, un espíritu nuevo para construirla. Esto no supone, en contra de lo que aparentemente puede parecer, una justificación teológica de las instancias pastorales que postulan retrasar la Confirmación hasta la edad adulta. Pues la Confirmación no es el aval de un compromiso cristiano ya en acto, sino la acción de Dios que, en su Espíritu, funda y constituye un 'poder ser' dilatado en el tiempo. Según esto, el compromiso que deriva de la Confirmación ha de entenderse en sentido vocacional, como se hace con el Bautismo de niños y la vida cristiana. Así lo entendieron la literatura y praxis cristianas de los primeros siglos, para quienes el compromiso cristiano consistía es testificar con la vida los misterios salvíficos de Cristo y del Espíritu, no como simple coherencia o buen ejemplo.
La comunidad cristiana
Es preciso correlacionar los diversos contextos catequéticos: la familia, la parroquia, el colegio, las asociaciones apostólicas, etc. En una sociedad tan abierta y plural como la presente, la coordinación, entre parroquia y familia, es imprescindible. De hecho, una familia cristiana es, de modo ordinario, la única y verdadera garantía de un catecumenado postscramental. Situada en este horizonte, la pastoral despejaría en buena medida las dificultades y problemas que conllevaría celebrar la Confirmación antes de la Primera Comunión, puesto que la Confirmación solo se diferiría en el caso de los que pertenecen a familias que no dan ninguna garantía o las dan insuficientes; bien entendido, que en este supuesto, habría que diferir la Primera Comunión. Por lo demás, la comunidad cristiana es necesaria para realizar, en la práctica, la búsqueda y descubrimiento de la propia vocación.
Ya en 1997, en el "Congreso Europeo sobre las Vocaciones" se proponía:
- "la celebración de la Confirmación como un extraordinario itinerario vocacional para adolescentes y jóvenes. La edad de la confirmación podría ser precisamente «la edad de la vocación», adecuada, en los planos teológico y pedagógico, para el discernimiento, la puesta en práctica y el pedagógico testimonio del don recibido.
- La labor catequística debería favorecer la capacidad de reconocer y manifestar el don del Espíritu.
- El encuentro directo de creyentes que viven con fidelidad y valor su vocación, de testigos creíbles que ofrecen experiencias concretas de vocaciones realizadas, puede ser decisivo para ayudar a los confirmandos a descubrir y acoger la llamada de Dios.
- La vocación, en todo caso, tiene siempre su origen en el conocimiento de un don, y en un conocimiento tan agradecido que encuentra totalmente lógico poner al servicio de los otros la propia experiencia a fin de responsabilizarse de su crecimiento en la fe.
- Quien vive con cuidado y generosidad el testimonio de la fe, no tardará en aceptar el designio que Dios tiene sobre él, y emplear todas sus energías en llevarlo a cabo."
Fuentes:
-Diccionario de Pastoral y evangelización (DPE)
-Nuevas vocaciones para una nueva Europa (1998), 27d